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Carmen Herrera |
Carmen Herrera, tiene 102 años, pero no logró vender su primer cuadro hasta que cumplió los 89.
Seguía pintando por placer y por compulsión, pero no esperaba ni el
dinero ni la fama, que le parecían cosas tirando a vulgares. Hasta que,
de un día para otro, tras haber sido tozudamente ignorada por los
guardianes del canon pictórico, galeristas y compradores empezaron a
interesarse por su abstracción geométrica. La artista, que nació en Cuba
en 1915 pero se instaló en Estados Unidos desde los cincuenta, empezó a
ver llegar miles de dólares a su cuenta corriente.
Por aquel entonces, sus cuadros más caros se vendían por unos 40.000
dólares (33.000 euros). Un precio que se convirtió en risible el pasado
otoño, cuando
Cerulean, composición azul sobre un lienzo en
forma de diamante que firmó en 1965, fue vendido por la casa de subastas
Phillips por una cifra récord: casi un millón de dólares (850.000
euros). El reconocimiento no fue solo monetario. Casi al mismo tiempo,
el Whitney Museum le dedicaba una retrospectiva que la situaba entre los
grandes nombres de la abstracción estadounidense. Lejos de toda
intención de jubilarse, este otoño Herrera protagonizará otra
retrospectiva en Dusseldorf y presentará nuevas obras en su galería
londinense.
La revancha de esta artista fue solo la punta del iceberg. Toda una
generación de artistas maduras, condenadas durante décadas a los
márgenes del arte por puro sexismo, lleva meses invadiendo museos,
bienales y salas de subastas. En la pasada Art Basel, celebrada en
junio, la italiana Carol Rama batió otro récord al vender una de sus
obras por 700.000 euros. De nuevo, su auge en el mercado vino acompañado
por el impulso de las instituciones del arte: el New Museum de Nueva
York le dedica hasta septiembre una gran retrospectiva. Por desgracia,
el reconocimiento llega tarde: Rama falleció en 2015 a los 94 años,
dicen que en la miseria. Lo mismo le sucedió a Ruth Asawa, californiana
de origen japonés, que murió hace cuatro años a los 87. Sus esculturas
colgantes de los sesenta, desconocidas durante mucho tiempo, ahora
causan sensación.
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Sheila Hicks |
Por su parte, Sheila Hicks,
estadounidense de 83 años que ha desarrollado la mayor parte de su
carrera en París, fue uno de los nombres celebrados por la Bienal de
Venecia de este año. Sus obras textiles de gran formato, ignoradas
durante décadas, han terminado recibiendo una justa reevaluación. “Fue
menospreciada por proceder de las artes decorativas, pero vive un
momento de hipervisibilidad gracias al trabajo de conservadores jóvenes,
que no fueron educados con la estrechez de miras que solían imponer las
categorías artísticas”, explica la comisaria de la Bienal, Christine Macel, conservadora jefa del Centro Pompidou. “El final de la modernidad nos ha permitido alejarnos de los dictados
innegociables y liberarnos de los prejuicios de otro tiempo. Eso nos ha
permitido volver a evaluar obras que antes ni siquiera habríamos
contemplado”.
Macel también incluyó a otras veteranas en su muestra para esta
bienal. Por ejemplo, Anna Halprin, pionera de la danza conceptual que
suma 97 años, o Zilia Sánchez, artista plástica cubana de 83, conocida
por el sensual minimalismo de sus composiciones abstractas. Por si fuera
poco, Macel concedió el León de Oro a Carolee Schneemann, precursora de
la
performance feminista, que este otoño celebrará sus 78 años
con la primera retrospectiva de su carrera, que abrirá en octubre en el
PS1 de Nueva York.
En los pabellones venecianos, donde cada país manda a un artista a
defender sus colores en una competición internacional, tampoco faltaron
las artistas maduras. Geta Bratescu, de 91 años, representó a
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Geta Bratescu |
Rumanía. Y
luego formó parte de la Documenta de Kassel, la otra cita central del
arte contemporáneo en Europa, junto con otras incombustibles como la
austriaca Elisabeth Wild, de 95 años, o la colombiana Beatriz González,
de 79. Por su parte, Phyllida Barlow, escultora de 73 años conocida por
sus instalaciones monumentales, ocupó el pabellón británico. Tanto
Gratescu como Barlow están representadas por la galería Hauser &
Wirth, que se ha especializado en estas artistas maduras de
reconocimiento tardío. Desde 1996, también defienden la obra de la
difunta Louise
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Lynn Barber y Phyllida Barlow |
Bourgeois, el mejor ejemplo de este fenómeno: logró su
primera retrospectiva en el MoMA (la primera que el museo dedicaba a una
mujer) en 1982, cuando ya superaba los 70 años.
“Trabajar con mujeres brillantes, infrarrepresentadas y de una cierta
edad se ha convertido en un elemento muy consciente de nuestra
identidad, y casi en una responsabilidad”, explica el galerista Iwan
Wirth en un correo electrónico. Confía en que no sea solo una moda
pasajera, como ha habido tantas en los últimos años, ni tampoco una
cuestión de simple corrección política. “Espero que sea un giro en la
historia del arte. Empezamos a prestar atención a prácticas
históricamente subestimadas, reevaluando el canon a gran escala y
esforzándonos por elevar el perfil de mujeres que merecen el mismo
reconocimiento, si no más, que sus compañeros de sexo masculino”,
sostiene Wirth.
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Alice Neel |
En su reciente ensayo
La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres
(Seix Barral), Siri Hustvedt dedica unos párrafos a este fenómeno y
denuncia que es cuando una mujer deja de contar con “una sexualidad
deseable” cuando llega ese reconocimiento, citando a ejemplos como Joan
Mitchell, Alice Neel, Lee Krasner o la misma Bourgeois. “La cara vieja y
arrugada se ajusta mejor al artista que es mujer.
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Lee Krasner |
Esa cara vieja no
carga con la amenaza del deseo erótico”, escribe Hustvedt. A Camille Morineau, nueva directora del centro de arte La Monnaie en
París y presidenta de la asociación AWARE, que aboga por dar un lugar
justo a las mujeres en la historia del arte, ese punto de vista le
resulta “excesivamente pesimista”. “Las cosas cambian lentamente, pero
cambian. Todavía hay un retraso considerable en los museos y en las
universidades, pero se ha producido una evolución. Entre otras cosas, a
causa de la llegada de mujeres a los cargos directivos de los museos”,
asegura. Morineau habla con conocimiento de causa. En 2009 reorganizó la
colección permanente del Pompidou para conceder más de la mitad de su
espacio total a mujeres artistas. “Trabajé en un clima de inquietud y
ansiedad. Se consideró prácticamente un escándalo. Ocho años más tarde,
puedo presentar una programación parcialmente centrada en las mujeres
artistas sin que salten las alarmas. Se ha aceptado que se trata de una
cuestión no solo importante, sino también interesante”.-
fuente: El País
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