Cómo solucionan sus conflictos los animales: somos primates



Un chimpancé hace una demostración de fuerza, típica de los primates, en la que trata de disuadir de un enfrentamiento directo. Obsérvese que tiene el pelo erizado, lo que le hace parecer mas grande de lo que realmente es. (Imagen: usuario de Flickr).

Una actitud frecuente es considerar que la agresión animal prueba que la violencia y la guerra juegan un papel fundamental en la evolución humana. En un experimento clásico sobre los efectos de la sobrepoblación en ratas, se obligó a convivir a un alto número de estos roedores en un espacio reducido. Los resultados mostraron un aumento de la violencia hasta niveles que asustaron a los investigadores. Desafortunadamente, los resultados con esta especie se generalizaron al resto y este estudio es muy nombrado aún hoy en día como prueba de la agresividad de la naturaleza humana.

Años después, el mismo experimento se repitió con primates y los resultados fueron esperanzadores en la mayor parte de los casos. Los primates reaccionaban ante la alta densidad de población con estrategias que iban desde dedicar más tiempo al acicalamiento mutuo hasta reprimir los impulsos violentos. Aumentaron en general todas las conductas prosociales por día y hora, como ocurre hoy en día en algunas sociedades asiáticas.

La investigación con primates no-humanos está obligando a modificar a marchas forzadas esta y otras nociones de lo que hasta ahora pensábamos sobre la naturaleza de las relaciones sociales. Es cierto que los chimpancés pueden llegar a ser muy agresivos pero también poseen habilidades excepcionales para la evitación y la resolución de los conflictos. Para los animales sociales, devolver la estabilidad al colectivo es una necesidad de primer orden. No es de extrañar pues, que una de las causas de destitución de un líder entre chimpancés, sean la coaliciones entre hembras en su contra, cuando éste no contribuye a la estabilidad del grupo. Además, entre especies cooperativas como la nuestra, los “ganadores” también deben preocuparse de restablecer las relaciones sociales, pues nunca saben cuando necesitarán de su oponente.

Allá donde hay grupos de personas, animales, o naciones con un objetivo, hay una necesidad de superar la competición y dejar de lado las diferencias. Para poder mantener los beneficios, los individuos necesitan reducir sus costes, reducir los niveles de competición y desarrollar estrategias para reparar las relaciones.

Entre primates, las reconciliaciones tienen unas pautas propias que son diferentes en cada especie. Los macacos emiten unos sonidos que indican el fin de las hostilidades, los babuinos realizan una monta simbólica e inspeccionan los genitales, los bonobos mantienen relaciones sexuales y los chimpancés se abrazan y besan, siendo éste último el gesto reconciliador por excelencia de la especie (las distintas hipótesis sobre los orígenes del beso parecen situarlo en un comportamiento de transferencia de comida con la boca).

La agresividad tratada de una manera aislada, separada de otras categorías del comportamiento social es un error. Puede que varias de sus manifestaciones sean indeseadas e incluso inaceptables, pero eso no las separa radicalmente de la categoría de lo social. No hay que olvidar que en las redes sociales de los mamíferos, hay fuertes factores que contienen la violencia. En la mayor parte de las ocasiones, muchas de las conductas que identificamos como agresivas tienen un carácter preventivo y están dirigidas a evitar la confrontación directa, como por ejemplo las típicas demostraciones de fuerza de los gorilas en las que se golpean el pecho y rompen ramas. Éstas, rara vez terminan en una pelea abierta. Las estrategias disuasorias también son frecuentes entre los homínidos. Por ejemplo, gran parte de los enfrentamientos entre adolescentes, el origen de los desfiles militares o la danza maorí del equipo de rugby neozelandés, cumplen esta misma función.



El “haka” es el canto de guerra de los All Blacks, el equipo de rugby de Nueva Zelanda.

El problema de la armonización de objetivos y reducción de la competición por el bien de objetivos más ambiciosos es común a varias culturas y especies. Al ser fenómenos naturales, existen similitudes universales en su expresión. Por ejemplo, algunos peces cíclidos, tienen un comportamiento muy similar a los miembros de la tribu Mbuti (República del Congo) para resolver sus disputas. La estrategia consiste en pegarse por turnos en una batalla simbólica de la que ninguno sale herido.

También, en una especie de mirlos, los machos poseen unas plumas rojas que atraen a las hembras. Cuando dos de ellos se encuentran en un mismo territorio y uno no quiere enfrentarse, tapa estas plumas con otras de color negro para evitar el conflicto y pasar desapercibido. Pero aún más sofisticada es la estrategia de los jóvenes macho gorilas. Los harenes de esta especie, por norma general, no admiten más de un macho adulto por grupo. Cuando un joven quiere prolongar su estancia, inhibe el desarrollo de características físicas que indican que ya no lo es. Esto le permite no llamar la atención del macho dominante durante un tiempo adicional.



Un gorila intimida a un hombre.

Otra creencia popular que ha sido refutada por las investigaciones, es aquella que cree en que las partes de un conflicto son independientes y autónomas. Las observaciones prueban que los rivales se mantienen cerca el uno del otro justo después de un enfrentamiento, como buscando una oportunidad para la reconciliación. Además suelen cooperar más y ser más tolerantes entre ellos ante un recurso tras este tipo de episodios, lo que sugiere que la relación sale fortalecida de este proceso. Por esta y otras razones, considerar la conflictividad como una conducta anti-social es un enfoque que nos cierra las puertas a una comprensión más amplia del fenómeno.

En la Conferencia General de la Violencia, celebrada en Sevilla el año 1989, uno de los acuerdos que se alcanzó fue el siguiente: “es científicamente incorrecto decir, que en el curso de la evolución humana ha habido una selección del comportamiento agresivo en detrimento de otros tipos de comportamiento”. Las implicaciones de este nuevo modelo del conflicto social aún se discuten en la actualidad, como por ejemplo, que el perdón no es una idea cultural o juedocristiana, sino que a nivel básico posee un componente biológico. Sea cual sea el resultado, lo cierto es que cuando observamos la naturaleza, los conflictos están tan bien integrados en otras conductas sociales, que lejos de separar, parece que contribuyan a su fortaleza.

Resolución de conflictos en primates.

Resolución de conflictos en primates from Pablo Herreros Ubalde on Vimeo.



Pablo Herreros - Marzo 2010

El viaje al poder del cerebro

La revista XLSemanal dedica esta semana 10 páginas, portada incluida, a Eduard Punset con motivo del próximo lanzamiento de su libro "El viaje al poder del cerebro".

Ante el riesgo.. ¿razón o intuición?: Aprender a tomar decisiones

Frente a una situación desconocida o cargada de emoción, la mayoría de las personas dejan de razonar y tienen reacciones instintivas que no son beneficiosas.

Un grupo de niños de 8 años juega en el aula con cubos de colores que se ajustan entre sí. Ésta podría ser una escena de juego en casi cualquier escuela del mundo. Pero en ésta, en Stuttgart, Alemania, en realidad los alumnos están recibiendo su primera lección sobre razonamiento probabilístico. Los cubos representan los atributos de los niños – cubos rojos para las niñas y azules para los varones; un cubo amarillo adosado a uno rojo para las niñas que usan anteojos, un cubo verde unido a uno azul para los varones que no usan anteojos. Los alumnos tienen así una representación simbólica de sus compañeros como grupo. Al juntar los cubos en diversos recipientes- el de las niñas y el de los varones, el de los que usan anteojos y el de los que no los usan- se comienzan a dar cuenta de las probabilidades, en este caso de que un niño use o no anteojos. Es un juego que no es del todo juego -sin embargo los niños están interesados.
Se trata de un experimento diseñado en 2005 por Elke Kurz-Milcke del Institute of Mathematics and Computing en Ludwigsburg, Alemania, con la idea de que lo mejor es aprender lo más temprano posible. Enseñar a niños a ocuparse de frecuencias y probabilidades los ayuda a prepararse para las complejidades e incertidumbres del mundo actual y puede contribuir a que tomen decisiones acertadas durante el resto de sus vidas.
Gerd Gigerenzer, psicólogo del Max Planck Institute for Human Development en Berlín acuerda con esto “A comienzos del siglo XXI, casi todos los que viven en una sociedad industrial saben leer y escribir, pero no saben cómo comprender la información sobre los riesgos e incertidumbres en nuestro mundo tecnológico” señala. A principios de 2009, Gigerenzer inauguró el Harding Center for Risk Literacy en el Max Planck Institute para tratar de corregir esta situación. Gigerenzer y su equipo de cinco científicos tienen un doble objetivo. El primero es investigar cómo las personas perciben el riesgo y el segundo es mejorar las aptitudes estadísticas y de toma de decisiones a través de programas educativos. Gigerenzer está convencido de que se puede enseñar a las personas a mejorar sus aptitudes para la toma de decisiones.
Sin embargo, estas ideas son polémicas. “Hay una gran división entre los investigadores,” manifiesta Dan Kahan, quien estudia la percepción del riesgo en la Yale Law School en New Haven, Connecticut. Señala que muchos especialistas, sobre la base de las investigaciones existentes, creen que la población nunca será capaz de tomar la mejor decisión basada sobre la información científica disponible.Por lo tanto, opina, “la toma de decisiones de riesgo se debe concentrar más en instituciones alejadas de la política” que deben orientar a la población al presentar la información de manera más adecuada.
Ambas partes, sin embargo, acuerdan en que la toma de decisiones incorrecta es generalizada y afecta el bienestar general. Frente a una situación desconocida o cargada de emoción, la mayoría de las personas dejan de razonar y tienen reacciones instintivas que no son beneficiosas. Recordemos los temores tan difundidos en los últimos 10 años en Gran Bretaña y los Estados Unidos sobre el posible vínculo entre el autismo y la vacuna triple viral. A pesar de la falta de datos sólidos sobre esa asociación, muchos padres prefirieron no vacunar a sus hijos, lo que llevó al aumento de los casos de sarampión que podría ser mortal. También en las cuestiones ambientales hay opiniones exageradas sobre ciertos riesgos. Por ejemplo, los temores persistentes sobre los peligros de las cosechas modificadas genéticamente en Europa, a pesar de estudios que muestran que los riesgos son considerablemente menores de lo que se cree.
Aún aquellos de los que cabría esperar mayores conocimientos, como los médicos, los periodistas médicos o los financistas, con frecuencia caen en las mismas trampas que los demás. En un experimento, Gigerenzer pidió a 160 ginecólogos que interpretaran estadísticas básicas sobre las probabilidades de que una mujer padeciera cáncer de mama cuando su mamografía era patológica. Sólo el 21% respondió correctamente.
El problema, según muchos investigadores en neurociencia cognitiva y psicología, es que se emplean dos sistemas cerebrales para tomar decisiones. Uno es instintivo - opera desde el inconsciente y a menudo es manejado por las emociones. El otro es conciente y racional. El primer sistema es automático, rápido y muy eficaz en situaciones tales como caminar en una calle con mucha gente, lo que exige integrar información compleja de manera casi instantánea y ejecutar acciones muy practicadas. El segundo sistema es más útil en situaciones novedosas, tales como decidir sobre un plan de ahorro, lo que exige un análisis deliberativo.
Desafortunadamente, el primer sistema se suele imponer, aún cuando la deliberación podría haber sido más útil.
Es por ello que muchos investigadores piensan que es muy difícil intentar mejorar la toma de decisiones a través de la educación, donde predomina el sistema racional.
Dos de los escépticos más sobresalientes son Richard Thaler y Cass Sunstein, conocido economista el primero y profesor de Harvard y director de la Oficina de Información y Asuntos Normativos de la Casa Blanca el segundo. El libro de Thaler y Sunstein “Un pequeño empujón” (Nudge, 2008) insta a los gobiernos y las instituciones a dirigir las opciones de las personas de manera que mejoren sus vidas – enfoque al que ellos llaman “paternalismo libertario”.
Algunos ejemplos son incorporar automáticamente a las personas a los programas de donación de órganos a menos que opten específicamente por negarse; programas para disminuir el embarazo adolescente en los que las niñas reciben un dólar por cada día en que no se embarazan. En general, la idea de este enfoque es brindar incentivos y presentar la información de manera que aumente las probabilidades de que las personas tomen decisiones con buen criterio.
Gigerenzer está de acuerdo en mejorar la forma de presentar la información, por ejemplo mostrar las estadísticas de salud de manera más clara para el médico y para el paciente. Pero no acuerda con los que emplean exclusivamente el enfoque de Thaler y Sunstein, que no confía en la capacidad de las personas para aprender y razonar por sí mismas. Algunos, señala, atribuyen todas las decisiones incorrectas a procesos mentales que las personas no pueden controlar. Sostiene que numerosos indicios indican que se puede aprender a rediseñar la mente- o al menos aprender ardides cognitivos que contribuyan a que se puedan reconocer y compensar sus tendencias.
En la década de 1980, por ejemplo, Richard Nisbett y colegas, de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, descubrieron que media hora de entrenamiento en razonamiento estadístico mejoraba significativamente la capacidad de racionalizar los problemas cotidianos.
Daniel Kahneman de la universidad de Princeton y ganador del premio Nobel en economía por su trabajo de vanguardia sobre la psicología de la toma de decisiones, apoya de manera cautelosa el optimismo de Gigerenzer sobre la educación. “La intuición rige la toma de decisiones,” indica Kahneman.Sin embargo, señala que es posible mejorar el pensamiento crítico a fin de poder detectar mejor cuándo se podría cometer un error, para prevenirlo o corregirlo.
Investigadores hallaron que uno de los ardides cognitivos más eficaces es estudiar el problema desde la perspectiva de un extraño; considerar lo contrario de cualquier decisión que se esté por tomar y sopesar múltiples opciones simultáneamente en lugar de aceptar o rechazar una a la vez .Jonathan Baron, de la Universidad de Pennsylvania, y otros investigadores hallaron que algunas personas logran esto mucho mejor que otras. Una clave sobre el origen de las diferencias surge de las matemáticas. Las personas con aptitudes de razonamiento numérico pueden interpretar mejor los datos sobre situaciones de la vida real, como el funcionamiento y la calidad de los hospitales y los seguros de salud.
Ellen Peters, de Decision Research en Oregon, señala que aquéllos que emplean los números más eficazmente para la toma de decisiones lo hacen porque otorgan importancia emocional a los números y consideran que de alguna manera representan la realidad –lo que se conoce como “significado afectivo”.
Esto es lo que su colega Paul Slovic denomina “aprender a sentir los números”. Es partidario de enseñar a los niños a manejar los números dentro de un contexto, desde que aprenden a contar. Por ejemplo, los docentes deberían describir el número 10 como algo tangible –como ser 10 cucuruchos de helado – de modo que los niños puedan recordar el número en relación con el mundo real.
La meta de Gigerenzer es que estas ideas formen parte de la educación integral. Gran parte de su trabajo educativo está dirigido a los adultos que afrontan el riesgo en sus vidas profesionales. (médicos, periodistas y otros grupos de especialistas). “Tenemos toda una sociedad, incluidos los jueces y los médicos, que no está recibiendo preparación para el mundo tecnológico moderno que abarca muchas clases de riesgos,” manifiesta.
La clave, dice, es que las escuelas enseñen problemas estadísticos del mundo real - por ejemplo, calcular las probabilidades de que alguien con prueba de VIH positiva tenga realmente el virus o comparar los peligros de ir en moto en diferentes países. “Nuestro objetivo es que la estadística no se enseñe como una disciplina matemática, sino como una disciplina de resolución de problemas,” dice Gigerenzer.
Gigerenzer ha tenido cierto éxito: en muchos estados alemanes actualmente es obligatorio comenzar a enseñar análisis de datos y probabilidades desde el primer año y la idea también se está instalando en los Estados Unidos. “Sin embargo”-señala Gigerenzer, en casi todo el mundo se enseñan las matemáticas de la certeza, no de la incertidumbre.
Al final, es probable que tanto el enfoque educativo como el “pequeño empujoncito” sean importantes, ya que cuando se trata de tener mejores criterios, la gente- y las sociedades - necesitan toda la ayuda posible.
“Socialmente, puede ser más útil el “empujoncito”, pero las personas y las instituciones también quieren pensar con más claridad,” opina Max Bazerman, de Harvard.
Sunstein actualmente es asesor del presidente de los EE. UU. Barack Obama, con lo que su enfoque parece estar ganando capital político. La reforma del sistema educativo será más difícil.
Sin embargo, los niños de ocho años de la clase de Stuttgart que mencionamos, al finalizar la escuela estarán bien preparados para afrontar las incertidumbres del mundo moderno.
Comentario y resumen objetivo: Dr. Ricardo Ferreira

Hacer todo lo mejor que se puede, te brinda felicidad.

Era una mañana agitada, eran las 8:30, cuando un señor mayor, de unos 80 años, llegó al hospital para que le sacaran los puntos de un pulgar. El señor dijo que estaba apurado y que tenía una cita a las 9:00 AM.

Comprobé sus señales vitales y le pedí que tomara asiento, sabiendo que quizás pasaría más de una hora antes de que alguien pudiera atenderlo. Lo vi mirando su reloj y decidí, que ya que no estaba ocupado con otro paciente, podría examinar su herida. Durante el examen, comprobé que estaba curado, entonces le pedí a uno de los doctores, algunos elementos para quitarle las suturas y curar su herida.

Mientras le realizaba las curas, le pregunté si tenía una cita con otro médico esa mañana, ya que lo veía tan apurado.

El señor me dijo que no, que necesitaba ir al geriátrico para desayunar con su esposa. Le pregunté sobre la salud de ella.

Él me respondió que ella hacía tiempo que estaba allí ya que padecía de Alzheimer.

Le pregunté si ella se enfadaría si llegaba un poco tarde.

Me respondió que hacia tiempo que ella no sabía quien era él, que hacía cinco años que ella no podía ya reconocerlo.

Me sorprendió, y entonces le pregunté, '¿Y usted sigue yendo cada mañana, aun cuando ella no sabe quién es usted?'

Él sonrió y apoyando su índice en el dorso de mi mano, me contestó;

'Ella no sabe quien soy, pero yo aún sé quién es ella.'

Se me erizó la piel, y sentí ese vacío fuerte que se crea ante una intensa situación emocional mientras él se iba, y pensé,

'Ese es el tipo de Amor que quiero en mi Vida.'

El Amor Verdadero no es físico.

El Amor Verdadero es la aceptación de todo lo que es, ha sido, será y no será.

La gente más feliz no necesariamente tiene lo mejor de todo; ellos sólo hacen todo lo mejor que pueden.-

Ni retirarse ni vivir sin sentido

Investigaciones recientes muestran hasta qué punto tener un fuerte propósito de vida y el sentirse útil para sí y los demás generan mayor autoestima y mejor salud en la vejez. Sentirse incluidos es también reaseguro contra las discapacidades.

por Ricardo Iacub
Psicólogo, Profesor Tercera Edad y Vejez, UBA

En diversos momentos, y ante muy diversas circunstancias, el hombre se enfrenta con la creciente incertidumbre acerca del sentido de la vida, debiendo reflexionar no solo quién es sino hacia dónde va, revisando con ello su propia identidad.

El sentido de la vida fue, y seguramente será, una pregunta latente en el ser humano, ya que éste carece de una identidad única e inamovible, y esto lo lleva a errar tratando de hallar rumbos y significados acerca de sí. Estos significados, que muchas veces provienen, más que de una elección, de una expectativa de un rol sugerido socialmente, pueden ponerse en cuestión ante hechos que quiebren los cursos esperables de una vida, o ante momentos vitales como el envejecimiento, donde tanto los roles como ciertas representaciones personales suelen verse modificados.

De hecho, los adultos mayores tienen un sentido de desarrollo personal y propósito vital menor que los de otras edades (Ryff & Singer, 2002) así como sienten que pueden ser menos útiles a los otros (Rossi, 2004). Es allí donde la persona debe dar cuenta de los cambios al tiempo que reconstruir un nuevo sentido de vida. Una de las definiciones de sentido es el conocimiento de un orden que otorga coherencia y propósito a la propia existencia, persiguiendo objetivos y metas, que brinden una sensación de valor o utilidad personal y promuevan una mayor satisfacción vital y autoestima.

Es en este punto donde resulta importante reconocer la verdadera dimensión de la temática a partir de investigaciones recientes realizadas con adultos mayores. En diversos países como Francia, Japón y Estados Unidos se demostró que las personas que no se sentían útiles tenían mayores probabilidades de quedar discapacitadas; que quienes realizaban tareas de voluntariado social tenías dos veces menos posibilidades de morir en los siguientes 6 años; y que las personas que no se sentían útiles fueron quienes más experimentaron un incremento en los niveles de discapacidad y de mortalidad a lo largo del tiempo, a diferencia de los que nunca o raramente se sentían inútiles o improductivos.

El dato más concluyente es que aquellas personas mayores que no se sienten útiles tienen cuatro veces más posibilidades de discapacitarse o fallecer próximamente, que los que raramente lo sienten.

El sentirse útil aparece relacionado con lo que Krause (2009) sintetiza, desde un criterio más abarcativo, como el "fuerte sentido de un propósito en la vida", volviendo a encontrar que aquellos que lo poseen tienen menos riesgo de muerte próxima que los que no lo tienen. Este propósito genera en los adultos mayores una mejor percepción de su salud, una menor sensación de límites o declives en la funcionalidad y un estado de ánimo más positivo.

Asimismo, otro estudio (Greenfield, 2009) nos indica que se origina una sensación de crecimiento y desarrollo permanente y una mayor aceptación personal. La investigación agrega que el sentido vital se asocia con una percepción positiva del propio envejecimiento y con redes sociales fuertes y significativas.

Aun cuando no existe un motivo claro por el que se genere este correlato entre el sentido vital y un mejor estado de salud, diversas hipótesis recaen en que se produce una mejora del funcionamiento inmune.

Esta riquísima evidencia científica no puede dejar de convocarnos a pensar la vida como un desafío que nos lleva a sentirnos incluidos hasta el último momento sin que resulten admisibles, o al menos ya sabemos de sus efectos, las retiradas anticipadas o las vidas sin sentido.-

Prevenir el deterioro cognitivo: cuidar la mente

Demasiadas veces se relaciona la madurez con la pérdida de facultades mentales. Pero especialistas en el funcionamiento del cerebro como Tony Buzan aseguran que no tiene por qué ser así.

Las pruebas de coeficiente intelectual que comparan el rendimiento de mayores y jóvenes suelen dar una puntuación más alta a estos últimos por una simple cuestión de entrenamiento: los estudiantes están más habituados a resolver pruebas de este tipo que los que dejaron la escuela o la universidad hace varias décadas.

Sí es cierto que un cerebro joven tiende a resolver los ejercicios con más rapidez que uno adulto. Pero eso no es necesariamente negativo, ya que la lentitud está motivada por una experiencia que ha enseñado a la persona a filtrar más posibilidades antes de llegar a una respuesta.

A partir de cierta edad, sin embargo, un cerebro apelmazado por una actividad sedentaria, con muchas horas frente al televisor, empieza a ralentizarse y a tener problemas de memoria. Así como a los pacientes con una larga hospitalización les cuesta volver a caminar, porque han perdido tono muscular, también las facultades intelectuales requieren un entrenamiento diario. Para lograrlo, vamos a cuidar de nuestro centro de operaciones con un plan de antiaging.

Las monjas de Mankato

“Una mente perezosa es el taller del diablo” (Proverbios)

En su manual Tu cerebro más joven, Tony Buzan pone como ejemplo de longevidad intelectual una comunidad de monjas de un recóndito lugar de Minnesota (EE UU) llamado Mankato. Desde hace tiempo interesa a los investigadores del envejecimiento cerebral, ya que muchas de estas mujeres superan los 90 años y hay una cuantas centenarias, la mayor parte de ellas con una asombrosa agilidad mental.

Una monja de esta comunidad, Marcella Zachman, fue portada de la revista Life porque impartió clases hasta los 97 años. Otra hermana, Mary Esther Boor, no se jubiló de su trabajo hasta los 99 años.

El profesor David Snowdon, de la Universidad de Kentucky, investigó por qué entre estas mujeres hay un índice de demencia senil y otras enfermedades mentales muy inferior a la media. La respuesta es que las monjas de Mankato hacen todo lo posible para mantener la mente ocupada en su vida cotidiana. Compiten en concursos, resuelven pasatiempos y mantienen debates, además de escribir en sus publicaciones, dirigir seminarios y dar clases. Según Snowdon, el estímulo diario revitaliza los conectores del cerebro, que tienden a atrofiarse con la edad, haciendo que se ramifiquen y creen nuevos vínculos.

Estudiosos del cerebro humano han demostrado que la red neuronal del cerebro nunca es la misma, ya que, dependiendo de nuestra actividad, fortalecemos unas conexiones a la vez que debilitamos otras. Cada experiencia enciende su propio patrón de neuronas, por lo que el mapa cerebral cambia sin cesar.

Ésa es la buena noticia: puesto que el buen estado de los circuitos del cerebro depende de lo que hacemos con él, podemos evitar la pérdida de facultades mentales tonificando nuestra materia gris con retos y estímulos de calidad.

La regla de las 10.000 horas

“Lleva mucho tiempo llegar a ser joven” (Pablo Picasso)

En un libro del que se ha hablado mucho recientemente, Fueras de serie, Malcolm Gladwell postula la regla de las 10.000 horas. Según las estadísticas recogidas por el autor, es el tiempo que necesita aplicarse a una misma actividad cualquier persona para alcanzar la maestría.

Contrariamente a lo que se cree, el cerebro de un genio no es diferente del de alguien común y corriente, tal como se comprobó en la disección del de Einstein. Todos tenemos más talento para unas disciplinas que para otras, pero lo que distingue a la persona brillante del resto son esas 10.000 horas que ha dedicado a una misma cosa, sea el violín, la informática o la gestión de un negocio.

Esta regla también se aplica al rendimiento del cerebro. Según los neurólogos, cuando lo mantenemos ocupado a través de la lectura, la creación artística o el juego, aumenta la llamada memoria automática, que es la que nos permite hacer cosas sin pensar en ellas.

Es el caso del ajedrecista que, en los primeros compases de la partida, mueve sus piezas sin tener que cavilar. O el de un pianista de nivel que interpreta una compleja partitura mientras habla con alguien. Su esfuerzo y constancia les han procurado un seguro de vida para sus facultades intelectuales, que operan incluso sin que intervenga la conciencia.

Algunos ejemplos de que la agilidad mental no está reñida con la edad fueron Miguel Ángel, que dio luz a sus mejores obras de los 60 a los 89 años, hasta su último día de vida. Goethe terminó su obra maestra Fausto a los 82 años. Y un escritor más cercano a nosotros, José Saramago, sigue manteniendo a los 87 años una más que envidiable actividad literaria.

Su secreto tiene dos ingredientes básicos: trabajo e ilusión.

Las 7 claves de un cerebro joven

“Envejecer es un mal vicio que no se pueden permitir los que andan muy ocupados” (André Maurois)

Como no todo el mundo tiene tiempo o ganas de escribir novelas o de tocar el violín, vamos a ver las claves para mantener el cerebro joven a cualquier edad. Según el divulgador William Speed, hay siete cosas que todo el mundo debería hacer para que su centro de operaciones no vea menguado su rendimiento:

1. Ejercicio. Según los especialistas en terapias antiaging, el mejor tonificador del cerebro son las zapatillas de deporte, ya que mejora el ritmo cardiaco y, por tanto, la circulación de la sangre. Un cerebro bien irrigado mantiene en buen estado las conexiones entre las neuronas, que son esenciales para el pensamiento. Por tanto, el ejercicio suave suministra más sangre y oxígeno a nuestro tejido cerebral, evitando que se deteriore.

2. Buena alimentación. El consumo de alimentos ricos en antioxidantes –frutas y verduras, legumbres, frutos secos, té verde– no sólo ayuda a prevenir el cáncer, sino que neutraliza los temidos radicales libres que envejecen el cerebro. Una dieta demasiado grasa, además, puede derivar en presión arterial alta, diabetes, obesidad o colesterol, los cuales dificultan el riego sanguíneo también en el cerebro.

3. Aprender siempre. Aunque nuestra materia gris empieza a envejecer a los 30 años, un aprendizaje constante permite mantener la agilidad. Para ello debemos procurar a la mente ejercicios y nuevos desafíos.

4. Mantener la calma. Jeansok Kim, un investigador de la Universidad de Washington, asegura que el estrés puede dañar los procesos cognitivos como el aprendizaje y la memoria. En especial, el estrés crónico debilita la región del cerebro denominada hipocampo, donde se forma y consolida la memoria.

5. Dormir suficiente. Un estudio llevado a cabo en Harvard con estudiantes de matemáticas demostró que un buen descanso nocturno duplicaba la capacidad de los participantes para resolver problemas planteados el día antes. Esto se debe a que, mientras dormimos, el cerebro se mantiene activo y tiene tiempo de sintetizar lo que ha aprendido con anterioridad. La expresión “voy a consultarlo con la almohada” tiene, por tanto, mucho sentido.

6. Reír. El humor estimula la generación de dopamina, una hormona y neurotransmisor que nos hace “sentir bien”. La risa nos ayuda a relativizar nuestras preocupaciones, con lo que evitamos que nuestra mente se ancle.

7. Aprovechar la experiencia. Lo bueno de hacerse mayor es que atesoramos un archivo con millones de situaciones que nos proporcionan criterio. Esta información podemos aprovecharla para afrontar problemas –nuestros o de otras personas– para los que una persona joven no está preparada.

Juegos para el cerebro

“Los seres humanos no dejan de jugar porque envejecen; envejecen porque dejan de jugar” (Oliver Wendell Holmes).

En las farmacias se venden sofisticados complementos vitamínicos para nutrir nuestro músculo pensante, y las tiendas de productos naturales recomiendan ginseng para la vitalidad y gingko biloba para reforzar la memoria. Sin embargo, la mayoría de especialistas coinciden en que el juego es el protector número uno de las facultades mentales. La terapeuta Amber Hensley aconseja incorporar a nuestra rutina diaria alguna de estas actividades para mantener bien lubricada nuestra red neuronal:

• Juegos de mesa como el ajedrez, las damas, el dominó o las cartas, incluyendo los solitarios.

• Puzzles, mecanos y otros juegos de construcción.

• Crucigramas, sudokus o cualquier pasatiempo.

Para los que se aburren con esta clase de pasatiempos, aprender un idioma es una excelente manera de engrasar todos nuestros circuitos cerebrales, ya que implica ejercitar la memoria, entender nuevas estructuras y sintetizar reglas gramaticales.

Por supuesto, dos actividades como leer y escribir también resultan una gimnasia mental de primer orden, al igual que aprender a tocar algún instrumento musical.

Una actitud optimista será el complemento imprescindible para que nuestro cerebro sea un generador de creatividad en lugar de un pozo de lamentos. Alimentar la curiosidad y celebrar cada día que pasamos en el mundo es todo lo que hace falta para no retirarnos nunca del lado soleado de la vida. Como reza un proverbio irlandés, “nunca lamentes que te estás haciendo viejo, porque a muchos les ha sido negado este privilegio”.

¿Qué ocurre en el cerebro cuando se toma una decisión correcta?

La interacción entre el hipocampo y la corteza prefrontal, clave en este proceso cognitivo.

Elegir entre 'sí' o 'no'. ¿Qué nos impulsa a decidirnos? ¿Cuáles son los mecanismos que el cerebro emplea para ello? Poco se sabe sobre esta cuestión que tanto llama la atención a los investigadores, quienes, con el paso del tiempo, develan cada vez más pistas sobre este complejo proceso selectivo. Ahora, un nuevo estudio, revela que cuando se toman decisiones acertadas incrementa la actividad en el hipocampo.

Hasta el momento, la teoría dice que la corteza prefrontal desempeña un papel importante en la toma de decisiones. "Hace años estudiamos, en colaboración con colegas ingleses y americanos, a pacientes con lesiones frontales y llegamos a la conclusión de que el lóbulo prefrontal (sobre todo el derecho) estaba muy implicado en la correcta toma de decisiones", explica Juan Carlos García-Moncó, presidente del Comité Científico de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Ahora, por primera vez, un grupo de científicos de la Escuela Universitaria de Londres descubre que el hipocampo (una zona del cerebro relacionada con la memoria) y su interacción con el lóbulo prefrontal son claves para aprender a tomar decisiones.

"No es de extrañar que el hipocampo se active en este tipo de procesos cognitivos. Se encarga de archivar la información inmediata y ésta es muy importante a la hora de evaluar una situación (por ejemplo, una jugada de ajedrez) y tomar la siguiente decisión", argumenta José Antonio Portellano Pérez, profesor titular de Psicobiología de la facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y especialista en neuropsicología.

Hay que tener en cuenta, comenta el experto, que "cuando uno toma una decisión, integra todo lo aprendido en la memoria tanto de largo como de corto plazo, que está repartida por distintas áreas del cerebro. De ahí, la complejidad del proceso".

El principal autor de esta investigación, Dharshan Kumaran, afirma que, "probablemente, el hipocampo se encarga de crear y guardar conceptos básicos que después pasan a la corteza prefrontal, de donde se extraen y se utilizan cuando la ocasión lo requiere. Por ejemplo, en circunstancias en las que elegir una u otra opción puede poner en riesgo nuestro dinero". Además, los circuitos neuronales que envuelven al hipocampo también son responsables del uso de los conceptos básicos adquiridos en situaciones nuevas.

Los expertos llegaron a esta conclusión después de comprobar el funcionamiento cerebral de 27 participantes involucrados en el estudio. La principal prueba a la que se sometieron consistía en predecir, a través de imágenes expuestas en el ordenador, el tiempo atmosférico después de observar el cielo de la noche anterior.

Por un lado, se evaluaba la actividad cerebral a través de una técnica de neuroimagen (tomografía por emisión de positrones o PET), determinando así qué zonas funcionales experimentaban incremento de actividad. Además, se valoró si la estimación atmosférica realizada por los participantes era correcta o no. Finalmente, se concluyó que en las decisiones acertadas, el hipocampo mostraba mayor actividad. La acción de esta parte del cerebro permite tomar decisiones importantes sobre lo que se debe hacer en diferentes circunstancias.

Áreas poco exploradas

Así como se conocen perfectamente los mecanismos del lenguaje, no ocurre lo mismo con este proceso cognitivo. "Intervienen áreas poco exploradas y el nivel de complejidad es tal que no siempre son responsables las mismas zonas", puntualiza García-Moncó, quien añade que son necesarios más estudios que apunten en el mismo sentido para extraer conclusiones definitivas.

Según los expertos, estos hallazgos ayudan a descifrar qué estructuras cerebrales participan en las funciones cognitivas superiores (lenguaje, memoria, razonamiento...), como elegir entre varias opciones. La única implicación clínica que tiene, matiza el presidente del Comité Científico de la SEN, es que, "a nivel de dependencia, estos resultados ayudan a entender que una persona con determinadas lesiones cerebrales puede empezar a tener dificultades en la capacidad de decisión. Ayudan a entender enfermedades como el Alzheimer".- Laura Tardón

¿Cómo y por qué mentimos?

Mentir no es neutro y tiene fatales consecuencias para las relaciones interpersonales. La opinión de los expertos basados en la ciencia y no en creencias sin fundamentos.

Mentir es un acto consciente y deliberado, no un accidente como a menudo el mentiroso nos quiere hacer creer. Hay dos formas básicas de mentir: la primera es ocultar, y consiste en retener cierta información sin decir nada que no sea verdad. La segunda es falsear, y se basa en presentar la información falsa como si fuera cierta. El ocultamiento es pasivo, mientras que el falseamiento es activo. Desde esta perspectiva, la persona que oculta suele sentirse menos culpable que la que falsea, aunque en ambos casos las consecuencias pueden ser igual de perjudiciales para sus víctimas.

Por lo general, la gran mentira se teje con el tiempo. Se empieza con un engaño banal, al que sigue un segundo engaño algo mayor. No pasa nada, y el mentiroso no es detectado. Esto le da alas para cometer un engaño todavía mayor, en un proceso que no conoce límite hasta que comete algún error y es desenmascarado.

El mentiroso habitual se crece hasta que, creyéndose más listo que los demás, relaja el control y baja la guardia, momento en el que comete un desliz y es descubierto. Como afirma el profesor Ekman, “la práctica del engaño, así como el éxito reiterado en instrumentarlo, reducirá siempre el recelo a ser detectado”.

Mentir no es complicado. Lo que es complicado es aguantar una mentira en el tiempo. Alexander Pope decía que el que dice una mentira está obligado a decir veinte más para sostenerla, y Abraham Lincoln declaró en una ocasión que no tenía suficiente memoria como para ser un buen mentiroso. Cuando uno miente, puede tener preparada una buena explicación para quien le interpele, pero va a tener que recordarla porque en el momento menos pensado alguien volverá a preguntar, y si no somos rápidos en la respuesta, quedaremos en evidencia.

Además, en el curso de una mentira solemos improvisar respuestas a preguntas que no habíamos previsto, creando un montón de mentiras adicionales. Se requiere una habilidad prodigiosa para recordarlas a fin de evitar delatarnos.

Así pues, no es fácil que la mentira –especialmente la mentira reiterada– dure siempre. Sófocles afirmaba que “una mentira nunca vive hasta hacerse vieja”, porque el mentiroso no puede controlar ni esconder todas sus conductas. Parece haber también una relación entre el tiempo en que se aguanta una mentira y el número de gente a la que se quiere engañar, ya que a más gente por engañar, más posibilidades hay de cometer un desliz. Como dijo J. F. Kennedy, “se puede engañar a muchos poco tiempo, o a pocos mucho tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

Desenmascarando la mentira. La mentira se desenmascara por errores que comete el mentiroso. No hay garantía de que los cometa, sobre todo si la mentira se sostiene por un corto periodo de tiempo, con lo que no todas las mentiras necesariamente fallan. Pero lo normal es que lo haga. Aunque hay verdaderos “profesionales de la mentira” que evitan cualquier signo delator, la mayoría de nosotros cometeremos más bien pronto que tarde errores evidentes que desenmascararán nuestro engaño. Y aun en el caso de grandes mentirosos, nadie puede controlar todo lo que ocurre a su alrededor ni evitar que un suceso fortuito le delate.

Hay, según el profesor Ekman, dos indicios fundamentales del engaño: los indicios revelatorios y los indicios de comportamiento mentiroso. En el primer caso se trata de manifestaciones que hacemos sin querer y que ponen de manifiesto la verdad (por ejemplo, mentimos afirmando que estamos reunidos con el jefe, y a los tres días accidentalmente negamos haber hablado con él). En el segundo caso, el mentiroso, sin decir nada que le delate específicamente, se comporta de manera que revela que lo que nos está diciendo no es cierto.

Los indicios revelatorios son más fáciles de controlar que los de comportamiento. Saber lo que uno está diciendo es relativamente fácil, mientras que conocer lo que nuestra expresión verbal o facial revela es complicado. Además, la expresión facial está conectada con zonas del cerebro vinculadas a las emociones, que son de difícil control voluntario.

En la voz y en los gestos encontraremos grandes pistas para detectar la mentira. Dentro de los indicadores de voz, pausas demasiado largas o frecuentes, y vacilaciones al empezar a hablar cuando nos interpelan, nos han de poner en alerta. Y dentro de los gestos, un parpadeo inusualmente rápido o la incapacidad de sostener la mirada serán claramente delatores. El mentiroso puede hacer gestos muy elocuentes que contradigan lo que dice o reducir notablemente la gesticulación, señalando que inventa lo que dice.

Es importante tener en cuenta dos aspectos: el primero, que hay gente entrenada a lo largo de los años para mentir que no caerán en los errores obvios. El segundo, que la valoración de todas las expresiones corporales sólo puede hacerse en comparación con el nivel habitual del sujeto: si uno vacila habitualmente al hablar y no lo sabemos, podemos estar pensando que miente por un comportamiento que es natural en él.

Las pistas que no engañan y escapan del control del mentiroso son las relacionadas con la alteración fisiológica del cuerpo: respiración entrecortada, sudoración, enrojecimiento… pero aun así los mentirosos compulsivos aprenden a no sentir la tensión de estas reacciones.

A veces, sin darse cuenta, el que engaña da muchas más explicaciones de las solicitadas. Y otra técnica consiste en decir la verdad de forma inverosímil para que no se crea (por ejemplo, admito haber pasado la noche fuera no con una, sino con tres mujeres, y describo una gran cantidad de detalles de la fiesta).

CONSECUENCIAS DE LA MENTIRA.
Mentir no es neutro y tiene fatales consecuencias para las relaciones. La confianza se teje poco a poco, y se rompe con una sola mentira. Tras una mentira podemos obtener el perdón, pero seremos objeto de sospecha en adelante. Se necesitarán muchas verdades y mucho tiempo para volver a merecer la confianza de aquel a quien hemos mentido. Como afirmó Nietzsche, “lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti”.

EXPLICACIONES Y COARTADAS
1. un libro.
El psicólogo Paul Ekman (Washington, 1934) ha dedicado una buena parte de su trabajo de investigación a la mentira. En su libro ‘Cómo detectar mentiras’ (Paidós, 2005) nos ofrece una completa guía de cómo desenmascarar a los mentirosos, y en su página ‘web’ (www.paulekman.com) ofrece programas de entrenamiento para detectar las expresiones faciales.
2. una teleserie.
La serie ‘Miénteme’ (Antena 3) ofrece casos de investigación que son resueltos a partir de la capacidad de un grupo de expertos de detectar las mentiras a través de las microexpresiones faciales.
3. una película.
‘La cortina de humo’ es una excelente sátira sobre la mentira y el poder. Tras ser pillado ‘in fraganti’ en un desliz amoroso, el presidente de EE UU inventa una guerra en Albania para distraer a la prensa de su ‘affaire’.



Paul Ekman: Emociones (2)

Contrario a las creencias de algunos antropólogos culturales, como Margaret Mead, Ekman encontró que las expresiones faciales de las emociones no son determinadas culturalmente, sino que son más bien universales y tienen, por consiguiente, un origen biológico, tal como planteaba la hipótesis de Charles Darwin.

La comunidad científica de la actualidad está de acuerdo en que los hallazgos de Ekman son válidos. Entre las expresiones que él clasificó como universales se encuentran aquellas que expresan la ira, la repugnancia, el miedo, la alegría, la tristeza y la sorpresa. En cuanto al desprecio, o desdén, es menos claro, aunque hay evidencia preliminar en el sentido de que esta emoción y su expresión pueden reconocerse universalmente.[3]

Ekman describió "microexpresiones" faciales que, según demostró, pueden utilizarse para detectar las mentiras con cierto grado de confiabilidad, ello como parte del denominado Proyecto Diógenes. También desarrolló el Sistema de Codificación Facial de Acciones(en inglés "Facial Action Coding System" FACS) para clasificar todas las expresiones del rostro humano que sea posible imaginar. Ha publicado investigaciones acerca de una variedad muy amplia de temas dentro del ámbito del comportamiento no verbal. Sus trabajos acerca de la mentira, por ejemplo, no se limitaron a las expresiones del rostro, sino que se basaron en observaciones acerca del cuerpo humano en su totalidad.- Ferrán Ramón Cortés - El País-Madrid