Arrugas

ARRUGAS es un largometraje de animación 2D para un público adulto basado en el aclamado cómic del mismo título de Paco Roca (Premio Nacional de Cómic 2008). Arrugas narra la amistad entre Emilio y Miguel, dos ancianos recluidos en un geriátrico. Emilio, que acaba de llegar a la residencia en un estado inicial de Alzheimer será ayudado por Miguel y otros compañeros para no acabar en la planta superior de la residencia, el temido piso de los asistidos que es como llaman allí a los desahuciados. Su alocado plan tiñe de comedia y ternura el tedioso día a día de la residencia porque aunque para muchos sus vidas habían acabado, ellos acababan de empezar una nueva.

Personajes:

EMILIO
Un director de banco jubilado enfermo de Alzheimer, es llevado por su hijo a una residencia de ancianos. Confuso por su nuevo entorno y desorientado, sufre regresiones a etapas anteriores de su vida. Emilio encuentra un apoyo inesperado en Miguel, su compañero de habitación, y juntos utilizaran todo tipo de trucos para que los médicos no se den cuenta del progresivo deterioro de Emilio. En ésta lucha por seguir activos como personas y mantener su dignidad, los dos irán forjando una autentica y profunda amistad.

MIGUEL
Uno de los más veteranos en la residencia, este pícaro y desenvuelto timador mostrará a Emilio los distintos ambientes que existen en el interior de su nuevo hogar. Miguel, que ha querido siempre vivir sin ataduras emocionales, se ve forzado a ser testigo directo de la progresiva degeneración de su nuevo amigo. Envuelto en toda suerte de situaciones cómicas y esperpénticas por ayudar a Emilio, Miguel se va enfrentando a sus propios miedos y a las decisiones que han marcado su vida hasta ahora.

Ver la película completa en este link:
ARRUGAS, film de animación

Identidad Masculina: del trabajo a la jubilación


Identidad masculina:
Del trabajo a la jubilación
Theodore J. Gradman

El trabajo y la carrera profesional dominan la identidad de un hombre, dejándolo sin preparación para otras realidades como la jubilación.
La jubilación  se percibe a menudo como una meta vaga y distante y una recompensa por los años de intensa labor. Los hombres, a veces, planean el impacto financiero que ésto ocasiona, pero raramente reconocen su impacto psicológico.
La jubilación implica una serie de pérdidas, entre las que se destacan: colegas y soporte social (Ochberg, 1987), oportunidades de sentirse independientes y competitivos (Weiss, 1990), escenarios para arriesgarse al éxito o al fracaso (Filene, 1981; Willing, 1989) e ingresos monetarios. De esta manera, la jubilación amenaza el sentido de masculinidad del varón y muchos no se dan cuenta hasta que deciden jubilarse.
La percepción de una amenaza a la identidad masculina marca el comienzo de la adaptación a la jubilación (Gradman, 1990). Un hombre debe evaluar cómo retendrá su sentido de masculinidad al decidir cuándo y cómo jubilarse. Ninguna transformación ocurre de un día para el otro. Prioridades, metas y actividades del día a día necesitan ser gradualmente reformuladas.
La transición de la jubilación es un período ideal para estudiar la identidad masculina en la vejez. Aunque la mayoría de los sujetos en los estudios jubilatorios son varones, y la mayoría de los estudios se enfocan en metas y opciones de vida tradicionalmente masculinas (Szinovacz, 1982, Szinovacs & Washo, 1992), la experiencia de la jubilación o retiro laboral de los varones, ha sido poco abordada.
Este capítulo se enfoca al análisis de cómo los varones cambian de trabajadores  comprometidos  a jubilados.

Trabajo e identidad masculina
Históricamente, el prototipo del varón estadounidense era un estándar único frente al cual se medía a todos los hombres: blanco, heterosexual, de mediana edad, casado y buen proveedor (Bernard, 1981; Kimmel & Messner, 1992). Se esperaba de los varones adultos que se dedicaran a su trabajo como fuente de estatus, estabilidad e identidad. Los hombres jubilados, desempleados y otros que se alejaban del estándar normativo eran estereotipados negativamente y considerados psicológicamente padecientes (Ehenreich, 1983; Rubin, 1976).
La cultura estadounidense de la primera mitad del siglo XX acentuó roles distintivos para el varón y la mujer (Doyle, 1983; Pleck, 1981). Ser varón significaba trabajar, compartir la comunidad con otros varones trabajadores y mantener una familia. Estudios recientes revelan que el trabajo y sus recompensas siguen siendo preponderantes en la concepción de sí mismos que tienen los hombres hoy en día (Ochberg, 1987; Weiss, 1990).

Valores de masculinidad  
El trabajo respalda un sentido de masculinidad tanto de una manera clara y consciente como de formas que nos son menos evidentes. A través de la adultez, los hombres trabajan para obtener recompensas extrínsecas (monetarias y sociales) e intrínsecas (auto-expresión y realización).
El trabajo respalda la percepción de un varón de poseer estatus, capacidad y valía (Kosloski, Ginsburg & Backman, 1984); provee sustento, en tanto actividad productiva, ingresos, estatus, auto-realización y contacto social; crea múltiples oportunidades para verse poderoso, seguro de sí mismo y competente. Es decir, en términos generales, el trabajo permite a un varón cumplir con las actitudes y conductas “masculinas” esperables desde las normas sociales.
La primacía del trabajo es apoyada por diversas investigaciones que muestran que la mayoría de los varones se identifican antes que nada con su trabajo (Elder, 1974; Miller, 1965; Veroff & Feld, 1970; Weiss, 1990), usan su rol laboral para negociar sus espacios y tiempos en la familia, el ocio y la comunidad (Miller, 1965). Algunos hombres equilibran trabajo y roles familiares, pero la mayoría mantiene una gran inversión emocional en el trabajo (Ochberg, 1987; Veroff, Douvan & Kulka, 1981).
La ética del trabajo subyace a las creencias de muchos varones mayores respecto del significado de la masculinidad. La mayoría cree que si un varón trabaja mucho, usa el tiempo sabiamente y realiza sacrificios, alcanzará el éxito ocupacional y será rico (Benner, 1984; Gouldner, 1970). Históricamente, la ética protestante del trabajo equiparaba éxito con valor personal. De esta manera, los individuos que adoptaron esta ética en sus años de trabajo activo muestran una disminución, tanto de la actividad como de la satisfacción durante el período de la jubilación (Hooker & Ventis, 1984). Cuando el trabajo es percibido como un imperativo moral, el retiro y la jubilación infunden sentimientos de inoperancia y apatía.
La pérdida del trabajo amenaza el sentido de identidad del varón (Weiss, 1990). Por esta razón, los que se encuentran sin empleo, reportan sentimientos de inutilidad y marginalidad, independientemente del estatus previo que se pudo haber alcanzado. De la misma manera que el desempleo se vive con dolor, el fin del trabajo genera vivencias similares.
 A medida que se aproxima la jubilación, muchos varones se impacientan cuando perciben que dejan de ser los pilares de la familia (Ochberg, 1987; Weiss, 1990), o cuando pierden el escenario principal de logros, de competencia agresiva, estatus, poder y confianza en sí mismos. Debido a que los varones, a través del trabajo mantienen actitudes y conductas “apropiadas” en relación al género, la jubilación desafía el sentido de masculinidad.

La familia
A menudo los hombres perciben la jubilación como un ingreso al territorio femenino de la familia y el hogar (Willing, 1989). El ingreso en los dominios de su esposa y la pérdida de su propio espacio pueden generar una sensación de incertidumbre acerca de cómo conducirse como varón.
Muchos varones casados expresan la inquietud de que serán criticados por sus esposas una vez que sean observados más de cerca (Bikston & Goodchilds, 1989; Szinovacs, Ekerdt, & Vinick, 1992; Willing, 1989). Realizan más tareas hogareñas que antes pero se ven a sí mismos como “ayudando” a sus esposas en las tareas domésticas (Vinick & Ekerdt, 1992). Esta vivencia permite a los varones adherir a concepciones previamente mantenidas sobre la masculinidad, a pesar de que haya algunos cambios en su conducta. Sin embargo, la mayor parte de las tareas domésticas permanecen divididas según el género. Las mujeres básicamente continúan realizando las tareas dentro del hogar y los hombres se centran más en la jardinería y la reparación de electrodomésticos.
El cambio en las creencias que subyacen al ejercicio de las actividades domésticas  atribuidas al género es poco probable (Keith & Monk, 1984). Los hombres jubilados parecen adherir al código de conductas y actitudes del lugar de trabajo, aún cuando la jubilación los coloca en un territorio nuevo.  
Después de la jubilación los hombres continúan enfatizando los mismos atributos masculinos que antes. Se demandan fortaleza, decisión y poder (Solomon, 1982). Muchos temen sentirse inútiles a medida que menguan sus capacidades físicas, y suelen preocuparse por conseguir el respeto de su familia y la comunidad a medida que disminuyen las oportunidades de logros laborales (Rubinstein, 1986).


Identidad masculina y adaptación a la jubilación

Cambios en la masculinidad a fines de la edad adulta
La importancia del trabajo para la identidad masculina podría sugerir que la jubilación genera una ruptura, o al menos una marcada discontinuidad. Sin embargo el sentido de masculinidad de un hombre se desarrolla a lo largo de la vida adulta y a medida que se envejece. Hay tres elementos primarios en este proceso. El primer elemento es la continuidad de expectativas sociales sobre las conductas y actitudes “masculinas” (Sinnott, Rabin, & Windle, 1986). Los modelos de conducta están fuertemente reforzados y permanecen relativamente constantes a lo largo de la adultez (Rubinstein, 1986; Solomon, 1982). Las actitudes apropiadas al género, tales como la orientación instrumental (concentración en la realización del trabajo) y orientación analítica (confianza en la lógica del paso a paso) son enfatizadas frecuentemente por los varones mayores (Bem, 1974; Kaye & Monk, 1984; Solomon, 1982). Quieren ser vigorosos a pesar del declive físico, suprimir emociones, incluso luego de pérdidas, y mantener el control y la autoridad a pesar de la disminución de las responsabilidades de liderazgo (Rubinstein, 1986). Los hombres confían en su concepción de cómo es su masculinidad, lo que les ayuda a afrontar las transiciones y pérdidas del envejecimiento. El proceso de mantener una mirada coherente sobre uno mismo para afrontar el envejecimiento se conoce como continuidad (Atchley, 1971, 1972, 1989).
El segundo elemento es la emergencia gradual de características atribuidas a lo femenino que complementen las características atribuidas a lo masculino ya existentes (Levinson, Darrow, Klein, Levinson & McKee, 1978; Sinnott, Rabin, & Windle, 1986).
El ambiente de trabajo restringe la expresión creativa, protectora y emocional para la mayoría de los hombres jóvenes y de mediana edad (Filene, 1981). La jubilación suele resultar la primera oportunidad real de alejarse de los confines del mundo laboral, y cultivar estas características anteriormente no expresadas. Estas nuevas demandas hacia una mayor sensibilidad y conexión emocional en personas de edad avanzada reafirman a los hombres mayores el incremento de una mayor expresividad y de capacidad de cuidado (Levinson et al., Neugarten, 1968; Vaillant, 1977). Fletcher y Hanson (1991) notaron que los hombres que demuestran tanto rasgos atribuidos a lo masculino, de tipo instrumental, como rasgos atribuidos a lo femenino, con orientación al cuidado, forman y mantienen nuevas y positivas relaciones después de la jubilación. Esta integración de rasgos atribuidos a lo femenino y masculino, requiere la reconciliación con prohibiciones que derivan de expectativas sociales que para los hombres fueron reforzadas durante sus años laborales. Los rasgos atribuidos a lo femenino, que fueron ocultados, permiten equilibrar los rasgos atribuidos a lo masculino, a medida que el varón envejece y las demandas laborales se terminan.
El tercer elemento es el proceso biológico de disminución del vigor. Los andrógenos comienzan a disminuir en la mediana edad, resultando en una pérdida de cierta capacidad sexual, masa muscular, emisión de energía, y dominio (Brim, 1976; Vaillant, 1977). Juntas, la desaceleración biológica, la continuidad de las expectativas de género, y la aparición de nuevos modos de auto-expresión se vuelven la base del sentido de sí mismo como varón que tiene un hombre mayor.

Teorías de la adaptación a la jubilación:
Diversos modelos de adaptación a la jubilación enfatizaban discontinuidades a través de la de la vida de un hombre. Por ejemplo, el modelo de la desvinculación postulaba un retiro de los roles primarios de la adultez temprana y media, ya que un individuo se desvinculaba mediante la adopción de un estilo de resolución de problemas más pasivo, y volviéndose más egocéntrico durante la transición a la jubilación (Cumming & Henry, 1961). El modelo de la actividad proponía que la continuidad de los niveles de actividad luego de la jubilación era necesaria para un envejecimiento exitoso y que los hombres sustituían las actividades laborales por las actividades de ocio y de apoyo a la comunidad (Friedmann & Havighurst, 1954; Hochschild, 1978; Miller, 1965). Por el contrario, el abordaje de la continuidad de la identidad masculina en la adultez tardía, enfatizado en este capítulo, deriva del modelo más reciente de continuidad sobre el envejecimiento y la adaptación a la jubilación. (Atchley, 1971, 1972, 1989; Neugarten, Havighurst, & Tobin, 1968). La teoría de la continuidad no enfatiza la continuidad de los niveles de actividad, sino que postula una evolución de las características personales de un individuo en una situación de vida diferente. Una reducción en las expectativas, junto con una definición más amplia de éxito, permiten la continuidad del valor propio percibido (Atchley, 1989).

Etapas de la jubilación
Las adaptaciones psicológicas y sociales a la jubilación no ocurren abruptamente. El proceso de adaptación requiere varios años antes y después de que suceda, e incluye varias etapas (Atchley, 1976; Willing, 1989). La jubilación precisa de una decisión (o mandato del empleador), cantidades variables de preparación, un último día laboral, adaptación inicial a las condiciones de la jubilación y el establecimiento de un estilo de vida como jubilado a largo plazo (Atchley, 1976). Este estilo de vida puede incluir un trabajo ocasional, o de medio tiempo, que se relaciona a menudo con la carrera previa del hombre, a modo de enlace a la adaptación con el pasado (Kaye & Monk, 1984).
Los varones experimentan una fluctuación en su satisfacción con la vida durante la jubilación y pueden lidiar más efectivamente con algunas etapas que con otras (Stokes & Maddox, 1967). (*)

Las etapas de la continuidad en la transición a la jubilación
El incremento en la identificación con el trabajo después de la jubilación respalda el modelo de continuidad y desafía los modelos de discontinuidad. El éxito y el desempeño competente continúan como la percepción de una carrera que se terminó de una manera exitosa y dentro de una organización importante. Esta reafirmación provee la base para que la identidad masculina permanezca intacta.
   El modelo de continuidad sobre la jubilación no especifica pasos en el proceso, aunque la jubilación puede requerir un tipo similar de progresión al duelo, donde se pasa por etapas de conmoción, negación, tristeza y aceptación (Parkes, 1986, Atchley, 1976; Koloski, Ginsburg, & Backman, 1984).
La jubilación tiene paralelismos con un tipo anticipado de duelo porque es claramente previsto por la mayoría de los hombres. Las conductas de afrontamiento anticipatorio antes de la pérdida incluyen ensayos para un nuevo rol, siguiendo modelos a seguir y determinando cómo las capacidades actuales se ajustarán al nuevo rol (Pearlin, 1980). La mayoría de los hombres participa en actividades preparatorias cada vez más frecuentes antes de la jubilación (Evans, Ekerdt, & Bosse, 1985) para lidiar con la pérdida anticipada del trabajo.
   En el estudio antes citado, los hombres que han establecido una fecha de jubilación,  parecen estar bajo el mayor estrés. Al desprenderse del trabajo, para ensayar la pérdida del mismo, su sentido de masculinidad y bienestar sufren. Ellos perciben conexiones entre el trabajo y la masculinidad que antes no habían sido reconocidos. Este desprendimiento temporal es seguido por una aceptación de la pérdida, siguiendo el modelo de duelo de Parkes (1986) donde se mantiene la conexión con aquellos elementos satisfactorios y duraderos del trabajo. La relativa estabilidad entre la masculinidad y la identificación con el trabajo, después de la jubilación, refleja la integración de formas ya conocidas acerca del poder cumplir con expectativas satisfactorias sobre las actitudes y los comportamientos masculinos sin depender de la participación real en el trabajo (Gradman, 1990). Es probable que pérdidas subsiguientes ocurran más adelante, en la etapa jubilatoria. La identificación con el trabajo y otros elementos perdurables del sentido de masculinidad de un hombre lo asistirán al momento de afrontar estas pérdidas (Atchley, 1976; Willing, 1989).

Diversidad de la identificación con el trabajo en los hombres
La identificación con el trabajo es particularmente fuerte cuando las recompensas intrínsecas y extrínsecas del trabajo son altas. El acceso a las recompensas depende del estatus personal en el mundo laboral. Un estatus ocupacional más bajo puede dar lugar a una menor identificación con el trabajo. Las diferencias raciales o étnicas y el estado civil también afectan la percepción del hombre sobre su lugar en el mundo laboral.

Estatus ocupacional
Los trabajadores de cuello azul (obreros) ven la jubilación más positivamente que los trabajadores de cuello blanco (profesionales) y reportan una mayor satisfacción inicial en la jubilación (Kellams & Chronister, 1987). Los obreros enfatizan las recompensas laborales extrínsecas más que las intrínsecas y se encuentran de este modo menos involucrados emocionalmente con el trabajo (Dreyer, 1989, Filene, 1981). Los trabajadores de tipo intermedio, como los de puestos clericales, de ventas, capataces y trabajadores cualificados, encuentran un poco más de sentido intrínseco en el trabajo y tienen un nivel más alto de compromiso que los trabajadores no calificados, pero generalmente mantienen actitudes parecidas sobre la jubilación a la de los obreros, y reportan una satisfacción similar (Simpson, Back, & McKinney, 1966). Los profesionales y ejecutivos demuestran la actitud más negativa frente a la jubilación, derivada tal vez del mayor compromiso laboral y las mayores recompensas intrínsecas derivadas del trabajo.  A pesar de una mayor dificultad con el ajuste inicial, la satisfacción más tardía es, a menudo, mejor para el trabajador de cuello blanco (Loether, 1964; Stokes & Maddox, 1967).
Las razones propuestas para estas diferencias en el ajuste incluyen una mayor flexibilidad de rol, habilidad social, capacidad comunicativa y niveles generales de destreza que acompañen un estatus ocupacional más alto (Loether, 1964; Seccombe & Lee, 1986). Los hombres de estatus más alto tienen más control sobre sus ambientes de trabajo (Friedmann & Orbach, 1974); sienten mayor control sobre sus vidas, lo cual facilita una adaptación positiva a la jubilación (Walker, Kimmel, & Price, 1981). Los jubilados por obligación o por cuestiones de salud están menos satisfechos que aquellos que se retiran por voluntad (Crowley, 1985). Sin embargo, el acceso a los ingresos y a los recursos médicos y sociales puede ser el primer determinante del impacto del estatus ocupacional sobre el ajuste jubilatorio (Seccombe & Lee, 1886).

Raza y etnicidad
La mayor parte de las investigaciones sobre las diferencias raciales y étnicas en la jubilación aborda las diferencias entre blancos y negros. Si bien los negros parecen mostrar la misma satisfacción con la jubilación, sus ingresos son significativamente menores, así como lo son sus expectativas de longevidad y su preparación para la jubilación (Palmore, Burchett, Fillenbaum, George, & Wallman, 1985). Los negros y otras minorías también tienen un menor acceso a los planes formales pre-jubilatorios (Ferraro, 1990). Los negros son más propensos a tener que trabajar después de jubilarse y menos propensos a verse a sí mismos como “jubilados” (Gibson, 1993). Esto parece ser cierto incluso entre profesionales (Richardson & Kilty, 1992). Los profesionales negros que socializan fundamentalmente con colegas y tienen un alto compromiso con el trabajo, evitan la planificación para la jubilación, similar a los profesionales blancos (Richardson & Kilty, 1992). Hay escasa evidencia para sugerir que los hombres negros experimentan el compromiso laboral de modo diferente a los hombres blancos. Su acceso más limitado a los recursos y el estatus ocupacional previo parecen ser los determinantes primordiales de las diferencias en la satisfacción con la jubilación.

Estado civil
El estado civil modifica aún más el ajuste a la jubilación. El trabajo puede ser especialmente importante para el hombre soltero, ya que sería una forma de compensar las carencias que genera estar sin pareja (Ward, 1979). Los individuos sin pareja buscan mayor validez social por parte del trabajo que sus pares con pareja, y así son más sensibles a su reputación como trabajadores (Veroff, Douvan, & Kulka, 1981). El trabajo provee una mayor conexión con la comunidad y oportunidad para el contacto social. Los hombres solteros con un compromiso laboral incrementado pueden hallar más difícil la decisión de jubilarse y más deseable el empleo continuado (Rubinstein, 1986; Ward, 1979). Un estudio longitudinal de 1.398 individuos solteros no justificó totalmente esta afirmación, aunque no había grupos control de casados (Keith, 1985). Otro estudio halló que los hombres solteros se enfocan más en el ocio que los casados a medida que se aproxima la jubilación (Veroff, Douvan, & Kulka, 1981), tal vez para encontrar un sustituto a la realización del trabajo y para mantener las relaciones sociales. Entre los sin pareja, la actitud hacia el trabajo y la jubilación es independiente del estatus socioeconómico y de la raza (Keith, 1985, 1989). Careciendo de la capacidad para cumplir ciertas expectativas de la conducta masculina (matrimonio y provisión a la familia), los hombres no casados parecen concentrarse en actividades laborales y pasatiempos como un medio de aumentar la autoestima. Podrían experimentar una angustia o distrés particulares cerca de la hora de jubilarse, pero también podrían ganar seguridad/confianza debido a su mayor repertorio de actividades de tiempo libre.

Cohorte
Hasta ahora, los estudios sobre la jubilación han examinado sujetos que eran adultos jóvenes antes de la revolución sexual y los movimientos feministas. En los años intermedios, han ocurrido muchos cambios en las expectativas del compromiso laboral y la conducta masculina apropiada en el trabajo y el hogar. Cohortes más jóvenes de hombres pueden tener un patrón de identificación con el trabajo en la adultez totalmente diferente. La naturaleza de este patrón estará determinada sólo cuando estas cohortes sean lo suficientemente viejas para un estudio de toda la vida.

Resumen de las diferencias de los grupos
Los científicos sociales han comenzado a abordar sistemáticamente el impacto del estatus ocupacional, etnicidad y estado civil en la transición a la jubilación, desde las actitudes pre-jubilatorias a la satisfacción post-jubilatoria. El efecto más visible ocurre en las opciones de planificación pre jubilatoria y los recursos monetarios, médicos y sociales post jubilatorios.
La identificación con el trabajo puede ser menos intensa en niveles ocupacionales más bajos y con individuos más alejados del centro de poder en el mundo laboral. El haber puesto el foco sólo sobre el propio trabajo, como la fuente primaria de la identidad de un varón, puede disminuir el cambio inicial que genera entrar en la jubilación. Aunque cuando la menor identificación está vinculada con menores oportunidades y diferentes tipos de habilidades, un hombre puede verse constreñido en su capacidad de crear una vida jubilatoria que enriquezca el sentido de sí mismo.

Conclusión
El éxito en el lugar de trabajo va en paralelo con el éxito en el cumplimiento de las expectativas sociales para la conducta masculina. Como las recompensas son obtenidas en el ámbito laboral, el hombre invierte psicológicamente en el trabajo, el que a su vez genera este tipo de recompensas. Es decir que a cada paso, la identidad masculina es cultivada.
A medida que el hombre envejece, los procesos de maduración y envejecimiento dan lugar a una modificación en las conductas atribuidas a lo masculino y ciertos referentes biológicos.  Las cualidades masculinas que disminuyen con los cambios biológicos incluyen agresión, vigor y dominancia (Brim, 1968; Vaillant, 1977). Las cualidades masculinas que permanecen estables o aumentan como función de la continuidad psicológica incluyen actitudes como la orientación instrumental y la orientación analítica (Kaye & Monk, 1984). Las cualidades atribuidas a lo femenino que emergen con la maduración y las presiones sociales incluyen la auto-expresión y la sociabilidad (Levinson et al, 1978; Neugarten, 1968; Vaillant, 1977). Esta progresión de cambios no es inquietante hasta que el hombre decide jubilarse, es allí donde se da cuenta hasta qué punto su sentido de masculinidad ha sido respaldado por el trabajo.
A posteriori que un hombre decide jubilarse, puede cuestionar el sentido de autoridad, auto-confianza y competencia que ha ganado en los años de trabajo. Se desprende del trabajo para prepararse para la jubilación, pero el lugar de trabajo aún espera productividad y un impulso de competitividad. Se siente preocupado acerca del cambio del territorio masculino tradicional del lugar de trabajo por el reino tradicionalmente femenino del hogar. Puede anhelar liberarse del constreñimiento del trabajo de todos los días, pero se preocupa sobre cómo mantener el respeto en su nuevo rol.
La jubilación intensifica la amenaza de desintegración física y psicológica que acarrea el envejecimiento (Antonovsky & Sagy, 1990). Una nueva integración de fuerzas es necesaria para mantener la vitalidad luego de la jubilación. Toda la carrera de un hombre y sus afiliaciones profesionales deben ser internalizadas de forma segura a fin de renovar y estabilizar su sentido de masculinidad.-



(*) Un estudio de la identidad masculina y la jubilación
Un estudio reciente examina a hombres que tuvieron éxito en diferentes etapas de la jubilación, y aísla los determinantes psicológicos de las decisiones tomadas en esta etapa, separándolas de otros factores como la salud, las finanzas y la edad (Gradman, 1990). Este estudio fue parte de uno más amplio, de tipo longitudinal, sobre el proceso psicológico-social de la transición a la jubilación (Bikson, Goodchilds, Huddy, Eveland, & Schneider, 1991).
La identificación del trabajo y la identidad masculina se midió en 76 varones que se desempeñaban o se habían desempeñado en una gran empresa y que se encontraban en diferentes momentos del proceso pre y post jubilatorio. Entre los que tenían que jubilarse: 11 empleados no tenían una fecha establecida; 8 empleados, con uno a tres años; 7 empleados, con menos de un año. Entre los ya jubilados: 11 estaban dentro de los 18 meses posteriores a dejar el empleo; y 39 pasados los dos años (Gradman, 1990). Estos subgrupos de empleados y ex empleados tal vez no simulen completamente cómo un hombre progresa hacia la jubilación, sin embargo, la mayoría de los hombres predicen bien sus fechas de jubilación y progresan desde la no decisión, hasta decidirse por una fecha lejana para prepararse para la jubilación inminente (Ekerdt, Vinick, & Bosse, 1989). Los sujetos en este estudio eran “hombres exitosos” porque tenían elevado estatus y estabilidad en múltiples áreas, incluyendo carrera, finanzas, salud, redes sociales y relaciones íntimas (Bikson & Goodchilds, 1989). Eran relativamente saludables y podían tomar una decisión voluntaria basados más en necesidades psicológicas individuales que en los ingresos o asuntos de salud. La edad promedio fue de 64,1 años. El rango iba de 57,4 a 74,1 años para los trabajadores y de 58,7 a 72,1 años para los jubilados/retirados, mostrando gran superposición.  Los análisis fueron esencialmente equivalentes ya fuera que la edad se controlara o no y el mínimo efecto de la edad permitió enfocarse en la etapa jubilatoria.

Mediciones
La identificación con el trabajo y la identidad masculina fueron evaluadas durante un seguimiento del estudio longitudinal mayor (ver Gradman, 1990, para detalles). Se establecieron diversas escalas, empíricamente validadas, para poder analizar el compromiso laboral:
La identificación con el trabajo mide el grado de compromiso de un varón con su trabajo y el nivel de las capacidades involucradas. Su análisis es multidimensional; el involucramiento en el trabajo se refiere a la importancia del trabajo específico para la auto-imagen de un hombre; el compromiso profesional describe la importancia del trabajo y de la carrera en la vida de cada uno; el compromiso organizacional se refiere a la identificación de un individuo con una organización en particular y con sus objetivos.
Las escalas fueron utilizadas para medir cada uno de estos conceptos independientemente (por ejemplo, “considero mi trabajo como central a mi existencia”, o “encuentro que mis valores y los de mi empresa son muy parecidos”). El grado al que a un hombre le gusta o disgusta su trabajo también se asocia con la identificación con el trabajo, y ello fue medido por la Escala de Satisfacción con el Trabajo (Hackman & Oldham, 1975). Finalmente, la adhesión de un hombre a las actitudes de la ética laboral también está estrechamente relacionada con la identificación con el trabajo, y su ideología del trabajo fue medida por cinco ítems de la Escala de Ética Laboral  (Work Ethic Scales) (Mirels & Garrett, 1971; por ejemplo, “Un disgusto por el trabajo pesado generalmente refleja debilidad de carácter”).
   La identidad masculina también es multidimensional. Reconociendo que la jubilación es un período en el cual la identidad de un hombre es vulnerable, la escala de Estrés de Rol de Género Masculino de Eisler y Skidmore (1987) (MGRS: Masculine Gender-Role Stress) fue seleccionada para medir el distrés percibido por hombres en el proceso jubilatorio y en situaciones específicas relacionadas con las expectativas de género tradicionales (por ejemplo, “ser superado en el trabajo por una mujer”; “ser ignorado para un ascenso”). Preguntas parecidas acerca de situaciones que requieran agresividad y competitividad fueron adicionadas para reflejar estas características masculinas esperadas. Además, una medida de rasgo de masculinidad auto-reportada, la escala M del Cuestionario de Atributos Personales (PAQ: Personal Attributes Questionnaire) (ver Spence, Helmreich, & Stapp, 1974), fue incluido para complementar el específico MGRS de la situación con una auto-calificación de competitividad, decisión, confianza y otros rasgos estereotipadamente masculinos.
   El ajuste a la jubilación fue evaluado por la medición de un solo ítem (del estudio amplio) que interrogaba a cada sujeto sobre qué tan bien él se había ajustado (o se ajustaría) a la jubilación. El bienestar general fue evaluado por dos escalas que se repitieron a lo largo del curso del estudio. La Escala de Afecto Positivo General (Veit & Ware, 1983) mide felicidad (por ejemplo, “Generalmente disfruto las cosas que hago”). Una versión sintetizada (Hays & DiMatteo, 1986) de la Escala de Soledad de la UCLA (Russell, Peplau, & Ferguson, 1978) mide angustia/distrés (por ejemplo, “me siento aislado de los demás”).

Mente activa y vejez

¿Qué tienen en común Borges, Picasso y Carlitos Chaplin? 

Entre otras cosas, que los tres llevaron una vida intelectual plena hasta edades avanzadas. Ahora, los científicos sugieren que ellos podrían haberse ganado ese privilegio. El estudio fue realizado por la Universidad de Gales del Sur, hace ya varios años, y muestra que mantener una actividad mental intensa y compleja a lo largo de la vida disminuye a casi la mitad el riesgo de demencia en la vejez.
El trabajo, publicado en la revista científica Psychological Medicine, analiza el papel que la educación, la complejidad laboral y los estilos de vida estimulantes tienen en la prevención del deterioro mental asociado con la edad, e integra datos de 29.000 individuos, recogidos en 22 estudios en todo el mundo. Se lo considera la primera revisión amplia de un tema que desde hace años intriga a los especialistas en neurociencias: el de la "reserva cognitiva"; es decir, la capacidad de crear algo así como una "cuenta de ahorro" neuronal que ayuda a afrontar la impiadosa declinación que nos impone el tiempo.
"Es un caso de «úselo o piérdalo» -comentaba en una comunicación de la Universidad el principal investigador del trabajo. Parece que si usted incrementa su «reserva mental» a lo largo de la vida, disminuye su riesgo de mal de Alzheimer y otras enfermedades degenerativas." Según el científico, la conclusión es que en los individuos con gran reserva cognitiva el riesgo de demencia es un 46% menor. Todos los estudios analizados coincidieron en que las actividades estimulantes, aunque se practiquen tarde en la vida, están asociadas con un efecto protector.-

Los mayores que nadan, benefician su salud y estado de ánimo

La natación es un deporte en el que participan casi todos los grupos musculares del cuerpo. Es, por tanto, una de las mejores y más completas actividades que podamos practicar.

Excelente para el sistema cardiovascular y respiratorio y para la fuerza y la resistencia muscular, incrementa la flexibilidad de las articulaciones, tonifica el cuerpo, lo relaja y, además, ayuda a perder peso.
La natación, así, resulta muy apropiada y beneficiosa, siempre que se adopten las debidas precauciones, especialmente las personas aquejadas de problemas motrices, ya que en el agua el peso del cuerpo parece aligerarse. Antes de comenzar a practicar cualquier deporte, y la natación no constituye excepción a la regla, se recomienda consultar con el médico y someterse a un reconocimiento para que el nadador calibre hasta dónde puede llegar en su esfuerzo.

 

El agua, entre 32 y 34 grados

La temperatura corporal varía en las distintas zonas del cuerpo: en las ingles, axilas y la boca es de 36,5 grados, mientras que la temperatura rectal alcanza los 37 grados. No obstante, nuestra temperatura cambia y es diferente en cada persona y etapa de la vida. También la temperatura de la piel difiere de acuerdo con factores externos tales como la presión sanguínea o la sudoración. Resulta interesante conocer la temperatura apropiada del agua de la piscina en la que nadan personas de la tercera edad y la influencia que ejercerá la temperatura ambiente en estos usuarios. Se considera muy fría el agua entre 4 y 18 grados, fría de 18 a 24 grados, tibia de 29 a 38 grados y caliente de 38 a 42 grados. Cuanto mayor sea la temperatura del agua, mayor será asimismo la deshidratación del nadador, por mínima que parezca su actividad.
La temperatura ideal para el desarrollo de una actividad acuática es entre 32 y 34 grados en invierno y dos grados menos en verano, aunque pueden mantenerse las mismas temperaturas para ambas estaciones. Fuera de estos valores, se perjudicará el rendimiento del alumno y no se logrará un clima agradable para la práctica de la natación.
La temperatura ambiente también influye, y si no se muestra acorde con la del agua y la del ambiente exterior puede causar la desafección hacia un deporte tan beneficioso como la natación. Por ello, la temperatura de las instalaciones en que se ubica la piscina ha de situarse cerca de los 30 grados. Si la combinación de temperaturas fallara, el alumno de edad avanzada correría el riesgo de acusar esta circunstancia, incluso enfermando.

 

Respiración por la boca

La respiración es fundamental. El nadador debe saber que el aire se toma por la boca y que dentro del agua se exhala también por la boca. Si se respira por la nariz, quedan en los orificios nasales partículas de agua que al inspirar producen una sensación desagradable, e incluso alteran el ritmo respiratorio y provocan tos. Sin embargo, no es recomendable que el alumno aspire profundamente por la boca, porque puede ocasionar una hiperventilación y, como consecuencia , mareos. Se recomienda, por tanto, que el practicante respire con normalidad, como lo hace habitualmente.

 

Apertura de los ojos bajo el agua

Si el nadador no ve por dónde nada o qué hace en el agua, pueden surgir inconvenientes, como cambios de trayectoria de la flotación, tensiones inadecuadas, temores... En caso de que el alumno manifieste dificultades visuales, como por ejemplo irritabilidad, se aconseja el uso de gafas de buceo. Las más convenientes son las anatómicas con neopreno en la zona de apoyo sobre la zona ocular.

 

El crol, el mejor estilo

El primer contacto con el agua consistirá en realizar ejercicios de flotación para perder el miedo, ya que puede ocurrir que no se haya nadado desde hace años.
Adaptación a la sensación de profundidad: es importante que al principio se trabajen las zambullidas e inmersiones. Cuando el practicante se sienta más seguro, podrán desarrollarse totalmente las demás técnicas en la piscina.
  • Crol: permite desarrollar altas coordinaciones en una posición hidrodinámica muy favorable para el nadador.
  • Espalda: desarrolla coordinaciones diferentes y complementarias al crol. Braza: aporta al nadador mucha seguridad porque el cuerpo no se desequilibra, la propulsión es simétrica y proporciona un dominio mayor del cuerpo, pero debe practicarse con precaución porque se pueden producir molestias lumbares (vascularización de la pelvis) y tensiones cervicales provocadas por la respiración.
  • Mariposa: no es óptimo para personas mayores debido a la fuerza y los movimientos de columna que exige, y porque en esta modalidad el cuerpo trabaja con más deuda de oxígeno (anaerobiosis), desaconsejable en la vejez.

 

Ventajas de la natación en los mayores

  • Favorece la actividad del sistema cardio-respiratorio muscular.
  • Posibilita mover el cuerpo en el agua y favorece la actividad física en personas obesas, con patologías en columna y en aquellas que fuera del agua tienen dificultades para actividades deportivas, en quienes necesitan rehabilitación cardíaca o motriz...
  • Permite abandonar el sedentarismo y desarrollar, sin un gran desgaste energético, una actividad que produce placer y brinda la oportunidad de superarse y de lograr confianza en uno mismo.
  • Ejerce efectos hidroterapéuticos y mejora los síntomas de enfermedades de carácter óseo, articular, muscular, motriz, etc., de manera que proporciona una gran sensación de bienestar.
  • No descuidar al alumno ni al grupo.
  • Vigilar los posibles riesgos que siempre entraña una piscina.
  • No generar dependencia. Si el alumno necesita ayuda permanente del profesor, un compañero o un elemento de flotación, será difícil que progrese cuando desaparezca ese apoyo.
  • Si el alumno no experimenta por sí mismo, no podrá llegar al objetivo de aprender a nadar y terminará frustrado, abandonando la actividad.
  • Trasmitir seguridad hacia los que ayudan a sus compañeros.
  • El monitor no debe reprender, porque condicionará negativamente y limitará al alumno. El estímulo ha de ser siempre positivo.
  • Evitar los movimientos bruscos de la columna vertebral y las tensiones cervicales y lumbares.
  • No a las apneas ni disneas. La alteración del ritmo respiratorio en alumnos de tercera edad es nociva: se cuidará que el alumno respire con normalidad y que lo haga siempre por la boca.
  • Generar un clima donde todos se sientan bien, desde quien practica la natación con mucho esfuerzo hasta quien lo hace sin apenas ninguno.
  • Respetar los tiempos del alumno.
  • Preguntar al alumno. Es importante para dosificar los esfuerzos.