Miedo a la vejez

Por Pacho O'Donnell

El autor dialoga con la pensadora italiana Dacia Maraini sobre la implicancia del paso del tiempo en las personas y su inserción en la sociedad. La valoración de la ancianidad por las distintas culturas a través de la historia.

Según Chautebriand, “la vejez es un naufragio”. Hoy se considera que la vejez comienza entre los 65 y los 75 años, aunque el límite fluctúa según la sociedad a la que el individuo pertenezca y sus modelos culturales e institucionales.
Siempre ha habido ancianos, pero las sociedades antiguas incorporaban a los ancianos al grupo de los adultos, es decir, a quienes trabajaban. Al no existir edad legal para el retiro no reconocían la vejez como tal. El anciano era para esas sociedades sólo un adulto de más edad.

Entre los incas, hasta los 78 años los hombres estaban integrados en la comunidad de trabajo, de acuerdo con sus posibilidades físicas. Todos trabajaban, en tanto la salud se los permitiera, y se consideraba vergonzoso ser acusado de holgazanería. La mendicidad estaba estrictamente prohibida. Después de esa edad sólo debían ocuparse “de comer y dormir”. Entonces eran tomados a su cargo por la comunidad, que trabajaba para ellos su tierra, les suministraban grano y les fabricaban vestidos y calzados. Además a partir de los 50 años, los súbditos del Inca estaban eximidos de pagar impuestos.
La mayor edad era, para las sociedades antiguas, signo de mayor experiencia. Y el anciano recibía el respeto y consideración correspondientes a su función social. Lo mismo ocurre aún en sociedades tradicionales como las del sureste asiático o del África central. Sin embargo, a medida que estas sociedades son penetradas por la cultura occidental y la ideología del progreso, la situación privilegiada del anciano va desapareciendo. En particular, la aparición de la escritura en estas sociedades ha significado un golpe a la transmisión oral que era privativa de la ancianidad. “Cuando un viejo muere, se quema una biblioteca” (refrán africano).

Cuando las sociedades primitivas eran comunidades de escasez, esto es, de economía precaria, cuando el anciano se transformaba en una carga para los suyos, podía ser abandonado o sacrificado. Heródoto, en el siglo V antes de nuestra era, refiere la costumbre entre algunos pueblos del norte del Cáucaso, de inmolar a los ancianos enfermos o achacosos y, a menudo, canibalizarlos. En forma análoga, en épocas mucho más cercanas, entre los habitantes del Norte siberiano los viejos que ya no podían cazar solían suicidarse. Y los ojibwa (junto al lago Winnipeg), así como los siriono (en la selva boliviana), acostumbraban abandonar a quienes se volvían inútiles por sus deficiencias físicas o mentales. Los mongoles, por su parte, respetaban a los viejos de buena salud, pero mataban por asfixia a los otros.

En las comunidades antiguas que tuvieron la alimentación y la supervivencia relativamente aseguradas, los viejos gozaron de una situación envidiable: honrados y respetados en virtud de su saber y de su función social. El término árabe “shaikh” (en castellano “jeque”) , que designa al jefe, significa también “viejo”. Entre los persas los hombres mayores de cincuenta años, en cada ciudad, juzgaban los asuntos públicos y privados, distribuían los cargos y podían pronunciar condenas a muerte. La institución de atribuciones legislativas y judiciales a los ancianos apareció con muy pocas diferencias entre los fenicios, asirios y babilónicos, entre otros.

En los textos más antiguamente redactados de la Biblia se reconocen las debilidades y los límites físicos de la vejez, pero sin pesadumbre ni amargura. El libro de Josué presenta por ejemplo a Caleb, afirmando tener a sus 85 años el vigor de un joven. En el Génesis leemos que Abraham “murió en buena ancianidad, viejo y lleno de días”. De Gedeón se dice que “murió después de una dichosa vejez”. Pero ya el libro de Samuel es menos optimista: Barzil-Lai, el galaadita, se queja: “Ochenta años tengo. ¿Puedo hoy distinguir entre lo bueno y lo malo? Tu siervo no llega ya a saborear lo que come o bebe, ni alcanza ya a oír la voz de los cantores y cantoras”.

En “Edipo en Colono”, Sófocles escribe: “Lo mejor que podría sucederle al hombre sería no nacer; en segundo lugar, tener la dicha de volver lo más pronto posible a la nada de la que seguramente salió. Tan pronto llega la juventud, trayendo con ella la imprudencia y la insensatez, ¡cuántos trabajos y preocupaciones se abalanzan sobre ella! Crímenes, discordias, querellas, combates y envidia; y llega por fin la vejez, la odiosa vejez, débil, inaccesible, sin amigos, que concentra en ella todos los males”.
H. Bonardi propone el concepto de “vida remanente” para la etapa que se abre al individuo después de los 60 años. En esa etapa vital “todo es más casual, menos riguroso, existen menos imperativos con origen en el entorno, y hay grados mayores de libertad para asumir la vida cotidiana... Es como haber recibido un premio: el de arribar al cuadro de honor de la madurez y encontrarse con ganas de vivir... Por eso, durante mi vida remanente quiero vivir experimentando y aprendiendo, como si todo transcurriera a la intemperie y pudiera entretenerme con techos sutiles que, por lo demás, se encuentran al alcance de todos... No aspiro más que a un entorno tolerante con el cual interactuar”.

Ese entorno tolerante no es lo habitual. Nuestra cultura privilegia un modelo de “vida plena”, identificada con la juventud, la rapidez, la eficacia y la productividad. Por eso, los individuos de nuestra sociedad no están dispuestos, emotiva y afectivamente, para asumir la tercera edad como una etapa de crecimiento y autodesenvolvimiento. Verán la vejez con temor y harán todo lo posible por negar o postergar su ingreso a ese estadio.
Sobre este tema conversé con la escritora italiana Dacia Maraini, quien fue compañera del gran novelista Alberto Moravia durante muchos años.


P.O.: Se comienza a envejecer cuando se nace. Algunos griegos decían ser muriente y no ser viviente.

D.M.: Creo que piensan en la vejez más los niños y los jóvenes que los viejos, que de algún modo la olvidan.

P.O.: ¿Tienen más miedo los jóvenes que los viejos?

D.M.: No es miedo, es un misterio que les preocupa, les angustia. La droga, los deportes extremos, todas las formas de desafíar el peligro, en el fondo es porque les preocupa la muerte. Entonces la quieren enfrentar. Un anciano tal vez se construyó un espacio, una casa, y está allí, no piensa tanto.

P.O.: La sociedad actual se centra en la juventud. La vejez no es protagonista.

D.M.: No, en efecto. La vejez pierde valor. Mientras que en las sociedades antiguas la vejez era un valor de experiencia, de conocimiento, de inteligencia. En cambio, ahora, la vejez es casi desechable.

P.O.: En la Biblia, cuando Dios ordena a Moisés ir al exilio, le dice que convoque a setenta ancianos para compartir con ellos la carga del pueblo y así no tendría que llevarla él solo. Eran portadores del espíritu divino y guías del pueblo. Formaban una especie de honorable consejo de sabios alrededor del jefe.

D.M.: La religión nace hablando de igualdad, sobre todo la religión cristiana, que todos los hombres son iguales, todos tienen un alma, pero al avanzar, la religión poco a poco se “patriarcaliza”, se convierte en los padres. Se convierte en los grandes obispos.

P.O.: Existe una pirámide vaticana en la que la vejez se convierte en un valor absoluto, con los papas. El Papa actual fue elegido a sus 76 años.

D.M.: Sí, pero hoy 70 años es poco.

P.O.: Pero en otro momento esa edad era mucho. Era el umbral de la muerte. La jubilación es a los 65 años. Es decir que la vejez es aún un poder en la Iglesia.

D.M.: Pero todas las iglesias tienen una pirámide basada en la ancianidad. Es importante que sea anciano. Es la idea de padre. Dios tiene la barba blanca, no es un jovencito. Imaginamos un más allá, en el Cielo, regido por un anciano que es el Padre.

P.O.: Un sabio.

D.M.: Como los hombres no mueren de jóvenes, mueren a cierta edad, el Padre debe ser anciano. Es más, el hijo, cuando muere, tiene ya 33 años. Es el hijo de un hombre adulto.

P.O.: Pero la sociedad de mercado, la sociedad mercantilista, prefiere a los que consumen, que ganan y pueden comprar y que producen.

D.M.: Que producen sobre todo.

P.O.: Por eso, los ancianos son dejados de lado.

D.M.: Como hacían en una sociedad antigua japonesa, que no sé si es leyenda o verdad. Como los ancianos no tenían dinero, el que no producía, el que se volvía anciano, era abandonado en la montaña. Entonces debía arreglarse como podía porque los suyos ya no se hacían cargo de él.

P.O.: Hay una novela de Adolfo Bioy Casares, “Diario de la guerra del cerdo”, que trata sobre el exterminio de los viejos.

D.M.: Existe un filme bellísimo en el que Alberto Sordi no se atreve a decir a su madre anciana que la está llevando a un geriátrico. Le dice: “Te llevo de vacaciones”. Ella, pobrecita, pregunta: “¿Adónde vamos?”. Finalmente ella entiende y él comienza a mentir, una mentira sobre otra. Es terrible, pero muestra dónde terminan los ancianos que no son ricos, que no son poderosos.

P.O.: Este problema es mayor en sociedades como la nuestra, empobrecida, poco solidaria en cuanto al cuidado de los ancianos. Es que el peso de los ancianos es muy grande para familias pobres.

D.M.: Además las casas de ahora son pequeñas, no hay espacio para poner a los ancianos.

P.O.: Tú eres una gran escritora que ha tenido una vida muy interesante, por ejemplo tuviste una relación de 16 años con Alberto Moravia, un grande. ¿Cómo era Alberto Moravia?

D.M.: Él, por ejemplo, era un eterno joven. Murió llevando la vida de un joven. Era difícil verlo como viejo, porque era un hombre lleno de vida, muy curioso por todo y muy vital. Tres días antes de morir... Ya estábamos separados, él tenía otra esposa, pero a veces me pedía que lo acompañara al mar, porque tal vez ella estaba en otro sitio. Vino a mi casa para decirme: ‘¿Me acompañas el domingo al mar?’ En auto, porque había olvidado algo en el mar. Y estaba muy bien. Es una fortuna que haya muerto tan bien. Sin estar en la cama, sin estar enfermo.

P.O.: ¿Cuántos años tenía?

D.M.: Tenía 83 años. Pero era un joven. Realmente un joven. Muy lúcido de la cabeza.

P.O.: Ustedes viajaron mucho.

D.M.: Sí, mucho. También viajé mucho con Pasolini, un querido amigo. Y algunas veces con la Callas en una gira por África. La Callas era muy curiosa. Una mujer extraordinaria. Muy tímida.

P.O.: ¡Imagino a esos cuatro juntos! Dacia Maraini, la Callas, Pier Paolo Pasolini y Alberto Moravia... ¿Cómo era la Callas?

D.M.: La Callas era una niña, una campesina del Peloponeso en la vida privada. Cuando salía al escenario se convertía en una leona. Era una mujer extraordinaria, de gran potencia. Era miope, muy miope, y no veía. Entonces no existían los lentes de contacto. No veía al director de la orquesta. Cuando le pregunté ‘¿cómo haces?’ ella me dijo ‘nunca me equivoqué’. Porque cantaba de oído. Nadie se daba cuenta de que no veía al director de la orquesta. Extraordinaria. Sabía todo de memoria. En cambio en la vida real era una mujer muy tímida, temerosa de todo. Miedo a no ser bella, miedo a no saber actuar en el cine… porque Pasolini le hizo hacer cine, miedo a no estar a la altura, miedo a envejecer, miedo a...

P.O.: ¡Tanto miedo!

D.M.: Tanto. Tenía admiración por la riqueza, por las joyas, por los vestidos, era la admiración de una niña. Esa admiración la llevó a Onassis.

P.O.: No fue lo mejor para ella.

D.M.: No, fue muy infeliz. Ella me contó que fue muy infeliz.

P.O.: Se dice que a Onassis no le gustaba que cantara.

D.M.: Era un hombre más bien brutal. Y ella era una persona muy sensible, que interpretaba ese personaje exitoso, seguro de sí, pero no era verdad. Era sumamente frágil, delicada.

P.O.: Háblame de Pasolini, a quien admiro mucho.

D.M.: Era un hombre silencioso. Muy silencioso, nunca hablaba. Se llevaba muy bien con Moravia, porque Alberto era un gran conversador. Le gustaba contar historias. En cambio Pasolini, silencio. Incluso su risa era sin sonido… Era un hombre de tal profundidad, de tal intensidad, que se estaba bien con él aún sin palabras.

P.O.: Tú escribiste un guión con él ¿no es cierto?

D.M.: Sí, “Las mil y una noches”.

P.O.: ¿Cómo fue trabajar con él?

D.M.: Era un hombre muy exigente consigo mismo. Trabajaba 16 horas por día. Y exigente con los demás también. Hicimos el guión en 15 días, trabajando desde las 7 de la mañana hasta la medianoche, sin detenernos. Al lado del mar, pero sin ir al mar. Tenía una gran severidad, una gran disciplina, una capacidad de trabajo infinita. El no se cansaba, se cansaban los demás. Decían “basta, ¡por favor!”. Un hombre de amistad tenaz, profunda. Luego tenía esa fijación con su madre, estaba enamorado de su madre. Él lo decía, no era un secreto. Decía que no podía hacer el amor con una mujer porque le parecería estar con su madre.

P.O.: El Edipo era explícito.

D.M.: Cuando estábamos en África, después de hacer 500 kilómetros en un día y estábamos destruidos, él hizo otros 50 km. sólo para telefonear a su madre. Si la madre tenía jaqueca, por ejemplo, a él le daba jaqueca. Era una relación simbiótica, muy profunda.

P.O.: Profunda hasta la morbosidad.

D.M.: Sí. Su padre era militar, bebía y trataba mal a todos. Pasolini contaba que cuando murió su padre, lo cuenta incluso en una poesía, su madre se pintó los labios por primera vez, tomó a su hijo de la mano y fueron al cine. No era una crueldad, era la libertad, no sé cómo decirlo… conquistada.

P.O.: La infelicidad de Pasolini seguramente fue la base de su genio.

D.M.: Usted que es psicoanalista debe saberlo.

P.O.: Pienso que la creación siempre tiene que ver con la tragedia y no con la felicidad. Con la necesidad de resolver algo que no está resuelto.

D.M.: Él perseguía a su propio niño. Era extraño. Tenía necesidad de ver en el otro a su propio muchachito, joven, muy joven. Le gustaba correr, jugar fútbol, salir a pasear.

P.O.: Sus películas están muy relacionadas con los adolescentes.

D.M.: Sí, mucho. Era su objeto erótico. En un principio él tenía la idea de que el mundo sería cambiado por los proletarios, creía en la inocencia del proletariado, luego se retractó, decía que el proletario había sido corrompido por la burguesía, entonces ya no tuvo deseos de vivir, ya no creía en el cambio del mundo. Creía en el triunfo de la muerte.

P.O.: Su última película, “Saló”, es el triunfo de la muerte. Murió casi como una continuación de “Saló”.

D.M.: Es posible, sí. Como si hubiese ido al encuentro de su asesino, que no podía ser sino un joven.

P.O.: Volviendo al miedo a la vejez, en la sociedad actual hay una gran industria basada en ese miedo. La industria de la cirugía estética, del fitness, de los cosméticos.

D.M.: Pienso que en alguna medida es bueno que eso exista. Inculcar que los ancianos deban moverse, caminar, hacer deportes, eso está bien. Pero que se vuelva un fetiche, no. La cirugía es una idea quizá optimista, pero también mortuoria. Poder transformar al hombre, quitarle los signos de su experiencia. No son arrugas, son signos de su experiencia.

P.O.: Buena definición.

D.M.: No se pueden quitar. No se deben quitar. Existe una diferencia fundamental entre querer su propio cuerpo, ponerse una crema hidratante, hacer gimnasia, eso es bueno. Tomar oxígeno es algo bueno. Pero intervenir con el bisturí de manera tan cruenta...

P.O.: Es un castigo.

D.M.: Es un castigo. No perdonarse envejecer.

P.O.: Esta es una sociedad que te obliga a ser joven. Muchas veces que consigas trabajo se basa en el aspecto juvenil, “joven buena presencia” se pide. Esto provoca una paradoja: mientras que el avance de la medicina y la vulgarización de conocimientos sobre alimentación prolongan la vida útil de los individuos, y entonces se comienza a ser viejo más tarde, las pautas para acceder a un trabajo la reducen, y entonces se comienza a ser viejo más temprano. Desde el punto de vista médico, ya nadie es viejo a los 50 años; desde el punto de vista laboral, ya todos son viejos a los 40.

D.M.: Ahí tienes el caso famoso de Isabella Rosellini en Italia, que hacía una publicidad para no recuerdo qué empresa de belleza, y como ya tenía 40 años le dijeron que era muy vieja y la despidieron.

P.O.: El miedo a envejecer tiene que ver también con el miedo a perder la potencia sexual.

D.M.: También. Aunque me parece que nuestra sociedad no es muy sexuada.

Veo a una sociedad que le teme al sexo.

P.O.: El mito sexual.

D.M.: El mito de la hipertrofia sexual. Todo lo que vemos en la TV, en la publicidad, nos muestra una sexualidad satisfecha. Pero luego, leyendo o escuchando los testimonios de la gente, te das cuenta de que la sexualidad es débil. La sexualidad de los jóvenes de hoy es una sexualidad temerosa, no tiene impulso. Entonces el miedo a no tener potencia sexual no tiene que ver con la vejez, tiene que ver con el modo de vivir de hoy. El que vive en contacto consigo mismo, el que sabe qué hacer con su vida, no tiene miedo a la vejez.

P.O.: ¿A qué le tienes miedo?

D.M.: A mí lo que me da miedo de la vejez es perder la independencia. Vivo sola y quiero ser independiente. Poder moverme, viajar... Tener necesidad de alguien que te ayude a hacer las cosas, para mí sería terrible. Eso es lo que me da miedo. La muerte, porque como decían los griegos: “Si estás tú, no está la muerte, si está la muerte, no estás tú”.

No consideramos los diferentes estadios de la vida humana como mojones de un progreso y evolución constantes. Más bien consideramos que la vida tiene un apogeo entre los 20 y los 30 años (lo cual sólo es cierto en lo que se refiere a resistencia y desempeño físicos, o, más propiamente, musculares) y que, luego de una “meseta” que se extiende entre los 30 y los 40, sólo resta un lento e irremediable deterioro. Por lo tanto, es previsible que la perspectiva de la vejez nos llene de temores.

El miedo a la vejez comprende varios temores diferentes:

• el de la decadencia corporal y mental,

• el de la desaparición del atractivo físico,

• el de la impotencia o pérdida de placer sexual,

• el de la soledad y aislamiento,

• el de la transformación en una carga para la familia

y la sociedad,

• el de la pérdida de reconocimiento social, y

• el de la cercanía de la muerte.


El miedo a la decadencia mental sólo se sostiene con la referencia a algunas patologías (arteriosclerosis, mal de Parkinson, etc.), pero, de hecho, muchos ancianos mantienen su lucidez hasta la muerte. Hay numerosos ejemplos de artistas, filósofos y científicos que llegaron al fin de sus vidas con sus capacidades intelectuales intactas. Entre ellos: Bertrand Russell, Pablo Picasso, Albert Einstein, etc.

El miedo a la pérdida de atractivo físico tiene que ver con el modelo de la belleza juvenil, exacerbado por la publicidad y los medios de comunicación masiva. Ese modelo estereotipado lleva a muchas personas a gastar grandes cantidades de dinero en tratamientos y cirugías. La floreciente industria estética (liftings, botox, cremas, fármacos, etc.) se nutre del temor a revelar en el aspecto la verdadera edad y, de tal modo, no ser ya atractivos.

Hace 4.450 años, Ptah-Hotep, consejero del faraón Tzezi, escribió: “¡Qué penoso es el fin de un viejo! Se va debilitando cada día; su vista disminuye; sus oídos se vuelven sordos; su fuerza declina; su corazón ya no descansa; su boca se vuelve silenciosa y no habla. Su entendimiento disminuye y le resulta imposible acordarse hoy de lo que sucedió ayer. Todos sus huesos están doloridos. Las ocupaciones a las que se abandonaba no hace mucho con placer, sólo las realiza con dificultad, y el sentido del gusto desaparece. La vejez es la peor de las desgracias que pueda afligir a un hombre”. Cabe señalar que Ptah-Hotep falleció alrededor de los ciento diez años. En un brillante ejemplo de inconsecuencia, después de haberse lamentado de los achaques de la vejez, dice a su hijo: “Que puedas vivir tanto tiempo como yo. Lo que he hecho en la tierra no es despreciable. El dios me ha reconocido ciento diez años de vida y un lugar preeminente entre los ancianos, porque he servido bien hasta la muerte”.

El miedo a la vejez en sus diferentes aspectos es tan profundo que ha conducido a veces al suicidio. De hecho, según estudios de la Universidad de Wayne (USA), casi la mitad de los suicidios denunciados en los Estados Unidos son protagonizados por personas mayores de 55 años. Otros estudios, centrados en los intentos de suicidio no consumados, han revelado que las principales causas de ellos han sido: enfermedades crónicas dolorosas, perturbaciones psiquiátricas, temor al abandono de hijos y nietos, depresión por la muerte del cónyuge, alcoholismo y otras adicciones (generadas para escapar de la sensación de soledad), severa pérdida de status (e imposibilidad para adaptarse al nuevo status de “clase pasiva”), pérdida de control sobre la propia vida, y, final e irónicamente, miedo ante la muerte.

El miedo a la soledad, al aislamiento y al abandono tiene dos referencias concretas: la posibilidad de viudez y la del alejamiento de los hijos. Con la muerte de uno de los cónyuges, el que sobrevive debe procurar que el sistema familiar no se disuelva. Pero en la ancianidad, los recursos personales para enfrentar y elaborar la viudez, así como para establecer nuevos lazos afectivos, suelen estar inhibidos. A ello colaboran hijos, otros familiares, amigos y vecinos que tienden a mantener el vínculo entre el viudo y el cónyuge fallecido. Esto dificulta la formación de una nueva pareja para el sobreviviente. El impacto afectivo que representa la muerte del cónyuge se potencializa al actualizar ansiedades acerca de la cercanía y posibilidad de la propia muerte. El miedo a la viudez suele ser mayor en las mujeres, lo que no carece de lógica pues según estudios de 1975, el 14% de los hombres mayores de 65 años son viudos mientras que el 58% de las mujeres de esa edad son viudas.

R. Álvarez, quien ha colaborado conmigo en la gestación de estos “Miedos”, opina que el alejamiento de los hijos por estudios, matrimonio u otra razón genera lo que se ha dado en llamar “síndrome del nido vacío”, basado en cierta mitología occidental que postula los arquetipos de “buena madre” y “buen padre” y presupone que los progenitores deben necesariamente sufrir el alejamiento de los hijos. Pero dicho sufrimiento sólo es inevitable si los padres se identifican demasiado con sus roles de buenos padres o madres, en cuyo caso se está ante una pérdida y confusión de la propia identidad.

El “nido vacío” puede permitir a los progenitores una mayor disponibilidad de tiempo y un mayor acercamiento de la pareja, ya sin las urgencias de la crianza. Esto puede ser enriquecedor, aunque, claro, también puede dejar aflorar conflictos hasta entonces encubiertos mediante los “hijos-parche”.

Escribe García Pintos: “Cuando nos referimos a los ancianos, asociamos la sexualidad con los arquetipos de la viuda alegre, o el viejo verde, dando por cierto que la sexualidad entra en un cono de sombra pasada cierta edad. La cultura social castiga al adulto mayor a vivir como si hubiera dejado de ser hombre o mujer, accediendo a una categoría angelical de ser asexuado. La anciana o el anciano que experimenta la necesidad de vivir su sexualidad se siente incómodo, avergonzado, raro, desorientado. No lo habla con su pareja por pudor o temor ante una eventual respuesta de rechazo; no lo habla con amigos por temor a ser ridiculizado; no lo hace con los hijos por temor a la censura, ni con el médico, porque muchas veces ellos suelen actuar como los hijos; mucho menos con un religioso, porque éste lo llamaría a la resignación y la castidad”.

Uno de los miedos asociados a la vejez es el de transformarse en una carga inútil. El viejo, habiendo sido sostén de su familia durante años, pasa de la noche a la mañana, con su jubilación, a ser sostenido, en el mejor de los casos, o pobre sin sostén alguno. El papa Paulo VI definió, por eso, a los ancianos como “los nuevos pobres”.
“Unas horas nos han sido tomadas, otras nos han sido robadas, otras nos han huido. La pérdida más vergonzosa es, sin duda, la que acontece por negligencia... No pierdas, pues, hora alguna, recógelas todas. Asegura bien el contenido del día de hoy, y así será como dependerás menos del mañana” (Séneca “Cartas a Lucilio”).-

Ponerse en paz con el pasado implica comprenderlo.

En su novela corta de 1929, Veinticuatro horas de la vida de una mujer, Stefan Zweig pone en boca de su anciana protagonista estas palabras: “La vejez no significa nada más que dejar de sufrir por el pasado”. En el relato, la frase brota de que el suicidio del amante cuyo recuerdo la había atormentado por años, no le causa a ella sino indiferencia. Pero el contenido de la frase rebasa con mucho a quien la dice y la circunstancia en que la dice. La afirmación no se refiere al manido mecanismo de olvidar los dolores vividos, como suele proponer el melodrama en todas sus manifestaciones, en especial en la literatura romántica, la música sentimental y las telenovelas. No se trata de volverse viejo y olvidadizo ni, lo que es peor, viejo y tonto por desfasado. La única cosa más ridícula que ser un viejo viviendo en el pasado, es ser un viejo que lo ha olvidado todo y se regodea en la gratuita y absurda amargura de ya no ser joven, fastidiando así a los hijos, a los nietos y a cuanto incauto se apiade de su siniestro egoísmo. Y cuando hablo de olvido no me refiero a enfermedades de moda como la de alzheimer ni a la demencia senil, sino a neurosis asumidas como realidades de una manera oportunista y ególatra.Ponerse en paz con el pasado implica comprenderlo. Y comprenderlo significa aceptar que lo ocurrido fue producto de actos de los cuales somos enteramente responsables. El conflicto con el pasado brota de no aceptar que nos pertenece como responsabilidad y que sus desenlaces se debieron a actos de los cuales renegamos como absolutamente nuestros. La aceptación de la responsabilidad de los propios actos no sólo nos pone en paz con el pasado sino que nos ubica con plena conciencia en el presente y ante las puertas del futuro. Renegar del pasado (o añorarlo, que es una manera de no asumirlo como lo que verdaderamente fue) nos consume el tiempo presente y nos veda el acceso al futuro. La nostalgia como forma de vivir el presente no es sino una pérdida de tiempo. Y renegar de lo ocurrido no es sino la minuciosa construcción de un infierno personal que nos amarga el día y que nos niega la evolución.La vejez puede implicar enfermedades e impedimentos que antes no se tenían, pero eso es parte del paso del tiempo y resulta bastante absurdo rebelarse contra lo inevitable en lugar de adaptarse a ello sin claudicar. El conflicto surge de no aceptar lo que es y de su sustitución voluntarista por lo que caprichosamente queremos que sea.Cioran renegaba de la vejez con la irritación que le era característica cuando desmantelaba valores al uso y conductas hipócritas. Y tenía razón, pero sólo en tanto que la vejez tampoco es un estado de beatitud y dicha que se halla más allá de la condición humana. Esto sería como tomar por cierta la falsa idea de que todas las mujeres aman a sus hijos en todos los momentos de la existencia y no admitir que a menudo sienten ganas de colgarlos. El carácter supuestamente sagrado de la maternidad es tan insostenible como la beatitud de la vejez o el imparable ímpetu juvenil. La condición humana no existe fuera de su circunstancia material, y esta la determina siempre en última instancia.Dejar de sufrir por el pasado es un estado al que se puede llegar antes de la vejez aunque no mucho antes. Es necesario que los años nos enseñen que la responsabilidad y la aceptación (no la sumisión) nos libera del infierno de la necedad. La anciana de Zweig acepta su pasado al relatarlo, y eso le permite decir la frase que hoy nos ha convocado.- Mario Roberto Morales

Debemos investigar más en la prolongación de la vida

¿Quién no quiere vivir más años o conseguir la eterna juventud?


El biogerontólogo inglés Aubrey de Grey está convencido de que podremos conseguir algún día aumentar la esperanza de vida si se aumenta la inversión en el desarrollo de técnicas biomédicas, aprovechando el conocimiento científico ya existente.
Presidente y responsable científico de la Methuselah Foundation (Fundación Matusalén), una organización contra el envejecimiento, y anteriormente científico de la Universidad de Cambridge, De Grey trabaja en el desarrollo de estrategias de bioingeniería para reparar la senescencia, es decir, hacer posible la reparación de tejidos dañados para rejuvenecer el cuerpo humano y, al mismo tiempo, aumentar considerablemente la longevidad.
De Grey dice que el envejecimiento es un problema degenerativo causado por varios tipos de daños moleculares y celulares que se acumulan: las mutaciones nucleares causantes del cáncer, las mutaciones mitocondriales, la acumulación de desechos intercelulares y extracelulares, la pérdida irreversible de células, el envejecimiento celular y la proliferación de interconexiones entre células de algunos tejidos. Sus controvertidas teorías para evitar el envejecimiento se basan en el desarrollo de estrategias combinadas de bioingeniería.
Este investigador, editor de la revista científica Rejuvenation Research, ha impartido esta semana en diversas ciudades españolas la conferencia "Vivir 1.000 años", invitado por la Obra Social la Caixa. De Grey dice que tenemos un 50% de posibilidades de reducir los daños del envejecimiento en los próximos 30 años, una vez se desarrollen tecnologías como la medicina regenerativa.
Su fundación patrocina actualmente la investigación de varios grupos de científicos en temas como la prevención del daño causado por las mutaciones mitocondriales. En particular, financia el grupo de la investigadora Marisol Corral-Debrinski, en el Instituto de la Visión de París. La fundación Methuselah también puso en marcha en 2005 un premio a los científicos que consigan prolongar de forma dramática la vida de los ratones.
La extensión de la longevidad también puede tener otras repercusiones biológicas y sociales, "ya que será posible también retrasar el inicio de la menopausia", asegura. Las mujeres podrán tener hijos sin problemas a edades superiores a la actual.- Diario El País - Madrid

Conciencia - Cerebro: ¿entidades separadas?

Intentarán probar si esas vivencias son ilusiones o apenas recuerdos falsos.



El paso por el túnel, la luz brillante en el otro extremo, la sensación de estar fuera del cuerpo o flotando, son representaciones que el imaginario popular asocia con el tránsito hacia el más allá. Pero ahora son el centro del primer estudio a gran escala sobre experiencias cercanas a la muerte -así se llaman, o también ECM-, iniciado en la Universidad de Southampton, Gran Bretaña.
Lo conduce el doctor Sam Parnia, un especialista en cuidados intensivos. Después de una etapa piloto de 18 meses en diversos hospitales británicos, el estudio se ampliará a otros centros de ese país, de Europa y Estados Unidos.Los investigadores harán foco en las áreas de resucitación, donde instalarán imágenes, pero que sólo serán visibles desde el cielorraso.
"Si se puede demostrar que la conciencia continúa después de que se desconecta el cerebro, esto abre la posibilidad de que la conciencia sea una entidad separada -evalúa Parnia-. Y si nadie ve las imágenes, esto probará que esas experiencias son ilusiones o recuerdos falsos".
El doctor Tristán Beckinstein, investigador asociado de la Unidad de Ciencias de la Cognición y el Cerebro, de la Universidad de Cambridge, cuestiona el punto de partida: "Asumir que la mente está separada del cerebro es una hipótesis de trabajo que, al diseñar experimentos, genera un problema epistemológico. Presupone que existe algo intangible, que por lo tanto no puede ser medido, sino sólo de manera indirecta".
Parnia recuerda que, contrariamente a lo que piensa la gente, la muerte no es un momento específico sino "un proceso que comienza cuando el corazón deja de latir, los pulmones dejan de trabajar, y el cerebro deja de funcionar, una condición médica calificada como paro cardíaco; durante un paro cardíaco, los tres criterios de muerte están presentes"


Especialistas consultados por Clarín coincidieron en que esto último es erróneo. "El cerebro no deja de funcionar instantáneamente: puede estar sin sangre varios minutos, y las neuronas están intentando sobrevivir", observa Beckinstein.
"A partir de los tres minutos sin oxígeno, hay células de ciertas zonas que comienzan a morir. Muchas veces pudimos resucitar a personas desde el punto de vista cardiovascular pero no cerebral, pues el tiempo que quedó sin oxígeno fue suficiente para dañarlo", señala el doctor Carlos Gherardi, director del Comité de Ética del Hospital de Clínicas.
Parnia señala que tras el paro cardíaco sigue un período, de pocos segundos a una hora, en el que las maniobras de reanimación a veces logran que el corazón vuelva a bombear. "Lo que experimenta la gente durante este período proporciona una ventana única para comprender y ver si pueden recordar las imágenes" que se utilizan en el estudio, estima Parnia.
"Hay corrientes que tratan de probar que hay un espíritu más allá de la fisiología. Eso es un acto de fe, porque la tolerancia del cerebro a la falta de oxígeno es mínima -observa el doctor Eduardo San Román, jefe de terapia intensiva en el Hospital Italiano-. Ese recuerdo tiene que ver con las creencias o las vivencias previas de la persona. Esa percepción de ver la luz es algo cultural, ya que cuando se va perdiendo el flujo cerebral, lo primero que ocurre es ver nublado".
En 40 años de trabajo en terapia intensiva, "nunca tuve un paciente que me relatara esas experiencias -cuenta Gherardi-. De haberlo tenido no dejaría de creerle; pero no podría decirle que murió y volvió de la muerte, porque la muerte es una sola, y de ello no se vuelve".
San Román da una explicación de las ECM: "Todo proceso de conciencia es bioquímico; a tal punto, que las drogas que actúan sobre el sistema nervioso central alteran sus receptores bioquímicos, lo que modifica la percepción. En una detención circulatoria, esos receptores se han alterado".
"Todo lo que una persona puede contar sobre ese momento es válido; pero las extrapolaciones que esa persona o algún observador hacen -advierte Gherardi-, son un aporte personal que exacerba la ilusión y explora la fantasía, que es más frecuente en algunos, y en muchos casos con su relato han ganado mucha plata".
Un viaje al más alláDeclaración de muerte En agosto se cumplieron 40 años del "Informe Harvard", que sirvió para definir la muerte encefálica. "La presencia de un coma irreversible impulsó a elegir el cerebro como el órgano cuyo daño debía definir el final de la vida. La muerte era posible con latidos cardíacos, pulso y tensión arterial", señala el médico Carlos Gherardi. Si bien hubo actualizaciones del informe, de ese primer gran cambio derivaron otros. Fue necesaria una legislación, que "declarara a la persona muerta antes de retirarla del respirador mecánico", recuerda Gherardi. Esas pautas facilitaron los trasplantes de órganos. El soporte vital fue un avance en pacientes graves, y posibilitó que embarazadas con muerte cerebral fueran mantenidas días o meses para permitir el nacimiento de niños normales.
Algunos mitos inmortales
En 1907, el doctor Duncan MacDougall, para probar su hipótesis materialista sobre la "sustancia del alma", pesó a seis moribundos, minutos antes y después de morir. La cuenta le dio un promedio de 21 gramos menos, lo que dio origen al mito de que eso es lo que pesa el alma.
El rezo como remedio también resultó un mito. Un experimento en 1.800 convalecientes de una operación cardíaca mostró que la oración no tuvo ningún efecto positivo. De los 600 pacientes que sabían que rezaban por ellos, el 59% sufrió complicaciones leves, atribuidas al estrés y la ansiedad: "¿Tan enfermo estoy, que tienen que rezar por mí?"
Hace 40 años, el llamado "Informe Harvard" sirvió para definir la muerte encefálica. "A partir de este momento el corazón ya no podía ser considerado el órgano central de la vida, y la muerte como sinónimo de ausencia de latido cardíaco. La presencia de un coma irreversible impulsó a elegir el cerebro como el órgano cuyo daño debía definir el final de la vida. La muerte era posible con latidos cardíacos, pulso y tensión arterial, signos que todavía hoy conservan el nombre de vitales".Los criterios para diagnosticar la muerte cerebral fueron ajustándose con sucesivas actualizaciones del Informe Harvard. De todos modos, de ese primer gran cambio derivaron muchos otros. Fue necesaria una legislación "que, para protección de los médicos, declarara a la persona muerta antes de retirarla del respirador mecánico", recuerda Gherardi. Con el tiempo, esas pautas facilitaron la ablación de órganos a los fines de trasplantes.El soporte vital significó un avance tecnológico para los pacientes graves, y posibilitó que algunas mujeres embarazadas con diagnóstico de muerte cerebral fueran mantenidas durante días y hasta meses, para permitir el nacimiento de niños normales.- Sibila Camps - Diario Clarín

Tomar mate hace bien a la salud

Es porque contiene antioxidantes que mejoran las defensas del organismo, y lo protegen contra el daño en las células. Retarda el envejecimiento celular.


La vieja y argentinísima costumbre de matear reporta más beneficios de los que hasta ahora se habían descubierto.
Una investigación científico realizado en Misiones permitió establecer que esta infusión tiene un elevado porcentaje de polifenoles totales, una sustancia que retarda el envejecimiento celular y previene algunas enfermedades.
Sobre los polifenoles, estudios ciones concretadas en los Estados Unidos, establecieron que son poderosos antioxidantes que mejoras las defensas naturales del organismo y lo protegen contra el daño celular que causa que el deterioro del organismo y el desarrollo de enfermedades.
La investigación sobre los beneficios de la yerba mate -que demandó siete meses de pruebas de laboratorio- fue realizada por el ingeniero químico y magister en Tecnología de los alimentos Luis Brumovsky, de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM).
Brumovsky estableció que la mayor ingestión de los 25 polifenoles existentes en la yerba mate (Ilex paraguariensis) se logra con una mateada hecha con 50 gramos de yerba y medio litro de agua a 70 grados. Así se obtienen 586,5 miligramos de antioxidantes. En cambio, de un saquito de tres gramos en una tasa de 200 mililitros de agua caliente se logran 148,4 miligramos de dicha sustancia, esencial para el combate de los radicales libres, causantes de la destrucción celular. Esa cantidad disminuye a 217,5 miligramos si se trata de tereré (mate frío) preparado con el agua a cinco grados.
El estudio fue financiado por el Programa Regional de Asistencia al Sector Yerbatero y el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM). Y podría ser una herramienta clave para insertar el producto en los mercados del primer mundo, donde existe una importante demanda de antioxidantes de origen natural.
En adelante, Brumovsky tiene previsto continuar con su investigación para establecer por qué varía la concentración de polifenoles en las distintas muestras tomadas para el estudio.
"Puede ser por el método de elaboración, por la fecha en que fue cosechada la hoja o por las características del lugar donde están las plantas, todavía no lo sabemos", indicó el ingeniero.
Por otra parte, el investigador misionero dijo que "se podría avanzar también en la extracción de estos polifenoles para su encapsulado y una posterior utilización como suplemento dietario".
Con este estudio se estableció que la yerba mate contiene una cantidad sensiblemente superior de polifenoles totales que el vino tinto.
Para Raúl Escalada del INYM, "los resultados que se expusieron nos muestran un potencial comercial ilimitado de la yerba mate, ya que es creciente el consumo de productos sanos, naturales en todo el mundo".
En la Universidad de Illinois, en Estados Unidos, se hizo un estudio para establecer la presencia de polifenoles en la yerba mate. Allí los especialistas analizaron yerba mate elaborada en Argentina, Brasil y Paraguay. De los relevamientos lograron valores similares a los que Brumovsky obtuvo en el mate cocido.
Sin embargo, la investigación realizada ahora en Misiones es la primera que se efectúa con el mate cebado, como lo consume la mayoría de los argentinos.
Entre otros beneficios para la salud de las sustancias antioxidantes, la licenciada en Nutrición, Vanesa Bengoa, explicó que su consumo regular previene la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y coronarias, y algunos cánceres, además de mejorar las defensas y disminuir el envejecimiento celular.- Ernesto Azarkevich - Clarín

Evitar las caídas

Algunos consejos prácticos y recomendaciones para prevenir y reducir en lo posible las caídas y accidentes domésticos de las personas mayores, que tan graves consecuencias pueden llegar a tener: huesos rotos, hospitalización...


Si quiere reducir al mínimo la posibilidad de una caída doméstica, tome las siguientes precauciones:


- Desconectar la electricidad antes de cambiar una lamparita.


- Utilizar siempre una escalera doméstica para alcanzar los sitios altos; y no hacerlo si se está solo en casa (no subirse a taburetes, sillas, etc.)


- En el baño, es importante que haya elementos de apoyo (agarraderas) para entrar y salir de la ducha.


- Para subir y bajar las escaleras es importante que haya una buena iluminación, tomarse de la baranda e ir bien calzado. No utilizar calzado suelto (ojotas, etc).


- No utilizar productos de limpieza que puedan hacer resbalar (ceras).


- No andar nunca descalzos con medias puestas, ya que éstas patinan.


- Es importante utilizar un calzado seguro y, si es posible, con la suela de goma con relieve.


- Retirar los objetos que puedan obstruir el paso (alfombras, cables eléctricos, etc.).


- Las alfombras tienen que ser antideslizantes.


- Durante la noche, dejar una luz encendida entre la habitación y el baño.


- Al levantarse por la noche, encender siempre la luz.


- No levantarse bruscamente de la cama, estar sentado un momento antes de ponerse de pie.-

Comer menos al envejecer es beneficioso

Disminuye los riesgos metabólicos


Coma menos, pese menos.
Aunque podría sonar molestamente obvio, los expertos en nutrición no habían estado de acuerdo en si reducir calorías lleva a una pérdida de peso a largo plazo, porque la práctica puede a veces resultar contraproducente al provocar atracones de comida y aumento de peso.
Pero una investigación reciente sugiere que comer menos puede pagar altos dividendos, sobre todo a medida que se envejece.
En un artículo que aparece en la edición actual de la revista American Journal of Health Promotion, investigadores de la Universidad Brigham Young reportan que las mujeres de mediana edad que estudiaron tenían más del doble de riesgo de aumento significativo del peso si no reducían el consumo de alimentos.
"Algunos sugieren que comer sin control no es una buena práctica", afirmó en un comunicado de prensa de la BYU el profesor Larry Tucker, autor principal del estudio. "Dadas las fuerzas ambientales en el sector alimenticio de EE. UU., no practicar control es esencialmente una garantía de fracaso".
Los investigadores dieron seguimiento a 192 mujeres de mediana edad durante tres años, y recopilaron información sobre sus estilos de vida, salud y hábitos alimenticios. El análisis reveló que las mujeres que no practicaron más control al comer tenían 138 por ciento más probabilidades de aumentar 6.6 libras (tres kilos) o más, según el comunicado de prensa.
El investigador de la Universidad de Columbia Lance Davidson, que no participó en el estudio, dijo que los hallazgos subrayan un principio clave del control del peso.
"Debido a que las necesidades energéticas del organismo declinan progresivamente con la edad, la ingesta energética debe igualar tal reducción o habrá aumento de peso", advirtió Davidson. "La observación del Dr. Tucker de que las mujeres que practican control al comer evitan el aumento significativo de peso comúnmente observado en la mediana edad es un importante mensaje de salud".
Tucker señaló que los beneficios de reducir lo que se come no se limitan al reflejo en el espejo. Comer sano equivale a una mejor salud, aseguró.
"El aumento de peso y la obesidad conllevan un mayor riesgo de diabetes y una variedad de enfermedades crónicas", advirtió. "Comer de manera adecuada es una habilidad que hay que practicar".
Tucker ofreció unos consejos para comer mejor.
Registre qué y cuánto come.
Ponga menos comida en su plato.
Coma más frutas y verduras. La pirámide alimenticia de los EE. UU. recomienda al menos cinco porciones al día.
Comer menos al envejecer resulta de provecho.
(FUENTE: Brigham Young University, news release)