¡FELIZ 1er ANIVERSARIO!

RECREADULTOS
cumple un año

En el mes de nuestro Primer Aniversario enviamos un cordial saludo a todos nuestros lectores deseándoles buena salud, prosperidad, alegrías y un feliz envejecimiento activo.

Por qué no desarrollan Alzheimer los monos

Un estudio muestra que las placas en los primates no humanos difieren de las de los humanos.


Hace mucho que los científicos han notado un curioso fenómeno sobre los primates: los humanos contraen el terrible trastorno neurológico conocido como enfermedad de Alzheimer, pero sus primos evolutivos más cercanos no.

Lo que es aún más inexplicable es el hecho de que los cerebros de los chimpancés y otros primates no humanos sí resultan obstruidos con las mismas placas de proteína que muchos consideran que causan la enfermedad en humanos.

La respuesta a este rompecabezas podría brindar valiosa información sobre cómo se desarrolla y avanza el alzhéimer. Ahora, los investigadores informan que tal vez tenga una pista. Informan sobre su hallazgo en la edición más reciente de la revista Neurobiology of Aging.

Encontraron que una molécula de "etiqueta" usada para rastrear la acumulación de placa se adhiere fácilmente a las placas de los cerebros humanos pero no en la de los simios, lo que sugiere que hay una diferencia estructural básica entre los dos tipos de placa.

Afirmaron que averiguar la diferencia podría llevar a maneras para lograr que, en los cerebros humanos, las placas amiloideas humanas sean tan inocuas como lo son en los cerebros de otros primates.

"Lo que esto nos dice, en primer lugar, es que las placas son estructuralmente distintas en los humanos y los demás primates", afirmó la autora del estudio Rebecca Rosen, candidata a doctorado en neurociencias del Centro nacional Yerkes de investigación en primates de la Universidad de Emory en Atlanta. "El motivo de que sea así es una pregunta inmensa, [pero] ahora tenemos una herramienta que podemos usar para diferenciar la estructura [de las placas amiloideas] entre humanos y otros primates".

"Podemos usar este [compuesto de etiquetado] para caracterizar la naturaleza tóxica de las [placas amiloideas] en el cerebro humano con la finalidad de comprenderlas mejor", añadió. "También confirma la utilidad [del compuesto, llamado Compuesto B de Pittsburgh (PIB)] para el diagnóstico del alzhéimer".

Pero el verdadero significado para el tratamiento o la prevención de la enfermedad aún no está claro, apuntó otro experto.

"Es otro hallazgo de significación desconocida, pero es un hallazgo", apuntó el Dr. Gary J. Kennedy, director de psiquiatría geriátrica del Centro médico Montefiore de la ciudad de Nueva York. "Ninguno de nosotros sabe por qué estos primates superiores no contraen enfermedad de Alzheimer, pero tampoco sabemos porqué los humanos sí... no sé a dónde nos lleva eso".

Debido a que la secuencia de aminoácidos de la proteína amiloidea humana es distinta a la de los cerebros de los monos, los científicos plantearon la hipótesis de que la estructura podría ser distinta.

Para evaluar esta teoría, Rosen y sus colegas tomaron el PIB, ampliamente usado en ensayos clínicos para diagnosticar el alzhéimer. El PIB se vincula a los depósitos amiloideos en los cerebros humanos vivos, "iluminando" así las placas en los escáneres de tomografía por emisión de positrones (TEP).

Usaron el PIB en el tejido cerebral de nueve monos Rhesus enfermos, nueve monos ardilla comunes enfermos, tres chimpancés muertos, nueve humanos muertos que sufrían de alzhéimer en etapa final y tres humanos mayores pero saludables que ya habían muerto.

"Pudimos mostrar que, de forma similar a lo visto en cerebros de ratones, el PIB no se vincula con una afinidad alta a la placa en los cerebros de monos o simios", apuntó Rosen.

Otro grupo de investigadores del Centro Yerkes informó recientemente de forma separada sobre una prueba que conlleva el rastreo infrarrojo del ojo que podría ayudar a detectar el trastorno cognitivo leve en los humanos. A veces, esa afección es precursora del alzhéimer.- Amanda Gardner

Cuidadora de ancianos

Inmigrante boliviana que cuida a una anciana en Madrid.
¿Cómo viven las cuidadoras de ancianos? ¿A qué hora empieza su día y a qué hora termina? ¿Es duro o llevadero pasar 24 horas al día y, en algunos casos, siete días de la semana encerradas, pendiente de un anciano?. Su vida no es fácil y en muchos casos son engañadas por sus empleadores por no tener papeles, en otros, maltratados por los mismos ancianos que cuidan.


Antonia paseando a Matilde.

Antonia Patiño tiene 48 años y desde hace más de dos años trabaja como interna en Madrid. Dejó tres hijos y un marido en Bolivia, para buscar en España el dinero que pondrá fin a sus deudas y necesidades económicas. Aun no tiene papeles de residencia, le faltan unos meses para cumplir los tres años y así empezar los trámites de su arraigo.

Su día comienza temprano a las 5:00, cuando Matilde, la anciana de 92 años a la que atiende, la llama con una voz ronca e insistente. Baja desde su habitación a calmarla, después regresa a cambiarse porque sabe que Matilde volverá a llamarla y en efecto, ella insiste, quiere agua, siente calor, quiere cambiar de posición. Los quejidos no paran. Cuando la anciana por fin se queda dormida, Antonia aprovecha para hacer una pequeña caminata de 20 minutos por la zona para "despejarse y no estar encerrada".

Matilde despierta a las 11:00, Antonia ya tiene listo su vaso con leche y galletas. Con mucha paciencia, sorbo a sorbo y de las manos de Antonia, la anciana desayuna placidamente en su cama. Llega el momento del baño, Antonia la desviste, le saca el pañal y con mucho cuidado la traslada en brazos al baño. Pero este rito que se repite todos los días, tiene un plus de cariño que Matilde agradece con una amplia sonrisa. Antonia la coloca frente al televisor en un sillón acolchado al lado de la cama, mientras le dice lo guapa que está ese día y le besa la frente. Matilde, pese a su edad sólo tiene el cuerpo débil, todas sus facultades están perfectas, escucha, mira y habla, aunque sea poco. Refunfuña con el vestido de flores que lleva; su cuidadora le responde que antes del almuerzo irán donde su sobrina que vive muy cerca y entonces le pondrá ropa de calle. Ella se calma

El pequeño chalet de dos plantas se encuentra en el distrito de Hortaleza en Madrid y en él solo viven las dos ya que Matilde nunca tuvo hijos y es su sobrina quien se hace cargo de ella. En la sala se encuentra instalado el armario de ropa y la cama de Matilde y de las paredes cuelgan las fotografías de su boda, está vestida de negro. Por su vejez, hace mucho que ya no sube al primer piso de su casa que es donde Antonia tiene su habitación.

Mientras la anciana mira la televisión, Antonia cuece unas verduras y pone a la plancha dos trozos de pescado. Alza la cabeza cada cierto tiempo para vigilarla. "Cuando llegué estaba estreñida, la otra cuidante sólo le daba alimentos secos y calientes por lo que Matilde estaba perdiendo la voz", dice. No sólo es su cuidante, además es su nutricionista, masajista y compañera. Con las recomendaciones de los médicos, Antonia se ha hecho una experta a la hora de darle sus medicamentos, prepararle alimentos sanos y aliviarle con masajes y fisioterapia cuando Matilde tiene dolores de músculos

Antonia está pulcramente peinada y lleva un vestido de casa y unas zapatillas planas, es fuerte y de estatura mediana. Cada objeto de la cocina reluce por su limpieza y en la sala del comedor se apilan decenas de revistas del corazón y periódicos gratuitos. "Me gusta leer y enterarme de todo. A Matilde le gustan los cotilleos y se los leo cada día", dice orgullosa.

Pero detrás de esa mujer de rasgos latinos y cabello corto se esconde otra aguerrida mujer de política y cabeza de familia. Fue alcaldesa de Guaqui, un pueblo que se encuentra a orillas del lago Titicaca y a 60 kilómetros de La Paz. Su marido un policía retirado, ha tomado el lugar en las labores de la casa mientras ella busca el dinero en España. "Llegué a Madrid sin conocer nada ni a nadie y me han engañado mucho por no tener papeles", relata con resignación.

Después de apagar todas sus ollas va al armario y le deja escoger a Matilde la ropa que quiere ponerse. "Es una coqueta, cuando cobro el sueldo la llevo a la peluquería ya que su sobrina ni se preocupa" dice mientras la peina y la rocía con perfume. Colocarla en la silla de ruedas es toda una hazaña, pese al cuerpo delgado de la anciana quien colabora y se apoya en la silla. "Cuando se pone terca cuesta levantarla se pone pesada", añade

La visita a la casa de su sobrina dura unos minutos luego retorna con "su abuelita" a la casa, le da su comida y la acomoda en su cama para su siesta. Ese par de horas aprovecha para limpiar la casa. Cuando la tarde está por terminar, vuelve a cambiar a Matilde y la lleva a un centro cercano donde se reúnen todas las personas mayores o en otros casos a dar una vuelta por el barrio. Todos los días, a la misma hora y el mismo recorrido.

Su único día libre, los domingos, los dedica a capacitarse en la casa de los bolivianos donde ya ha tomado cursos de alzhéimer, geriatría y ahora quiere hacer uno sobre las leyes españolas ya que ella cursó hasta el segundo año de Derecho antes de casarse. También aprovecha ese día para mandar un poco de dinero a su casa y hablarles por teléfono a sus hijos. "Los dos mayores ya están en la universidad", dice orgullosa.

"Aprendí a bailar pasodoble con mi abuelito"

El primer trabajo de Antonia fue de cuidadora de un anciano de 83 años, cuya hija le pagaba 600 euros por cuidarlo los siete días de la semana. "Me decía que los inmigrantes ilegales no tenemos derecho a nada, menos a días libres", relata con la mirada perdida como quien busca entre sus recuerdos dolorosos.

La casa del anciano quedaba en el mismo barrio donde ahora trabaja y también lo llevaba a las reuniones de los mayores. "Nadie quería bailar con él , así que aprendí a bailar pasodoble mirando la televisión y cuando íbamos a sus reuniones yo bailaba con él", dice emocionada , pero cuando recuerda el día se su renuncia por lo mal que le trataba la hija se pone a llorar.

"Trabajamos como esclavos y les damos cariño a estas personas. Algunos españoles creen que pagando ya han cumplido pero sus ancianos necesitan cariño", dice que al aclarar que cuando cuida una anciana piensa en su madre que tiene 81 años y que ha dejado en Bolivia.- YAQUELINE MALDONADO

Los más longevos

GINEBRA (AP) - Las mujeres japonesas tienen la mayor esperanza de vida del mundo, con 86 años, informó el jueves la Organización Mundial de la Salud.

Entre los hombres, la palma se la llevan los de San Marino con 81 años, dijo el organismo mundial.

En el otro extremo se sitúan las mujeres afganas, con 42 años, y los hombres de Sierra Leona, con 39 años.

La OMS dijo que las cifras se basan en estadísticas de 2007, las últimas disponibles.

La agencia dijo que Angola, Eritrea y Liberia, entre otros, han registrado progresos notables, en tanto Botswana, Kenya y Lesotho mostraron una caída de la esperanza de vida desde 1990.

La OMS publicó un informe con un centenar de tendencias de la salud mundial.-

Soñar despierto: una actitud positiva

VANCOUVER, Canadá (AFP) - A diferencia de la opinión generalizada, soñar despierto no es perder el tiempo, ya que cuando el cerebro vaga sin rumbo está trabajando incluso más duro para resolver problemas, señalan nuevos estudios.

Los científicos escanearon el cerebro de personas acostadas dentro de máquinas de resonancia magnética, mientras apretaban botones o permanecían en reposo.

Los escaneos revelaron que la "red por omisión" en las profundidades del cerebro humano se vuelve más activa mientras se sueña despierto.

Pero en un hallazgo sorprendente, el estudio también descubrió una intensa actividad en la red ejecutiva, la región del cerebro asociada con la resolución de problemas complejos, dijo la neurocientífica Kalina Christoff a AFP.

"La gente asume que cuando la mente vaga simplemente se apaga. Pero vemos lo contrario, que cuando vaga, se enciende", dijo Christoff, coautora del estudio y directora del laboratorio de neurociencia de la Universidad de British Columbia en el oeste de Canadá.

El hallazgo, publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, sugiere que soñar despierto podría ser una mejor manera de resolver problemas que la concentración intensa.

"Las personas que se permiten soñar despiertas pueden no pensar de la misma manera concentrada cuando realizan una tarea orientada hacia un objetivo, pero utilizan más recursos mentales y cerebrales", dijo Christoff.

Argumentó que tal vez ahora las personas cambien su actitud hacia los soñadores.

"En general hemos asumido esa actitud de que dejar vagar la mente es algo malo. Somos duros con nosotros mismos si nos descubrimos soñando despiertos", indicó.

"Una actitud más lúdica podría permitir usar más recursos", añadió.

La gente suele pasar un tercio del período en que está despierto soñando. "Es una gran parte de nuestras vidas, pero ha sido ampliamente ignorado por la ciencia", indicó Christoff.-

Bienaventurados

Bienaventurados aquellos que entienden mi paso vacilante y mi temblorosa mano.

Bienaventurados aquellos que tienen en cuenta que ya mis oídos tienen que esforzarse para captar las cosas que ellos hablan.

Bienaventurados aquellos que se dan cuenta que ya mis ojos están nublados y mis reacciones son lentas.

Bienaventurados aquellos que desvían la mirada con disimulo al ver que he derramado la taza de café sobre la mesa.

Bienaventurados los que con una sonrisa alegre me conceden un rato para charlar de cosas sin importancia.

Bienaventurados aquellos que nunca dicen: Ya ha contado eso dos veces.

Bienaventurados aquellos que saben arreglarse para traer a la conversación y a la memoria cosas pasadas.

Bienaventurados aquellos que me hacen comprender que soy amado y que no estoy abandonado y solo.

Bienaventurados aquellos que comprenden que me cuesta mucho encontrar la fortaleza para llevar mi cruz.

Bienaventurados los que me facilitan el paso final a la Patria Celestial, con amabilidad y buenas formas.

Los condones del abuelo

Los borrosos límites entre el deseo y la perversión.
"Vas a vivir calavera, siempre de la mano de tu amigo el doctor" La Mancha de Rolando

Hace ocho años murió la abuela Ana. Una tarde lluviosa de Agosto cerró los ojos sin mayores ceremonias. De ese modo tan sencillo le apagó la luz a un interminable período de postración y servidumbre. Una enfermedad neurológica la recorrió sin apuro desde sus piernas hasta el cuello. Los demás nos limitamos a contemplar el ascenso de aquella parálisis que la conquistó como un ejército fantasma marchando sin resistencias sobre un territorio desierto. Nino jamás se movió de su lado. Al cabo de una vida entera compartida con esa mujer encontró la serenidad para sentarse al costado de la cama y cantarle morriñas mientras sostenía su mano quieta como a un niño muerto sobre sus rodillas. Aún no tenían diez años cuando sus padres -vecinos de aldea de Oliva de la Frontera, al Este de Badajoz- los arrancaron del huerto y del arado para subirlos a la bodega de un barco con rumbo incierto al sur. Crecieron juntos -ellos y sus dos familias- hasta que durante una fiesta de carnaval se encontraron besándose en la boca detrás de los sauces. Se casaron sin hacerse preguntas y sin haberse tocado más que mediante ese beso fugaz e insensato. Las tres hijas llegaron como un rayo y la vida se hizo una lucha despiadada para darles todo lo que ellos no tuvieron. No hubo quejas, ni lamentos. Apenas una existencia austera aceptada como un hecho natural. Se entregaron al trabajo y a garantizarles a sus niñas unos estudios que consideraban la llave del paraíso futuro. Las tres se graduaron en la universidad. En las tres ocasiones Ana y Nino lloraron escondiéndose mutuamente unas lágrimas que no se podían permitir. Llegaron los nietos. El retiro feliz hacia el cultivo de hortalizas en el patio trasero y los aromas verdes de la cocina familiar. Más tarde, la enfermedad y la muerte. Y el silencio de Nino que duró un par de años. Un tiempo mudo que sus palabras invirtieron para recuperarse del estremecimiento brutal de la ausencia. Lo he asistido ya no recuerdo desde cuándo. Lo he visto callar y volver a hablar con la misma naturalidad con la que un oso duerme durante el invierno o un fruto nace en primavera. Sus hijas lo sentaban frente a mí procurando respuestas para unas preguntas que Nino nunca se había formulado. Me pedían estudios y medicamentos cuando él sólo necesitaba tiempo y resignación. Algunas veces le hice tomar al padre unas pastillitas inertes destinadas a tranquilizar a sus chicas. Dos años más tarde volvió a los nietos, a los cultivos de estación y a la iglesia los domingos como si se hubiese retirado apenas por unos instantes a meditar sobre la muerte.

Hace algunos días me visitó. Ahora lo hacen sus tres hijas sentadas ante mí como un tribunal implacable que evalúa mi conducta.

-Tengo algo que preguntarte doctor.

-Te escucho Nino, ¿qué ocurre?

-Ya hace ocho años que murió mi mujer.

-Es mucho tiempo, ¿no?

-Suficiente como para que haya podido pensar en ella todo lo que necesité.

-¿Y ahora Nino? ¿En qué pensás?

- ¿Puedo hablarte como a un hombre?

- Pensé que nunca habíamos hablado de otro modo.

Ahora sus tres hijas están en mi consultorio. Me miran, se miran. La menor toma la palabra. Se eleva sobre la silla como si una fuerza le naciera en el vientre y la empujara hacia arriba.

-Doctor, usted sabe lo que significa para nosotras el cuidado que siempre les ha dado a nuestros padres. No hay dudas de la confianza que depositamos en usted. Pero ahora estamos atravesando una situación que nunca pensamos que nos podría suceder. Un escándalo doctor. Algo que nos tiene a las tres llorando sin entender si se trata de una enfermedad o de algo aún peor. Una tragedia familiar de la que ni siquiera podemos hablar. Una situación que nos avergüenza y nos lastima y que sólo podríamos superar si usted nos asegura que la ocasiona un trastorno mental. Hemos leído que podría ser una alteración en el cerebro. No es imposible. Y, la verdad es que lo deseamos con toda el alma doctor. Por favor díganos que es así. Hágale a papá algunos estudios y confirme esa sospecha.

-Es que para eso debería conocer qué es lo que sucede. He visto a su padre hace pocos días y lo encontré muy bien.

-Lo sabemos. Él nos dijo que habló del tema con usted cuando tomamos conocimiento de lo que le está pasando.

-¿Y qué es lo que le está pasando?

-Doctor, ¡usted lo sabe muy bien! Papá nos aclaró que fue un consejo suyo. Una recomendación precisa aunque nosotros no lo podíamos creer. Usted nunca pudo haber hecho algo como eso. ¿O sí? Porque si fue usted doctor, entonces es usted el que está enfermo y nosotras tenemos que saberlo. Si hacer recomendaciones vergonzosas a sus pacientes es su forma de entender lo que un médico debe hacer con un anciano, entonces doctor, el problema es usted y no mi padre.

La mujer se encendió hasta que los ojos se abrieron en toda su dimensión, la cara adquirió un color bermellón, las venas del cuello se le dibujaron hasta perderse debajo de su mandíbula. Tomó su bolso, introdujo una de sus manos en él y extrajo una pequeña caja de cartón tomándola con el extremo de sus dedos índice y pulgar como si se tratase de un objeto repugnante o un peligroso veneno. Lo arrojó sobre el escritorio y la caja se deslizó sobre la superficie del vidrio que lo recubre hasta detenerse justo frente a mí. Gritaba y se ponía de pié. Sus hermanas la acompañaban con los gestos pero sin pronunciar ninguna palabra. Parecían mimos que actuaran el clásico número del espejo.

- ¿Qué es esto doctor? ¿A ver, dígame, sabe usted qué cosa es esto?

Tomé la caja con mis manos y la examiné poniéndola a la altura de mis ojos.

-Bueno, si la memoria no me traiciona, esto es una caja de condones.

-¡Exactamente doctor! Una caja de condones que encontramos en el bolsillo del pantalón de mi padre. ¿Tiene usted algo que decirnos al respecto?

-Sí, desde ya, que jamás deberían revisar los bolsillos de otra persona.

Ahora las tres se acercan al borde del escritorio. Apoyan sus manos sobre él e inclinan el cuerpo en mi dirección. Son como misiles tierra – tierra en busca de su objetivo final.

-¿Sabe lo que nos contestó papá cuando le preguntamos sobre ésto?

-No, no sé.

-“Me los recomendó el doctor” dijo, y siguió cuidando sus plantas junto a los nietos como si nada grave pasara. ¿Ahora va a decirnos de qué habló con papá?

-No, no lo voy a hacer.

La hija que llevaba la voz cantante tomó la caja y volvió a guardarla en su bolso. Las otras dos se embarcaron en un llanto sincrónico y espasmódico que me sobresaltó. Primero unos sollozos cortos y rítmicos. Luego un sofoco estridente que derivó hacia una serie muy precisa de cortos soplidos sobre unos delicados pañuelitos rosa que se pasaron una a la otra.

-¡Doctor, usted no tiene derecho! Sabe perfectamente lo que hemos sufrido, lo que nos ha costado aceptar la muerte de mamá. ¿Tampoco tiene nada que decirnos sobre éso?

-En realidad sí. Me alegra mucho que hayan podido aceptar la muerte de su madre. Pero lo que parece que aún no han logrado aceptar es que su padre todavía sigue vivo.-