Identidad masculina:
Del trabajo a la jubilación
Theodore J. Gradman
El trabajo y la carrera profesional dominan la identidad de un hombre,
dejándolo sin preparación para otras realidades como la jubilación.
La jubilación se percibe a menudo
como una meta vaga y distante y una recompensa por los años de intensa labor.
Los hombres, a veces, planean el impacto financiero que ésto ocasiona, pero
raramente reconocen su impacto psicológico.
La jubilación implica una serie de pérdidas, entre las que se destacan: colegas
y soporte social (Ochberg, 1987), oportunidades de sentirse independientes y
competitivos (Weiss, 1990), escenarios para arriesgarse al éxito o al fracaso
(Filene, 1981; Willing, 1989) e ingresos monetarios. De esta manera, la
jubilación amenaza el sentido de masculinidad del varón y muchos no se dan
cuenta hasta que deciden jubilarse.
La percepción de una amenaza a la identidad masculina marca el comienzo
de la adaptación a la jubilación (Gradman, 1990). Un hombre debe evaluar cómo
retendrá su sentido de masculinidad al decidir cuándo y cómo jubilarse. Ninguna
transformación ocurre de un día para el otro. Prioridades, metas y actividades
del día a día necesitan ser gradualmente reformuladas.
La transición de la jubilación es un período ideal para estudiar la
identidad masculina en la vejez. Aunque la mayoría de los sujetos en los
estudios jubilatorios son varones, y la mayoría de los estudios se enfocan en
metas y opciones de vida tradicionalmente masculinas (Szinovacz, 1982,
Szinovacs & Washo, 1992), la experiencia de la jubilación o retiro laboral
de los varones, ha sido poco abordada.
Este capítulo se enfoca al análisis de cómo los varones cambian de
trabajadores comprometidos a jubilados.
Trabajo e identidad
masculina
Históricamente, el prototipo del varón estadounidense era un estándar
único frente al cual se medía a todos los hombres: blanco, heterosexual, de
mediana edad, casado y buen proveedor (Bernard, 1981; Kimmel & Messner,
1992). Se esperaba de los varones adultos que se dedicaran a su trabajo como
fuente de estatus, estabilidad e identidad. Los hombres jubilados, desempleados
y otros que se alejaban del estándar normativo eran estereotipados negativamente
y considerados psicológicamente padecientes (Ehenreich, 1983; Rubin, 1976).
La cultura estadounidense de la primera mitad del siglo XX acentuó roles
distintivos para el varón y la mujer (Doyle, 1983; Pleck, 1981). Ser varón
significaba trabajar, compartir la comunidad con otros varones trabajadores y
mantener una familia. Estudios recientes revelan que el trabajo y sus
recompensas siguen siendo preponderantes en la concepción de sí mismos que
tienen los hombres hoy en día (Ochberg, 1987; Weiss, 1990).
Valores de
masculinidad
El trabajo respalda un sentido de masculinidad tanto de una manera clara
y consciente como de formas que nos son menos evidentes. A través de la
adultez, los hombres trabajan para obtener recompensas extrínsecas (monetarias
y sociales) e intrínsecas (auto-expresión y realización).
El trabajo respalda la percepción de un varón de poseer estatus,
capacidad y valía (Kosloski, Ginsburg & Backman, 1984); provee sustento, en
tanto actividad productiva, ingresos, estatus, auto-realización y contacto
social; crea múltiples oportunidades para verse poderoso, seguro de sí mismo y
competente. Es decir, en términos generales, el trabajo permite a un varón
cumplir con las actitudes y conductas “masculinas” esperables desde las normas
sociales.
La primacía del trabajo es apoyada por diversas investigaciones que
muestran que la mayoría de los varones se identifican antes que nada con su
trabajo (Elder, 1974; Miller, 1965; Veroff & Feld, 1970; Weiss, 1990), usan
su rol laboral para negociar sus espacios y tiempos en la familia, el ocio y la
comunidad (Miller, 1965). Algunos hombres equilibran trabajo y roles familiares,
pero la mayoría mantiene una gran inversión emocional en el trabajo (Ochberg,
1987; Veroff, Douvan & Kulka, 1981).
La ética del trabajo subyace a las creencias de muchos varones mayores
respecto del significado de la masculinidad. La mayoría cree que si un varón
trabaja mucho, usa el tiempo sabiamente y realiza sacrificios, alcanzará el
éxito ocupacional y será rico (Benner, 1984; Gouldner, 1970). Históricamente,
la ética protestante del trabajo equiparaba éxito con valor personal. De esta
manera, los individuos que adoptaron esta ética en sus años de trabajo activo
muestran una disminución, tanto de la actividad como de la satisfacción durante
el período de la jubilación (Hooker & Ventis, 1984). Cuando el trabajo es
percibido como un imperativo moral, el retiro y la jubilación infunden
sentimientos de inoperancia y apatía.
La pérdida del trabajo amenaza el sentido de identidad del varón (Weiss,
1990). Por esta razón, los que se encuentran sin empleo, reportan sentimientos
de inutilidad y marginalidad, independientemente del estatus previo que se pudo
haber alcanzado. De la misma manera que el desempleo se vive con dolor, el fin
del trabajo genera vivencias similares.
A medida que se aproxima la
jubilación, muchos varones se impacientan cuando perciben que dejan de ser los
pilares de la familia (Ochberg, 1987; Weiss, 1990), o cuando pierden el
escenario principal de logros, de competencia agresiva, estatus, poder y
confianza en sí mismos. Debido a que los varones, a través del trabajo
mantienen actitudes y conductas “apropiadas” en relación al género, la
jubilación desafía el sentido de masculinidad.
La familia
A menudo los hombres perciben la jubilación como un ingreso al territorio
femenino de la familia y el hogar (Willing, 1989). El ingreso en los dominios
de su esposa y la pérdida de su propio espacio pueden generar una sensación de
incertidumbre acerca de cómo conducirse como varón.
Muchos varones casados expresan la inquietud de que serán criticados por
sus esposas una vez que sean observados más de cerca (Bikston & Goodchilds,
1989; Szinovacs, Ekerdt, & Vinick, 1992; Willing, 1989). Realizan más
tareas hogareñas que antes pero se ven a sí mismos como “ayudando” a sus
esposas en las tareas domésticas (Vinick & Ekerdt, 1992). Esta vivencia
permite a los varones adherir a concepciones previamente mantenidas sobre la masculinidad,
a pesar de que haya algunos cambios en su conducta. Sin embargo, la mayor parte
de las tareas domésticas permanecen divididas según el género. Las mujeres
básicamente continúan realizando las tareas dentro del hogar y los hombres se
centran más en la jardinería y la reparación de electrodomésticos.
El cambio en las creencias que subyacen al ejercicio de las actividades
domésticas atribuidas al género es poco probable
(Keith & Monk, 1984). Los hombres jubilados parecen adherir al código de
conductas y actitudes del lugar de trabajo, aún cuando la jubilación los coloca
en un territorio nuevo.
Después de la jubilación los hombres continúan enfatizando los mismos
atributos masculinos que antes. Se demandan fortaleza, decisión y poder
(Solomon, 1982). Muchos temen sentirse inútiles a medida que menguan sus
capacidades físicas, y suelen preocuparse por conseguir el respeto de su
familia y la comunidad a medida que disminuyen las oportunidades de logros
laborales (Rubinstein, 1986).
Identidad masculina y adaptación a la jubilación
Cambios en la masculinidad
a fines de la edad adulta
La importancia del trabajo para la identidad masculina podría sugerir que
la jubilación genera una ruptura, o al menos una marcada discontinuidad. Sin
embargo el sentido de masculinidad de un hombre se desarrolla a lo largo de la
vida adulta y a medida que se envejece. Hay tres elementos primarios en este
proceso. El primer elemento es la continuidad de expectativas sociales sobre las
conductas y actitudes “masculinas” (Sinnott, Rabin, & Windle, 1986). Los
modelos de conducta están fuertemente reforzados y permanecen relativamente
constantes a lo largo de la adultez (Rubinstein, 1986; Solomon, 1982). Las
actitudes apropiadas al género, tales como la orientación instrumental
(concentración en la realización del trabajo) y orientación analítica
(confianza en la lógica del paso a paso) son enfatizadas frecuentemente por los
varones mayores (Bem, 1974; Kaye & Monk, 1984; Solomon, 1982). Quieren ser
vigorosos a pesar del declive físico, suprimir emociones, incluso luego de
pérdidas, y mantener el control y la autoridad a pesar de la disminución de las
responsabilidades de liderazgo (Rubinstein, 1986). Los hombres confían en su concepción
de cómo es su masculinidad, lo que les ayuda a afrontar las transiciones y pérdidas del envejecimiento. El proceso de
mantener una mirada coherente sobre uno mismo para afrontar el envejecimiento
se conoce como continuidad (Atchley,
1971, 1972, 1989).
El segundo elemento es la emergencia gradual de características
atribuidas a lo femenino que complementen las características atribuidas a lo
masculino ya existentes (Levinson, Darrow, Klein, Levinson & McKee, 1978;
Sinnott, Rabin, & Windle, 1986).
El ambiente de trabajo restringe la expresión creativa, protectora y
emocional para la mayoría de los hombres jóvenes y de mediana edad (Filene,
1981). La jubilación suele resultar la primera oportunidad real de alejarse de
los confines del mundo laboral, y cultivar estas características anteriormente
no expresadas. Estas nuevas demandas hacia una mayor sensibilidad y conexión
emocional en personas de edad avanzada reafirman a los hombres mayores el
incremento de una mayor expresividad y de capacidad de cuidado (Levinson et
al., Neugarten, 1968; Vaillant, 1977). Fletcher y Hanson (1991) notaron que los
hombres que demuestran tanto rasgos atribuidos a lo masculino, de tipo
instrumental, como rasgos atribuidos a lo femenino, con orientación al cuidado,
forman y mantienen nuevas y positivas relaciones después de la jubilación. Esta
integración de rasgos atribuidos a lo femenino y masculino, requiere la
reconciliación con prohibiciones que derivan de expectativas sociales que para
los hombres fueron reforzadas durante sus años laborales. Los rasgos atribuidos
a lo femenino, que fueron ocultados, permiten equilibrar los rasgos
atribuidos a lo masculino, a medida que el varón envejece y las demandas
laborales se terminan.
El tercer elemento es el proceso biológico de disminución del vigor. Los
andrógenos comienzan a disminuir en la mediana edad, resultando en una pérdida
de cierta capacidad sexual, masa muscular, emisión de energía, y dominio (Brim,
1976; Vaillant, 1977). Juntas, la desaceleración biológica, la continuidad de las
expectativas de género, y la aparición de nuevos modos de auto-expresión se
vuelven la base del sentido de sí mismo como varón que tiene un hombre mayor.
Teorías de la adaptación a
la jubilación:
Diversos modelos de adaptación a la jubilación enfatizaban
discontinuidades a través de la de la vida de un hombre. Por ejemplo, el modelo
de la desvinculación postulaba un retiro de los roles primarios de la adultez
temprana y media, ya que un individuo se desvinculaba mediante la adopción de
un estilo de resolución de problemas más pasivo, y volviéndose más egocéntrico
durante la transición a la jubilación (Cumming & Henry, 1961). El modelo de
la actividad proponía que la continuidad de los niveles de actividad luego de
la jubilación era necesaria para un envejecimiento exitoso y que los hombres
sustituían las actividades laborales por las actividades de ocio y de apoyo a
la comunidad (Friedmann & Havighurst, 1954; Hochschild, 1978; Miller,
1965). Por el contrario, el abordaje de la continuidad de la identidad
masculina en la adultez tardía, enfatizado
en este capítulo, deriva del modelo más reciente de continuidad sobre el
envejecimiento y la adaptación a la jubilación. (Atchley, 1971, 1972, 1989; Neugarten, Havighurst, & Tobin,
1968). La teoría de la continuidad no
enfatiza la continuidad de los niveles de actividad, sino que postula una
evolución de las características personales de un individuo en una situación de
vida diferente. Una reducción en las expectativas, junto con una definición más
amplia de éxito, permiten la continuidad del valor propio percibido (Atchley,
1989).
Etapas de la jubilación
Las adaptaciones psicológicas y sociales a la jubilación no ocurren
abruptamente. El proceso de adaptación requiere varios años antes y después de que
suceda, e incluye varias etapas (Atchley, 1976; Willing, 1989). La jubilación
precisa de una decisión (o mandato del empleador), cantidades variables de
preparación, un último día laboral, adaptación inicial a las condiciones de la
jubilación y el establecimiento de un estilo de vida como jubilado a largo
plazo (Atchley, 1976). Este estilo de vida puede incluir un trabajo ocasional,
o de medio tiempo, que se relaciona a menudo con la carrera previa del hombre, a
modo de enlace a la adaptación con el pasado (Kaye & Monk, 1984).
Los varones experimentan una fluctuación en su satisfacción con la vida
durante la jubilación y pueden lidiar más efectivamente con algunas etapas que
con otras (Stokes & Maddox, 1967). (*)
Las etapas de la continuidad en la transición a la
jubilación
El incremento en la
identificación con el trabajo después de la jubilación respalda el modelo de
continuidad y desafía los modelos de discontinuidad. El éxito y el desempeño
competente continúan como la percepción de una carrera que se terminó de una
manera exitosa y dentro de una organización importante. Esta reafirmación
provee la base para que la identidad masculina permanezca intacta.
El modelo de continuidad sobre la jubilación
no especifica pasos en el proceso, aunque la jubilación puede requerir un tipo
similar de progresión al duelo, donde se pasa por etapas de conmoción, negación,
tristeza y aceptación (Parkes, 1986, Atchley, 1976; Koloski, Ginsburg, &
Backman, 1984).
La jubilación tiene
paralelismos con un tipo anticipado de duelo porque es claramente previsto por
la mayoría de los hombres. Las conductas de afrontamiento anticipatorio antes
de la pérdida incluyen ensayos para un nuevo rol, siguiendo modelos a seguir y
determinando cómo las capacidades actuales se ajustarán al nuevo rol (Pearlin,
1980). La mayoría de los hombres participa en actividades preparatorias cada
vez más frecuentes antes de la jubilación (Evans, Ekerdt, & Bosse, 1985)
para lidiar con la pérdida anticipada del trabajo.
En el estudio antes citado, los hombres que
han establecido una fecha de jubilación,
parecen estar bajo el mayor estrés. Al desprenderse del trabajo, para
ensayar la pérdida del mismo, su sentido de masculinidad y bienestar sufren.
Ellos perciben conexiones entre el trabajo y la masculinidad que antes no habían
sido reconocidos. Este desprendimiento temporal es seguido por una aceptación
de la pérdida, siguiendo el modelo de duelo de Parkes (1986) donde se mantiene
la conexión con aquellos elementos satisfactorios y duraderos del trabajo. La
relativa estabilidad entre la masculinidad y la identificación con el trabajo,
después de la jubilación, refleja la integración de formas ya conocidas acerca
del poder cumplir con expectativas satisfactorias sobre las actitudes y los
comportamientos masculinos sin depender de la participación real en el trabajo
(Gradman, 1990). Es probable que pérdidas subsiguientes ocurran más adelante, en
la etapa jubilatoria. La identificación con el trabajo y otros elementos
perdurables del sentido de masculinidad de un hombre lo asistirán al momento de
afrontar estas pérdidas (Atchley, 1976; Willing, 1989).
Diversidad de la
identificación con el trabajo en los hombres
La identificación con
el trabajo es particularmente fuerte cuando las recompensas intrínsecas y
extrínsecas del trabajo son altas. El acceso a las recompensas depende del
estatus personal en el mundo laboral. Un estatus ocupacional más bajo puede dar
lugar a una menor identificación con el trabajo. Las diferencias raciales o
étnicas y el estado civil también afectan la percepción del hombre sobre su
lugar en el mundo laboral.
Estatus ocupacional
Los trabajadores de
cuello azul (obreros) ven la jubilación más positivamente que los trabajadores
de cuello blanco (profesionales) y reportan una mayor satisfacción inicial en
la jubilación (Kellams & Chronister, 1987). Los obreros enfatizan las recompensas
laborales extrínsecas más que las intrínsecas y se encuentran de este modo
menos involucrados emocionalmente con el trabajo (Dreyer, 1989, Filene, 1981).
Los trabajadores de tipo intermedio, como los de puestos clericales, de ventas,
capataces y trabajadores cualificados, encuentran un poco más de sentido
intrínseco en el trabajo y tienen un nivel más alto de compromiso que los
trabajadores no calificados, pero generalmente mantienen actitudes parecidas
sobre la jubilación a la de los obreros, y reportan una satisfacción similar
(Simpson, Back, & McKinney, 1966). Los profesionales y ejecutivos
demuestran la actitud más negativa frente a la jubilación, derivada tal vez del
mayor compromiso laboral y las mayores recompensas intrínsecas derivadas del
trabajo. A pesar de una mayor dificultad
con el ajuste inicial, la satisfacción más tardía es, a menudo, mejor para el
trabajador de cuello blanco (Loether, 1964; Stokes & Maddox, 1967).
Las razones propuestas
para estas diferencias en el ajuste incluyen una mayor flexibilidad de rol,
habilidad social, capacidad comunicativa y niveles generales de destreza que
acompañen un estatus ocupacional más alto (Loether, 1964; Seccombe & Lee,
1986). Los hombres de estatus más alto tienen más control sobre sus ambientes
de trabajo (Friedmann & Orbach, 1974); sienten mayor control sobre sus
vidas, lo cual facilita una adaptación positiva a la jubilación (Walker,
Kimmel, & Price, 1981). Los jubilados por obligación o por cuestiones de
salud están menos satisfechos que aquellos que se retiran por voluntad
(Crowley, 1985). Sin embargo, el acceso a los ingresos y a los recursos médicos
y sociales puede ser el primer determinante del impacto del estatus ocupacional
sobre el ajuste jubilatorio (Seccombe & Lee, 1886).
Raza y etnicidad
La mayor parte de las
investigaciones sobre las diferencias raciales y étnicas en la jubilación
aborda las diferencias entre blancos y negros. Si bien los negros parecen
mostrar la misma satisfacción con la jubilación, sus ingresos son
significativamente menores, así como lo son sus expectativas de longevidad y su
preparación para la jubilación (Palmore, Burchett, Fillenbaum, George, &
Wallman, 1985). Los negros y otras minorías también tienen un menor acceso a
los planes formales pre-jubilatorios (Ferraro, 1990). Los negros son más
propensos a tener que trabajar después de jubilarse y menos propensos a verse a
sí mismos como “jubilados” (Gibson, 1993). Esto parece ser cierto incluso entre
profesionales (Richardson & Kilty, 1992). Los profesionales negros que
socializan fundamentalmente con colegas y tienen un alto compromiso con el
trabajo, evitan la planificación para la jubilación, similar a los profesionales
blancos (Richardson & Kilty, 1992). Hay escasa evidencia para sugerir que
los hombres negros experimentan el compromiso laboral de modo diferente a los
hombres blancos. Su acceso más limitado a los recursos y el estatus ocupacional
previo parecen ser los determinantes primordiales de las diferencias en la
satisfacción con la jubilación.
Estado civil
El estado civil
modifica aún más el ajuste a la jubilación. El trabajo puede ser especialmente
importante para el hombre soltero, ya que sería una forma de compensar las
carencias que genera estar sin pareja (Ward, 1979). Los individuos sin pareja
buscan mayor validez social por parte del trabajo que sus pares con pareja, y
así son más sensibles a su reputación como trabajadores (Veroff, Douvan, &
Kulka, 1981). El trabajo provee una
mayor conexión con la comunidad y oportunidad para el contacto social. Los
hombres solteros con un compromiso laboral incrementado pueden hallar más
difícil la decisión de jubilarse y más deseable el empleo continuado (Rubinstein,
1986; Ward, 1979). Un estudio longitudinal de 1.398 individuos solteros no
justificó totalmente esta afirmación, aunque no había grupos control de casados
(Keith, 1985). Otro estudio halló que los hombres solteros se enfocan más en el
ocio que los casados a medida que se aproxima la jubilación (Veroff, Douvan,
& Kulka, 1981), tal vez para encontrar un sustituto a la realización del
trabajo y para mantener las relaciones sociales. Entre los sin pareja, la
actitud hacia el trabajo y la jubilación es independiente del estatus
socioeconómico y de la raza (Keith, 1985, 1989). Careciendo de la capacidad
para cumplir ciertas expectativas de la conducta masculina (matrimonio y
provisión a la familia), los hombres no casados parecen concentrarse en actividades
laborales y pasatiempos como un medio de aumentar la autoestima. Podrían
experimentar una angustia o distrés particulares cerca de la hora de jubilarse,
pero también podrían ganar seguridad/confianza debido a su mayor repertorio de
actividades de tiempo libre.
Cohorte
Hasta ahora, los
estudios sobre la jubilación han examinado sujetos que eran adultos jóvenes
antes de la revolución sexual y los movimientos feministas. En los años
intermedios, han ocurrido muchos cambios en las expectativas del compromiso
laboral y la conducta masculina apropiada en el trabajo y el hogar. Cohortes
más jóvenes de hombres pueden tener un patrón de identificación con el trabajo
en la adultez totalmente diferente. La naturaleza de este patrón estará
determinada sólo cuando estas cohortes sean lo suficientemente viejas para un
estudio de toda la vida.
Resumen de las diferencias de los grupos
Los científicos
sociales han comenzado a abordar sistemáticamente el impacto del estatus
ocupacional, etnicidad y estado civil en la transición a la jubilación, desde
las actitudes pre-jubilatorias a la satisfacción post-jubilatoria. El efecto
más visible ocurre en las opciones de planificación pre jubilatoria y los
recursos monetarios, médicos y sociales post jubilatorios.
La identificación con
el trabajo puede ser menos intensa en niveles ocupacionales más bajos y con
individuos más alejados del centro de poder en el mundo laboral. El haber
puesto el foco sólo sobre el propio trabajo, como la fuente primaria de la
identidad de un varón, puede disminuir el cambio inicial que genera entrar en
la jubilación. Aunque cuando la menor identificación está vinculada con menores
oportunidades y diferentes tipos de habilidades, un hombre puede verse
constreñido en su capacidad de crear una vida jubilatoria que enriquezca el
sentido de sí mismo.
Conclusión
El éxito en el lugar de
trabajo va en paralelo con el éxito en el cumplimiento de las expectativas
sociales para la conducta masculina. Como las recompensas son obtenidas en el ámbito
laboral, el hombre invierte psicológicamente en el trabajo, el que a su vez genera
este tipo de recompensas. Es decir que a cada paso, la identidad masculina es
cultivada.
A medida que el hombre
envejece, los procesos de maduración y envejecimiento dan lugar a una modificación
en las conductas atribuidas a lo masculino y ciertos referentes biológicos. Las cualidades masculinas que disminuyen con
los cambios biológicos incluyen agresión, vigor y dominancia (Brim, 1968;
Vaillant, 1977). Las cualidades masculinas que permanecen estables o aumentan
como función de la continuidad psicológica incluyen actitudes como la
orientación instrumental y la orientación analítica (Kaye & Monk, 1984).
Las cualidades atribuidas a lo femenino que emergen con la maduración y las
presiones sociales incluyen la auto-expresión y la sociabilidad (Levinson et
al, 1978; Neugarten, 1968; Vaillant, 1977). Esta progresión de cambios no es
inquietante hasta que el hombre decide jubilarse, es allí donde se da cuenta
hasta qué punto su sentido de masculinidad ha sido respaldado por el trabajo.
A posteriori que un
hombre decide jubilarse, puede cuestionar el sentido de autoridad,
auto-confianza y competencia que ha ganado en los años de trabajo. Se desprende
del trabajo para prepararse para la jubilación, pero el lugar de trabajo aún
espera productividad y un impulso de competitividad. Se siente preocupado acerca
del cambio del territorio masculino tradicional del lugar de trabajo por el
reino tradicionalmente femenino del hogar. Puede anhelar liberarse del
constreñimiento del trabajo de todos los días, pero se preocupa sobre cómo mantener
el respeto en su nuevo rol.
La jubilación
intensifica la amenaza de desintegración física y psicológica que acarrea el
envejecimiento (Antonovsky & Sagy, 1990). Una nueva integración de fuerzas
es necesaria para mantener la vitalidad luego de la jubilación. Toda la carrera
de un hombre y sus afiliaciones profesionales deben ser internalizadas de forma
segura a fin de renovar y estabilizar su sentido de masculinidad.-
(*) Un estudio de
la identidad masculina y la jubilación
Un
estudio reciente examina a hombres que tuvieron éxito en diferentes etapas de
la jubilación, y aísla los determinantes psicológicos de las decisiones tomadas
en esta etapa, separándolas de otros factores como la salud, las finanzas y la
edad (Gradman, 1990). Este estudio fue parte de uno más amplio, de tipo
longitudinal, sobre el proceso psicológico-social de la transición a la
jubilación (Bikson, Goodchilds, Huddy, Eveland, & Schneider, 1991).
La
identificación del trabajo y la identidad masculina se midió en 76 varones que
se desempeñaban o se habían desempeñado en una gran empresa y que se
encontraban en diferentes momentos del proceso pre y post jubilatorio. Entre
los que tenían que jubilarse: 11 empleados no tenían una fecha establecida; 8
empleados, con uno a tres años; 7 empleados, con menos de un año. Entre los ya
jubilados: 11 estaban dentro de los 18 meses posteriores a dejar el empleo; y
39 pasados los dos años (Gradman, 1990). Estos subgrupos de empleados y ex
empleados tal vez no simulen completamente cómo un hombre progresa hacia la
jubilación, sin embargo, la mayoría de los hombres predicen bien sus fechas de
jubilación y progresan desde la no decisión, hasta decidirse por una fecha
lejana para prepararse para la jubilación inminente (Ekerdt, Vinick, & Bosse, 1989). Los sujetos en este estudio eran “hombres exitosos”
porque tenían elevado estatus y estabilidad en múltiples áreas, incluyendo
carrera, finanzas, salud, redes sociales y relaciones íntimas (Bikson &
Goodchilds, 1989). Eran relativamente saludables y podían tomar una decisión
voluntaria basados más en necesidades psicológicas individuales que en los
ingresos o asuntos de salud. La edad promedio fue de 64,1 años. El rango iba de
57,4 a 74,1
años para los trabajadores y de 58,7
a 72,1 años para los jubilados/retirados, mostrando gran
superposición. Los análisis fueron
esencialmente equivalentes ya fuera que la edad se controlara o no y el mínimo
efecto de la edad permitió enfocarse en la etapa jubilatoria.
Mediciones
La identificación con el trabajo y la identidad
masculina fueron evaluadas durante un seguimiento del estudio longitudinal
mayor (ver Gradman, 1990, para detalles). Se establecieron diversas escalas,
empíricamente validadas, para poder analizar el compromiso laboral:
La identificación con el trabajo mide el grado de
compromiso de un varón con su trabajo y el nivel de las capacidades
involucradas. Su análisis es multidimensional; el involucramiento en el trabajo
se refiere a la importancia del trabajo específico para la auto-imagen de
un hombre; el compromiso profesional
describe la importancia del trabajo y de la carrera en la vida de cada uno; el compromiso organizacional se refiere
a la identificación de un individuo con una organización en particular y con
sus objetivos.
Las escalas fueron utilizadas para medir
cada uno de estos conceptos independientemente (por ejemplo, “considero mi
trabajo como central a mi existencia”, o “encuentro que mis valores y los de mi
empresa son muy parecidos”). El grado al que a un hombre le gusta o disgusta su
trabajo también se asocia con la identificación con el trabajo, y ello fue
medido por la Escala de Satisfacción con el Trabajo (Hackman & Oldham,
1975). Finalmente, la adhesión de un hombre a las actitudes de la ética laboral
también está estrechamente relacionada con la identificación con el trabajo, y
su ideología del trabajo fue medida por cinco ítems de la Escala de Ética
Laboral (Work Ethic Scales) (Mirels & Garrett, 1971; por ejemplo, “Un
disgusto por el trabajo pesado generalmente refleja debilidad de carácter”).
La
identidad masculina también es multidimensional. Reconociendo que la jubilación
es un período en el cual la identidad de un hombre es vulnerable, la escala de
Estrés de Rol de Género Masculino de Eisler y Skidmore (1987) (MGRS: Masculine Gender-Role Stress) fue
seleccionada para medir el distrés percibido por hombres en el proceso
jubilatorio y en situaciones específicas relacionadas con las expectativas de
género tradicionales (por ejemplo, “ser superado en el trabajo por una mujer”;
“ser ignorado para un ascenso”). Preguntas parecidas acerca de situaciones que
requieran agresividad y competitividad fueron adicionadas para reflejar estas
características masculinas esperadas. Además, una medida de rasgo de
masculinidad auto-reportada, la escala M del Cuestionario de Atributos
Personales (PAQ: Personal Attributes
Questionnaire) (ver Spence, Helmreich, & Stapp, 1974), fue incluido
para complementar el específico MGRS de la situación con una auto-calificación
de competitividad, decisión, confianza y otros rasgos estereotipadamente
masculinos.
El
ajuste a la jubilación fue evaluado por la medición de un solo ítem (del
estudio amplio) que interrogaba a cada sujeto sobre qué tan bien él se había
ajustado (o se ajustaría) a la jubilación. El bienestar general fue evaluado
por dos escalas que se repitieron a lo largo del curso del estudio. La Escala
de Afecto Positivo General (Veit & Ware, 1983) mide felicidad (por ejemplo,
“Generalmente disfruto las cosas que hago”). Una versión sintetizada (Hays
& DiMatteo, 1986) de la Escala de Soledad de la UCLA (Russell, Peplau,
& Ferguson, 1978) mide angustia/distrés (por ejemplo, “me siento aislado de
los demás”).
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