Los investigadores exploraron la organización de las redes neuronales de la ínsula, una de las regiones más importantes en la integración y la percepción sensorial, y analizaron la conectividad de esta región con otras áreas del cerebro mediante resonancia magnética funcional. Comparando el cerebro de músicos y de no músicos, se observó que los primeros tenían un incremento de la conectividad funcional de la ínsula con regiones relacionadas con la detección y el procesamiento de estímulos (corteza cingulada anterior), con el procesamiento de información y el control (corteza prefrontal) y con el sistema de recompensa y procesamiento emocionales (corteza orbitofrontal). Además, los músicos con más experiencia tenían una mayor conectividad con áreas del cerebro básicas para la práctica musical, como las regiones del procesamiento sensitivomotor (corteza motora y somatosensorial primaria) y del procesamiento auditivo y visual (corteza auditiva primaria y occipital).
Los resultados indican que, efectivamente, la práctica musical genera cambios en la organización de las redes neuronales, tal vez para reducir los tiempos de integración sensorial durante la práctica musical y mejorar el tiempo de reacción o ejecución instrumental.-
Revista de Neurología.
La música y la supervivencia de la especie.
Más allá de una cuestión cultural, la música puede ser considerada como una función biológica en el ser humano.
No hay ninguna civilización en el mundo que no tenga su propia música. Cabe entender, entonces, que no es un capricho cultural: es un elemento clave en las interacciones humanas.
¿Cuánto de esto puede guardar relación con nuestra supervivencia como especie?
Nuestro cerebro está conformado en tres estratos evolutivos,
de menor a mayor especialización: los más primarios se encargan de las
funciones autónomas (latido cardíaco, ritmo respiratorio…) y de las
reacciones fisiológicas ante estímulos emocionales. Son centros que
tienen un papel principal en la respuesta cerebral a la música.
Entonces, si la música no fuese una cuestión vital, ¿habría algún motivo
por la que esa relación habría de mantenerse a lo largo de la
evolución?
Algunos experimentos
como el que dirigió Harlow con crías de mono, y otros más terribles
como los realizados con humanos en el siglo XX, pusieron de manifiesto
que para un bebé no solo es necesario el sustento para sobrevivir,
sino la interactuación con un adulto. Es instintivo en el ser humano
abrazar a un bebé, mecerle rítmicamente cuando está intranquilo, y
hablarle con una prosodia exagerada, con picos melódicos mucho más
marcados que cuando hablamos con otros adultos. ¿Os habíais fijado? Ese
habla melódica, llamada baby talk, es también instintiva y nos garantiza que el niño vaya a recibir la emoción en nuestra entonación, que generalmente le da más información que las mismas palabras.
Por otro lado, el cuerpo humano es
ritmo. Sístole, diástole. Contracción, relajación. Inspiración,
espiración. Hay numerosas enfermedades relacionadas con la alteración de
los ritmos corporales. Nuestro cerebro disfruta con el ritmo y
sus funciones tienden a sincronizarse con el existente en su ambiente,
también por medio de otros mecanismos nerviosos como las neuronas espejo.
Si contamos con que nuestro cuerpo es
ritmo y nuestra emoción melodía, y sumamos la armonía como relación
ordenada con el medio, ¿alguien puede decir que no somos criaturas
musicales?.-
Marta Arias.
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