Científicos descubren proteína que puede revertir el envejecimiento

El envejecimiento podría ser un caso de negligencia a nivel celular. Científicos encuentran una proteína multifuncional llamada SIRT1 que podría ser realidad la posibilidad de ser “eternamente joven”

El envejecimiento podría ser un caso de negligencia a nivel celular, como un propietario de casa ausente que permite que la actividad genética se descomponga, según un estudio recientemente publicado.
En experimentos con células madre embrionarias de ratón, investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard encontraron que una proteína multifuncional llamada SIRT1, que normalmente actúa como un guardián del genoma, a veces es "solicitada" para reparar ADN dañado y esa actividad aumenta con la edad.
Cuando la proteína abandona su puesto normal para trabajar como "milusos" genético, el orden se derrumba. Genes inactivos que están normalmente bajo su cuidadosa vigilancia empiezan a encenderse.
Saber cómo sucede esto podría abrir la posibilidad de detener o frenar el proceso, indicó David Sinclair, biólogo de Harvard y principal autor del ensayo.
"Lo que este trabajo de hecho implica es que algunos aspectos del envejecimiento podrían ser reversibles", explicó Sinclair. "Suena descabellado, pero en principio debería ser posible restaurar el conjunto de genes de la juventud".
Lo que aún no está claro es qué importancia tiene realmente el hecho de poseer la expresión genética de la juventud.
Científicos no involucrados con el estudio destacaron que no se sabe si mantener joven la expresión genética es la clave para que una persona se mantenga efectivamente joven.
"El ensayo señala que podría mantener o regresar a un perfil genético más joven, ¿pero significa eso que uno será más joven?", indicó el doctor Stephen Helfand, profesor de biología molecular de la Universidad Brown. "Quizá una vez atravesado ese umbral, ya no se puede regresar".
El estudio, publicado en la revista Cell, es sólo el más reciente en centrar la atención en las sirtuinas, una clase de proteínas involucradas en el proceso de envejecimiento, que han sido estudiadas para crear medicinas basadas en ellas por una compañía cofundada por Synclair, Sirtris Pharmaceuticals.
En la última década, las sirtuinas han sido catapultadas a la fama por el papel que juegan en el envejecimiento de la levadura. Varios estudios han documentado su papel en la salud y el periodo de vida de muchos organismos.
Un químico presente en el vino tinto, llamado resveratrol, y compuestos que inciden en las sirtuinas, están siendo analizados como potenciales medicamentos contra males que van del cáncer a la diabetes.
Para entender la doble tarea de la SIRT1 en las células, investigadores provocaron daños en células madre embrionarias de ratones para simular los efectos del envejecimiento. Detectaron que cuando la SIRT1 estaba ocupada haciendo reparaciones, los genes que había mantenido silenciosos se activaban.-

Comer menos durante la vejez aumenta la memoria

El estudio fue anteriormente realizado con animales. Científicos alemanes esperan conseguir con el tiempo más descubrimientos.
Ingerir menos calorías durante la vejez puede aumentar la memoria, informó un portavoz de la Universidad de Münster.

BERLÍN, ALEMANIA.- Investigadores de la Universidad de Münster (al oeste de Alemania) han descubierto, a partir del primer estudio realizado con personas sobre este tema, que ingerir menos calorías durante la vejez puede aumentar la memoria, según informó hoy un portavoz del centro académico.
Aumentar la ingesta de ácidos grasos no saturados no implica, en contra de investigaciones previas con ratas, una mejora de la capacidad memorística, afirma la científica alemana Agnes Flöel.
Para llevar a cabo su estudio, los investigadores eligieron a 50 personas, con edades en torno a los 60 años, y las dividieron en tres grupos.
El primer grupo redujo su consumo diario de calorías en torno a un treinta por ciento; el segundo aumentó la ingesta de calorías y ácidos grasos no saturados alrededor de un veinte por ciento -tomando, por ejemplo, aceite de oliva y pescado-; y el tercero, el empleado como grupo de control, no modificó su alimentación.
Tres meses después se sometió a los sujetos a una prueba de memoria siguiendo un procedimiento estandarizado, que consiste en observar detenidamente una lista de palabras durante trece minutos y, tras ese lapso, ver cuántas son capaces de recordar.
Tan sólo las personas del grupo que había seguido la dieta habían mejorado su memoria, al registrar marcas un 20 por ciento mejores que las que hicieron en el test inicial. Los otros dos grupos, en cambio, no habían experimentado ninguna variación significativa.
Por otra parte, los investigadores hallaron en las personas que habían hecho dieta valores de insulina más bajos y niveles de inflamación también menores.
Los científicos alemanes esperan conseguir con el tiempo más descubrimientos en relación con la insulina, al igual que con el deterioro del sistema inmunológico debido a la edad.
En cualquier caso, según Flöel se trata de la primera investigación en este sentido y deberá completarse con estudios posteriores y con procedimientos de diagnóstico que indaguen sobre las posibles transformaciones de la materia gris del cerebro.
El hallazgo -que certifica además estudios anteriores realizados con animales- se ha publicado en la revista "Proceedings", editada por la "National Academy of Sciences" de Estados Unidos.-

Alzheimer: un poco + de info



Interesante material de la Alzheimer's Association para interiorizarse sobre cómo opera esta enfermedad:

"http://www.alz.org/brain_Spanish/01.asp"

Alzheimer: las 7 etapas

La enfermedad de Alzheimer empeora con el tiempo. Los expertos han definidas unas “etapas” para describir cómo las habilidades de una persona cambian a medida de que avanza la enfermedad.

Es importante recordar que las etapas son guías generales y que los síntomas varían mucho. Cada individuo es único, pero aquí se describe lo que le ocurre a la mayoría. Las personas que padecen del Alzheimer viven un promedio de ocho años después de que sus síntomas hayan empezado a ser notados por otras personas, pero la expectativa de vida varía de solamente tres hasta unos 20 años, dependiendo de la edad y otras condiciones de salud del individuo.












Primera etapa: Ausencia de daño cognitivo
(Función normal)

La persona no experimenta problemas de la memoria y no hay síntomas evidentes a los profesionales médicos durante las entrevistas médicas.

Segunda etapa: Disminución cognitiva muy leve
(Pueden ser los cambios normales provocados por el envejecimiento o pueden ser las primeras señales del Alzheimer)

El individuo nota ciertas fallas de memoria como olvidar palabras conocidas o el lugar donde se colocan objetos de uso diario. Sin embargo, estos problemas no son evidentes durante los exámenes médicos, ni tampoco resultan aparentes para los amigos, familiares o compañeros de trabajo.

Tercera etapa: Disminución cognitiva leve
(La etapa temprana del Alzheimer puede ser diagnosticada en algunos individuos que presentan estos síntomas, pero no en todos)

Los amigos, familiares o compañeros de trabajo comienzan a notar deficiencias. Los problemas de memoria o concentración pueden medirse por medio de una entrevista médica detallada.

Algunas dificultades comunes en la Tercera Etapa son:

  • Dificultad notable de encontrar la palabra o el nombre adecuado
  • Capacidad reducida para recordar nombres al ser presentado a nuevas personas
  • Mayor dificultad notable de desempeñar tareas sociales o laborales
  • Poca retención de lo que uno lee
  • Pérdida o extravío de un objeto
  • Menos capacidad para planificar y organizar

Cuarta etapa: Disminución cognitiva moderada
(Etapa leve o temprana de la enfermedad de Alzheimer)

A este punto, una entrevista médica cuidadosa debería poder detectar deficiencias claras en las siguientes áreas:

  • Falta de memoria de acontecimientos recientes
  • Mayor dificultad en realizar tareas complejas, tales como, planificar una comida para invitados, pagar las cuentas o administrar las finanzas
  • Olvido de la historia personal
  • Estar de humor variable o apartado, sobre todo en situaciones que representan un desafío social o mental

Quinta etapa: Disminución cognitiva moderadamente severa
(Etapa moderada o media de la enfermedad de Alzheimer)

Lagunas de memoria y déficit en la función cognitiva son notables y las personas empiezan a necesitar asistencia con las actividades cotidianas.

En esta etapa, los individuos que padecen del Alzheimer pueden:

  • Ser incapaces de recordar su domicilio actual, su número telefónico o el nombre de la escuela o colegio a que asistieron
  • Confundirse del lugar en que están o el día de la semana
  • Necesitar ayuda para seleccionar una vestimenta adecuada para la época del año o para la ocasión
  • Por lo general, todavía recordar detalles significativos sobre sí mismos y sus familiares
  • Por lo general, todavía no requerir ayuda para alimentarse o utilizar el baño

Sexta Etapa: Disminución cognitiva severa
(Etapa moderadamente severa o media de la enfermedad de Alzheimer)

Los problemas de la memoria siguen agravándose, pueden producirse cambios considerables en la personalidad y los individuos afectados por la enfermedad necesitan considerable ayuda en las actividades de la vida cotidiana.

En esta etapa, el individuo puede:

  • Perder conciencia de las experiencias y hechos recientes y de su entorno
  • Recordar su historia personal con imperfecciones, aunque por lo general recuerda su propio nombre
  • Olvidar ocasionalmente el nombre de su pareja o de la principal persona que lo cuida, pero por lo general puede distinguir las caras conocidas de las desconocidas
  • Requerir ayuda para vestirse en forma apropiada y cuando está sin supervisión, cometer errores tales como ponerse el pijama sobre la ropa o los zapatos en el pie equivocado
  • Sufrir una alteración del ciclo normal del sueño – durmiendo durante el día y volviéndose inquieto durante la noche
  • Requerir ayuda para manejar asuntos vinculados con el uso del baño (por ejemplo: tirando la cadena, limpiándose o deshaciéndose del papel higiénico de forma correcta)
  • Experimentar episodios de incontinencia urinaria o fecal en aumento
  • Experimentar cambios significativos de la personalidad y con el comportamiento, incluyendo recelos y creencias falsas (por ejemplo, creyendo que la persona que lo cuida es un impostor) o conductas repetitivas y compulsivas, tales como retorcer las manos o romper papeles
  • Tener una tendencia a deambular y extraviarse

Séptima etapa: Disminución cognitiva muy severa
Etapa severa o tardía de la enfermedad de Alzheimer

En la última etapa de esta enfermedad los individuos pierden la capacidad de responder a su entorno, de hablar y, eventualmente de controlar sus movimientos. Es posible que todavía pronuncien palabras o frases.

En esta etapa, los individuos necesitan ayuda con la mayoría de su cuidado personal diario, incluyendo comer y hacer sus necesidades. Pueden perder la capacidad de sonreír, sentarse sin apoyo y sostenerse la cabeza. Los reflejos se vuelven anormales y los músculos rígidos. También se ve afectada la capacidad de tragar.

Sobre el sistema de las siete etapas

Las siete etapas se basan en un sistema desarrollado por Barry Reisberg, M.D., director del Centro de Investigación de Demencia y Envejecimiento Silberstein de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.-

Alzheimer: los 10 síntomas

Al envejecer, la mayoría de la gente eventualmente se da cuenta de que le toma más tiempo en procesar información y que tienen problemas para recordar ciertas cosas. Sin embargo, la pérdida de memoria severa, la confusión y otros cambios mayores en la función de la mente no son una forma normal del envejecimiento.

La pérdida de memoria que dificulta la vida cotidiana no es una forma normal del envejecimiento.

Abajo encontramos una lista de los síntomas más comunes para ayudarle a reconocer la diferencia entre los cambios normales de la memoria relacionados con la edad y los cambios que se atribuyen al mal de Alzheimer.

No hay una línea clara que separa los cambios normales de las señales de advertencia. Es siempre buena idea hablar con un médico si las habilidades de alguien parecen ir en descenso. Un diagnóstico temprano del Alzheimer o de otra enfermedad relacionada con la demencia es un paso importante en recibir tratamiento, cuidado y servicios de apoyo.

  1. Pérdida de memoria. Olvidar información recién aprendida es una de las más comunes señales tempranas de la demencia. Una persona empieza a olvidar con más frecuencia y no puede recordar la información más tarde.

    ¿Qué es normal?
    Olvidarse de nombres o citas de vez en cuando

  2. Dificultad para desempeñar tareas habituales. A una persona con demencia se le hace difícil completar actividades de rutina, como preparar una comida, hacer una llamada telefónica o jugar un juego.

    ¿Qué es normal?
    Ocasionalmente olvidarse de por qué entró a cierta habitación o de qué iba a decir

  3. Problemas de lenguaje. Una persona con Alzheimer olvida palabras simples o sustituye palabras inapropiadas o desconocidas al hablar o escribir, haciéndolo difícil de entender. Es posible que no encuentre su cepillo de dientes, por ejemplo, y en cambio pide “esa cosa para mi boca”.

    ¿Qué es normal?
    A veces tiene dificultad en encontrar la palabra correcta

  4. Desorientación de tiempo y lugar. Una persona con la enfermedad de Alzheimer puede perderse en la misma calle donde vive, no saber dónde está ni cómo llegó allí, y no recuerda como volver a casa.

    ¿Qué es normal?
    Olvidarse del día de la semana o de a dónde iba

  5. Falta del buen juicio. Las personas con Alzheimer pueden vestirse de una forma inapropiada, poniéndose un abrigo en pleno verano, por ejemplo, o poca ropa cuando hace frío. Es posible que no tomen buenas decisiones con respecto a cómo manejar el dinero, regalando grandes cantidades a otros como los que venden productos y servicios por teléfono.

    ¿Qué es normal?
    Tomar una mala decisión de vez en cuando

  6. Dificultades en realizar tareas mentales. Una persona que sufre del Alzheimer puede confundirse fácilmente al pensar en cosas abstractas. Es posible que se olvide completamente del significado de los números o cómo se usan.

    ¿Qué es normal?
    Tener dificultad en balancear la chequera

  7. Colocación de objetos fuera de lugar. Una persona que padece de Alzheimer puede guardar cosas en lugares poco comunes: la plancha en el refrigerador o un reloj en la azucarera.

    ¿Qué es normal?
    Perder las llaves o la billetera temporalmente

  8. Cambios de humor o comportamiento. Una persona con Alzheimer presenta cambios repentinos de humor (de felicidad a enojo, por ejemplo) sin razón aparente.

    ¿Qué es normal?
    Sentirse triste o de humor variable de vez en cuando

  9. Cambios en la personalidad. Las personas con demencia pueden presentar cambios drásticos en la personalidad. Pueden llegar a estar muy confundidas, desconfiadas, temerosas o depender mucho de un miembro de la familia.

    ¿Qué es normal?
    Con la edad, todos presentamos pequeños cambios en la personalidad

  10. Pérdida de iniciativa. Una persona con la enfermedad de Alzheimer puede volverse muy pasiva, sentándose frente a la televisión por horas y horas, durmiéndo más de lo normal, o negándose hacer sus actividades cotidianas.

    ¿Qué es normal?
    A veces cansarse de los quehaceres y las obligaciones sociales o de negocios

Para mayor información sobre cómo el Alzheimer afecta a una persona, visite Si Usted Tiene la Enfermedad de Alzheimer

¿A qué edad se es viejo?

¿A qué edad debe comenzar uno a hablar de la vejez en primera persona?
¿A los 80 como Norberto Bobbio o a los 62 como Cicerón?


Ustedes y yo, dependiendo del humor, (…), del reumatismo o de cualquier otro mal, a veces nos levantamos jóvenes, y otros días nos sentimos irremediablemente viejos. Un trajinado lugar común dice que la edad depende del corazón, es la idea de los cardiólogos y de los psicólogos caseros. Una es la vejez que nos sentencia el Seguro Social, hay otra que nos diagnostican los médicos, distinta de la que padecen los de casa y otra la que uno ve en el espejo.
Hay muy poca distancia en el tiempo, entre el momento en que nos dicen “ancianos venerables” y el otro en que se susurra a nuestro paso, “esos vejestorios.” De mí sé decir que a veces se me olvida mi edad, de tan ocupado que me mantengo, pero que hace años vengo reclamando la dignidad de viejo, y a los renuentes e incrédulos les muestro con cínico orgullo mi cédula, aunque al bajar las escaleras lo hago mirando escalón tras escalón. Me indignan todas esas propagandas comerciales y toda esa literatura mercantil sobre viejos juveniles conservados por productos para atletas, o los reinados de belleza para damas otoñales. Todo eso me parece una indigna manera de dorar la píldora.
La vejez es algo más serio y complejo que eso y nuestro problema no se resuelve con recreacionistas, ni con dietas, ni con viejotecas. La vejez es un profundo asunto de la mente y de los ojos con que acostumbramos a mirarnos.
Hay una mirada pasiva y de resignación del viejo, convertido en un testigo triste, mudo e impotente de su derrumbamiento y de la demolición del mundo de los que le rodean.
Un pariente lejano me repite en cada encuentro, que se siente feliz de ser pensionado porque disfruta del dulce hacer nada. Es otra manera de ver la vejez: como una sosegada inutilidad, o como esa etapa de la vida en que uno se margina y aleja como desquite de los años de trajín y de fatigas. A sus 80 años Norberto Bobbio señalaba como quehacer propicio del viejo, el de rememorar los años perdidos de la infancia y de la juventud, el de reencontrar a los muertos con quienes se descubrió la vida.
A esa peculiar y común mirada sobre la vejez se debe que entre los atenienses el viejo apenas si tuviera autoridad. El dramaturgo Eurípides decía que “el viejo no es más que una voz y una sombra”. Y Sófocles trazaba su imagen del viejo en Edipo, un anciano canoso que nos es más que “un fantasma surgido de la nada, un sueño alado.”
Menos cruel, pero igualmente descalificador es Pericles, el orador ateniense cuando se dirige a los viejos: “vuestra gracia es haber vivido dichosos la mayor parte de vuestra vida; pero en esta época, inútil para todo, ayuda mucho recibir honores.”
Es el momento en que acaba un ciclo, es una última fase representada como decadencia, degeneración y parábola descendente, admite Bobbio.
Antiguos y modernos han participado de esa deprimente mirada, la misma que se adivina en la reacción alarmada con que se han recibido las estadísticas demográficas que muestran como una amenaza del hecho del envejecimiento poblacional, como si un inesperado invierno o edad de hielo se fuera a precipitar sobre el mundo.
Esa sorpresa, cercana al pánico se puede leer como un generalizado desconcierto ante la repentina insurgencia de una numerosa población inútil: ¿qué hacer con tanto viejo en nuestras pirámides poblacionales?
La vejez se ve así. Como amenaza, como inutilidad, como un inmerecido invierno de la humanidad.
Pero hay otra mirada sobre la vejez, tan diferente de la anterior, que parece contemplar otra realidad. Es, sin embargo, la misma, solo que vista desde otro ángulo. Cicerón ve al viejo como el hombre del timón.
Mientras los marineros van y vienen, suben y bajan entre palos, velas y mástiles en un despliegue de agilidad y de energía, el piloto silencioso y atento, señala el rumbo y descubre caminos en el agua, anticipa los vientos y las tempestades que vendrán. Y sentencia el orador romano: “no se administran los asuntos graves con la fuerza, prontitud o movimientos acelerados del cuerpo, sino con autoridad, prudencia y consejo, prendas que no solo no se pierden en la vejez sino que suelen concentrarse y perfeccionarse en ella.” Estas calidades se aprecian en todo su valor, durante las crisis. De nuevo la metáfora de Cicerón resulta esclarecedora; también podría tomarse de los relatos marinos de Jack London, en donde los viejos lobos de mar irradian fuerza y seguridad entre el bamboleo y el crujido de la nave zarandeada por la tempestad. Mientras la marinería, sobrecogida y fuera de sí solo espera el momento del naufragio, el viejo piloto es el único que sabe que puede haber una salida, que tiene que haber una salida. Y lo sabe porque ha sorteado tempestades, porque la vida le ha enseñado a esperar contra toda esperanza. Eso es el viejo, alguien que ha sorteado dificultades, riesgos, agonías y oscuridades y cada vez ha encontrado luz al final del túnel.
Esto lo convierte en testigo convincente de la esperanza.
Para el mundo de hoy, para los propios viejos actuales es difícil verlo así. Cicerón no necesitó mucho esfuerzo para mostrar esta dimensión del viejo, quizás porque no le daba la importancia negativa que hoy se les da a las limitaciones y debilidad física del viejo. Así como al caminar arrastramos los pies y examinamos acuciosos las irregularidades del suelo, es igualmente cierto que la vejez enseña a apresurarse lentamente.
Esa sabiduría lenta pero segura es el rezago que le ha quedado del alucinante espectáculo que todo viejo ha contemplado de ascensos y caídas, avances y retrocesos, errores y aciertos, triunfos y derrotas de los seres humanos.
En él se concentra el patrimonio cultural de la comunidad en lo que se refiere a costumbres, técnicas de supervivencia y sensibilidad ética.
Se agrega, en muchos casos el sentido de responsabilidad del sobreviviente. Uno que salió vivo del campo de concentración de Auschwitz, Primo Levi, vivió abrumado por la misma pregunta que a veces se hace el viejo: ¿por qué ellos no sobrevivieron y yo sí? El viejo asiste silencioso a ese silencioso desfile de sus coetáneos, compañeros de colegio o de universidad, colegas de profesión, amigos encontrados en el trabajo, parientes y amigos que mueren y lo dejan intacto, como un privilegiado a quien la muerte no afecta. ¿Por qué ellos sí y yo no? Pregunta que da lugar a otra más grave porque implica una conciencia de deudor con la vida. Si sobreviví es por algo, ¿qué espera la vida de mí?
Vuelvo a Cicerón para quien este complejo de deudor de la vida no fue extraño. El citaba a Pitágoras cuando enseñaba que los viejos no han de querer abandonar la vida sin justo motivo, porque ninguno sin orden del general se ha de apartar de la guardia y del puesto de la vida”. En esto consiste la deuda, no tanto en haber sobrevivido a un campo de concentración, a un secuestro, a una enfermedad, sino en haber vivido. La vida es un regalo del que hay que rendir cuentas, no como quien comparece temblorosa ante un contralor, sino como quien disfruta la alegría de compartir.
En la imagen trazada por Cicerón aparece el encanecido piloto que en el timón comparte su experiencia de navegante formado en incontables aventuras de mar; pero no es esto solamente. A la experiencia de haber vivido se le agrega la fuerza tranquila de la serenidad. Mientras los demás temen, él mantiene el control de su alma; cuando los demás parecen naufragar en un mar de dudas e incertidumbres, él sabe muy buen dónde está la fuente de sus seguridades; cuando a su alrededor todos miran y se expresan con angustia, él está sereno. La serenidad del viejo está hecha de la seguridad que le da saber que siempre hay una solución posible y a eso se le da el nombre de esperanza.
Al reflexionar sobre su condición de viejo, Ernesto Sábato se sorprende porque para él es un hallazgo saber que “tengo una esperanza demencial ligada paradójicamente a nuestra actual pobreza existencial. Siento que la gran pesadilla pasó y que hemos comprendido que el hombre sobrevive sólo por la esperanza.”
Al viejo le está reservada en nuestro tiempo una misión que visualiza la metáfora del hombre del faro, responsable de mantener encendida aquella luz, sobre todo en las noches de niebla y en las de tormenta. Esa luz es cuestión de vida o muerte para los navegantes que luchan por sobrevivir. El viejo tiene con la vida una deuda: mantener encendida la esperanza. Los años vividos, las tormentas vencidas, las dudas despejadas las resurrecciones y los renacimientos, son el aceite con que se alimenta esa lámpara que, encendida, es una alegre notificación de que hay una luz en las orillas de la oscuridad.
La esperanza, amigos, es tan necesaria, quizás más, que el alimento o el agua para sobrevivir. Vuelvo a la situación límite de los campos de concentración en donde se demostró, recuerda Germán Arciniegas, que “los que no tuvieron esperanza de que sobrevivirían y regresarían a sus casas, esos murieron.”
Una escritora italiana, Sandra Petrignani, reunió en un libro amargo, los testimonios de viejos que querían morir y que se rebelaban contra la vida. Bobbio repasa esos testimonios y comenta finalmente: carecían de esperanza.
La esperanza la necesitamos para vivir, pero aún más importante: sin la esperanza la sociedad no puede vivir, y ese es el aporte que el viejo puede darle. Hay, desde luego, dos extremos posibles en la vejez: aquél del viejo egoístamente satisfecho, y en el lado opuesto, el del hombre que flota en océanos de amargura. Entre esas dos viciosas posiciones está la de la vejez vital, que comunica esperanza con su serena alegría de vivir.
Todas estas reflexiones han sido necesarias como preámbulo para esta afirmación que contradice los lugares comunes sobre el tema: es tarea esencial del viejo mantener encendida la esperanza. Y si algo se le puede desear al viejo es que sea recordado por su actitud y sus acciones de entusiasmo por la vida.
Ese entusiasmo es el que resulta de la vocación consciente a la inmortalidad. Admito que esto suena a paradoja, pero es una paradoja grave. Como si se tratara de crear un equilibrio, es frecuente en el ser humano la pretensión de construir su inmortalidad cuando es inocultable la cercanía de la muerte.
Ya he citado pensamientos de Norberto Bobbio, el respetado profesor italiano. Aún debo tomarle prestado otro: “quien ha llegado a mi edad, dice, debería alentar un solo deseo, descansar en paz. Toma en serio la muerte quien toma en serio la vida. Tomar en serio la vida significa aceptar su finitud.” Como Bobbio, Ernesto Sábato mira la muerte con una mezcla de pasividad y de pavor: “no bien me descuido, ya estoy pensando en la muerte. Miro el cuarto alrededor para ver por cuál de las puertas entrará.”
Se adivina otra actitud en Cicerón cuando reflexiona que la muerte es despreciable si extingue el alma, y deseable si conduce al lugar donde ha de ser eterna.” Pensamiento que parece desarrollar el de Pitágoras: “no creo que ha de llorarse la muerte a la que sigue la inmortalidad.”
En efecto, las sombras de la vejez parecen desaparecer, y este último tramo de la vida se ilumina, cuando se llega a la certidumbre de la inmortalidad. A pesar de su pesimismo, de repente Bobbio exclama: “a veces tengo la sensación de sobrevivirme.” Pero en otros momentos lo abruma la idea de la muerte próxima y anota:”la dimensión del viejo es el pasado, el futuro no, porque es breve e importa poco.”
Alternan en el ánimo del viejo, como luces y sombras, la idea de la muerte y la ilusión de la inmortalidad. Tan leve como un sueño o como una nube, la idea de la inmortalidad motiva sin embargo muchas acciones durante la vejez. El abuelo se sorprende llevando a cabo tareas que se parecen a las del agricultor cuando prepara la tierra, la despercude y la abona para sembrar la semilla. Algo parecido se hace en la memoria de los demás, para sembrarla de recuerdos, que son las semillas de la inmortalidad. Uno no siempre lo sabe, pero muchas acciones están inspiradas en ese propósito: que me recuerden siempre, que me recuerden bien, que nunca me olviden. No se le tema tanto a la muerte, como al olvido o al mal recuerdo. Actividad importante de los últimos años es, pues, cultivar las eras de la inmortalidad.
En la vida de los humanos hay un tiempo para el amor, y otro para el poder; hay tiempos para la belleza y los hay para la salud; incluso hay tiempos para el dinero y el esplendor, otros traen consigo avidez de honores; pero en los últimos años, cuando todo palidece, son los tiempos para la inmortalidad.
En esas andaba Cicerón cuando recordaba la frase de su amigo Enio. El la hacía suya porque le calzaba tan bien como una túnica bien cortada. Repetía por eso: “nadie en mi muerte me honre con sus lloros, que me mantendré vivo en la boca de los hombres”.
Es un pensamiento que nos cae bien a los viejos porque es una eficaz manera de equilibrar en la mente y en la sensibilidad la certeza de la muerte cercana con la búsqueda de la inmortalidad.
Recientemente por la ventana de las noticias le entró al mundo un aire de inmortalidad cuando por las calles de El Cairo desfiló la monumental estatua de Ramsés II. Se paralizó el tráfico de la bulliciosa capital egipcia, como en los tiempos en que el faraón rodeado de su séquito de cortesanos rodaba en su carroza imperial. Casi 3300 años después su presencia provocó un respeto y una admiración semejantes a los que entonces le rodeaban. Treinta y tres siglos no habían sido suficientes para borrar su memoria. Hay una presencia en el tiempo, como la que uno asocia a las pirámides, a los monumentos funerarios, como la que se siente al leer inscripciones en la piedra o en el bronce con las voces congeladas en el tiempo que transmiten el pensamiento y la sensibilidad de personajes del pasado; todas ellas son expresiones de la vocación a la inmortalidad que alienta en los seres humanos. En la academia francesa les dan el nombre de inmortales a los grandes de las letras, pero no son solo ellos. El escritor acude al texto escrito para que sus palabras, sus ideas, sus sentimientos e imágenes se libren de la corrosión del tiempo y permanezcan.
Esa, con todo no es la única permanencia posible. Cuando las acciones del viejo se graban en la memoria de los demás, cuando sus palabras, sus actitudes, sus gestos dejan sus trazos en la memoria ajena, estamos asistiendo a una forma de permanencia tan indeleble e inmortal como la de las letras grabadas en la piedra o en el bronce.
La inmortalidad de que hablo es una forma de permanencia en la memoria, de la que era un símbolo la bendición que impartían los patriarcas bíblicos, para que el bendecido entrara en un tiempo sin límites; no se trata, por supuesto, de la ilimitada longevidad, ni de la supervivencia en los descendientes, sino de la presencia en la memoria a través de un tiempo sin límites.
La de la inmortalidad es, pues, una vocación humana, pero no lo es de todos los humanos. Esta es una persuasión tan vieja que Heráclito la consignaba en términos severos: “solo los mejores, los que han demostrado su excelencia, prefieren la fama inmortal a las cosas mortales; esos son verdaderamente humanos. Los otros, los que viven para lo inmediato, esos viven y mueren como los animales.” De modo que según el filósofo, hay una renuncia a la dignidad de lo humano, cuando e vive sin la ambición de la inmortalidad.
Esa ambición moviliza lo mejor de las personas. Una filósofa de nuestro tiempo, mujer y vieja, Hannah Arendt, escribía que la potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad de producir cosas que merezcan y sean imperecederas.” Y agregaba: “por su capacidad para realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres a pesar de su mortalidad, alcanzan su propia inmortalidad.”
Quedaría incompleta esta reflexión si no le dedicara estos minutos finales a la ortografía de esa escritura de la inmortalidad, porque podría entenderse que sólo viven ese tiempo sin límite las grandes acciones, de tono brillante y heroico. Que no es lo que encontramos escrito en nuestra memoria cuando evocamos a los viejos que ya murieron y que sin embargo ahí están con una presencia imborrable. Allí aparecen la madre o la abuela, inclinadas sobre una máquina de coser, concentradas en los arabescos de un bordado, o en la tarea diaria de lavar, aplanchar o remendar la ropa o de preparar los alimentos; allí están los padres o los abuelos, aserrando maderas, o cepillándolas entre nubes de fragante viruta, o sudorosos y tensos cultivando la tierra; son presencias vivas que se quedaron grabadas con sus trabajos diarios porque en ellos había mucho más que la utilidad inmediata de coser, bordar, cocinar, aserrar, martillar o sembrar. Acciones nobles, pero fáciles de olvidar si no hubieran tenido el carácter que las hace indelebles. Que fue el que descubrió ese viejo ochentón que es Ernesto Sábato cuando visitó en Lanzarote a otro viejo, el escritor José Saramago y lo conmovieron dos detalles.
Halló que en aquella casa los relojes se habían quedado varados en las cuatro de la tarde, como si a esa hora se hubiera detenido el tiempo. Cuando Sábato preguntó por aquel extraño detalle escuchó una respuesta con musicalidad de bolero: porque fue la hora en que José y Pilar, su esposa, se conocieron. Desde entonces el tiempo para ellos ha sido algo distinto. Paralizar los relojes significaba que en adelante ellos le darían otra medida al movimiento de sus vidas. No suprimieron el tiempo, que eso es la eternidad, la desaparición del tiempo; el suyo sería ese tiempo sin límites de la inmortalidad.
El otro detalle lo encontró en los papeles que José tenía a la vista en su escritorio. Sábato fue leyendo en uno de ellos, destacado como algo especial: “yo escribo, Pilar escribe, traduce, habla a la radio, cuida el mundo, cuida la casa, cuida la calle, hace las compras, hace la comida, ve por la ropa, despacha las cartas, dialoga con el mundo, organiza el tiempo, acoge a los amigos que llegan a vernos, y escribe, traduce, habla a la radio, cuida al marido, la casa, la cocina, la ropa y dice, estoy cansada, y luego: no tiene importancia, yo escribo, traduzco…”
Y siguen todos esos verbos caseros en donde resuena la actividad incansable de las esposas y las madres que así, sin acciones brillantes o heroicas, con el quehacer gris de todos los días labran una huella imborrable en la memoria y se quedan allí como un rastro indeleble y luminoso. Es su manera de hacerse inmortales.
Son, pues, dos propuestas para la vejez. Convertirse en guardianes y en estímulo para la esperanza y, como el escultor que extrae del mármol el milagro de una estatua, labrar con el material de los años de la vejez el prodigio de la inmortalidad. Son dos tareas tan cargadas de esplendor, que son suficientes para disipar las sombras y para darle a la vejez toda la serena luminosidad de un majestuoso atardecer.- Javier Darío Restrepo

Miedo a la vejez

Por Pacho O'Donnell

El autor dialoga con la pensadora italiana Dacia Maraini sobre la implicancia del paso del tiempo en las personas y su inserción en la sociedad. La valoración de la ancianidad por las distintas culturas a través de la historia.

Según Chautebriand, “la vejez es un naufragio”. Hoy se considera que la vejez comienza entre los 65 y los 75 años, aunque el límite fluctúa según la sociedad a la que el individuo pertenezca y sus modelos culturales e institucionales.
Siempre ha habido ancianos, pero las sociedades antiguas incorporaban a los ancianos al grupo de los adultos, es decir, a quienes trabajaban. Al no existir edad legal para el retiro no reconocían la vejez como tal. El anciano era para esas sociedades sólo un adulto de más edad.

Entre los incas, hasta los 78 años los hombres estaban integrados en la comunidad de trabajo, de acuerdo con sus posibilidades físicas. Todos trabajaban, en tanto la salud se los permitiera, y se consideraba vergonzoso ser acusado de holgazanería. La mendicidad estaba estrictamente prohibida. Después de esa edad sólo debían ocuparse “de comer y dormir”. Entonces eran tomados a su cargo por la comunidad, que trabajaba para ellos su tierra, les suministraban grano y les fabricaban vestidos y calzados. Además a partir de los 50 años, los súbditos del Inca estaban eximidos de pagar impuestos.
La mayor edad era, para las sociedades antiguas, signo de mayor experiencia. Y el anciano recibía el respeto y consideración correspondientes a su función social. Lo mismo ocurre aún en sociedades tradicionales como las del sureste asiático o del África central. Sin embargo, a medida que estas sociedades son penetradas por la cultura occidental y la ideología del progreso, la situación privilegiada del anciano va desapareciendo. En particular, la aparición de la escritura en estas sociedades ha significado un golpe a la transmisión oral que era privativa de la ancianidad. “Cuando un viejo muere, se quema una biblioteca” (refrán africano).

Cuando las sociedades primitivas eran comunidades de escasez, esto es, de economía precaria, cuando el anciano se transformaba en una carga para los suyos, podía ser abandonado o sacrificado. Heródoto, en el siglo V antes de nuestra era, refiere la costumbre entre algunos pueblos del norte del Cáucaso, de inmolar a los ancianos enfermos o achacosos y, a menudo, canibalizarlos. En forma análoga, en épocas mucho más cercanas, entre los habitantes del Norte siberiano los viejos que ya no podían cazar solían suicidarse. Y los ojibwa (junto al lago Winnipeg), así como los siriono (en la selva boliviana), acostumbraban abandonar a quienes se volvían inútiles por sus deficiencias físicas o mentales. Los mongoles, por su parte, respetaban a los viejos de buena salud, pero mataban por asfixia a los otros.

En las comunidades antiguas que tuvieron la alimentación y la supervivencia relativamente aseguradas, los viejos gozaron de una situación envidiable: honrados y respetados en virtud de su saber y de su función social. El término árabe “shaikh” (en castellano “jeque”) , que designa al jefe, significa también “viejo”. Entre los persas los hombres mayores de cincuenta años, en cada ciudad, juzgaban los asuntos públicos y privados, distribuían los cargos y podían pronunciar condenas a muerte. La institución de atribuciones legislativas y judiciales a los ancianos apareció con muy pocas diferencias entre los fenicios, asirios y babilónicos, entre otros.

En los textos más antiguamente redactados de la Biblia se reconocen las debilidades y los límites físicos de la vejez, pero sin pesadumbre ni amargura. El libro de Josué presenta por ejemplo a Caleb, afirmando tener a sus 85 años el vigor de un joven. En el Génesis leemos que Abraham “murió en buena ancianidad, viejo y lleno de días”. De Gedeón se dice que “murió después de una dichosa vejez”. Pero ya el libro de Samuel es menos optimista: Barzil-Lai, el galaadita, se queja: “Ochenta años tengo. ¿Puedo hoy distinguir entre lo bueno y lo malo? Tu siervo no llega ya a saborear lo que come o bebe, ni alcanza ya a oír la voz de los cantores y cantoras”.

En “Edipo en Colono”, Sófocles escribe: “Lo mejor que podría sucederle al hombre sería no nacer; en segundo lugar, tener la dicha de volver lo más pronto posible a la nada de la que seguramente salió. Tan pronto llega la juventud, trayendo con ella la imprudencia y la insensatez, ¡cuántos trabajos y preocupaciones se abalanzan sobre ella! Crímenes, discordias, querellas, combates y envidia; y llega por fin la vejez, la odiosa vejez, débil, inaccesible, sin amigos, que concentra en ella todos los males”.
H. Bonardi propone el concepto de “vida remanente” para la etapa que se abre al individuo después de los 60 años. En esa etapa vital “todo es más casual, menos riguroso, existen menos imperativos con origen en el entorno, y hay grados mayores de libertad para asumir la vida cotidiana... Es como haber recibido un premio: el de arribar al cuadro de honor de la madurez y encontrarse con ganas de vivir... Por eso, durante mi vida remanente quiero vivir experimentando y aprendiendo, como si todo transcurriera a la intemperie y pudiera entretenerme con techos sutiles que, por lo demás, se encuentran al alcance de todos... No aspiro más que a un entorno tolerante con el cual interactuar”.

Ese entorno tolerante no es lo habitual. Nuestra cultura privilegia un modelo de “vida plena”, identificada con la juventud, la rapidez, la eficacia y la productividad. Por eso, los individuos de nuestra sociedad no están dispuestos, emotiva y afectivamente, para asumir la tercera edad como una etapa de crecimiento y autodesenvolvimiento. Verán la vejez con temor y harán todo lo posible por negar o postergar su ingreso a ese estadio.
Sobre este tema conversé con la escritora italiana Dacia Maraini, quien fue compañera del gran novelista Alberto Moravia durante muchos años.


P.O.: Se comienza a envejecer cuando se nace. Algunos griegos decían ser muriente y no ser viviente.

D.M.: Creo que piensan en la vejez más los niños y los jóvenes que los viejos, que de algún modo la olvidan.

P.O.: ¿Tienen más miedo los jóvenes que los viejos?

D.M.: No es miedo, es un misterio que les preocupa, les angustia. La droga, los deportes extremos, todas las formas de desafíar el peligro, en el fondo es porque les preocupa la muerte. Entonces la quieren enfrentar. Un anciano tal vez se construyó un espacio, una casa, y está allí, no piensa tanto.

P.O.: La sociedad actual se centra en la juventud. La vejez no es protagonista.

D.M.: No, en efecto. La vejez pierde valor. Mientras que en las sociedades antiguas la vejez era un valor de experiencia, de conocimiento, de inteligencia. En cambio, ahora, la vejez es casi desechable.

P.O.: En la Biblia, cuando Dios ordena a Moisés ir al exilio, le dice que convoque a setenta ancianos para compartir con ellos la carga del pueblo y así no tendría que llevarla él solo. Eran portadores del espíritu divino y guías del pueblo. Formaban una especie de honorable consejo de sabios alrededor del jefe.

D.M.: La religión nace hablando de igualdad, sobre todo la religión cristiana, que todos los hombres son iguales, todos tienen un alma, pero al avanzar, la religión poco a poco se “patriarcaliza”, se convierte en los padres. Se convierte en los grandes obispos.

P.O.: Existe una pirámide vaticana en la que la vejez se convierte en un valor absoluto, con los papas. El Papa actual fue elegido a sus 76 años.

D.M.: Sí, pero hoy 70 años es poco.

P.O.: Pero en otro momento esa edad era mucho. Era el umbral de la muerte. La jubilación es a los 65 años. Es decir que la vejez es aún un poder en la Iglesia.

D.M.: Pero todas las iglesias tienen una pirámide basada en la ancianidad. Es importante que sea anciano. Es la idea de padre. Dios tiene la barba blanca, no es un jovencito. Imaginamos un más allá, en el Cielo, regido por un anciano que es el Padre.

P.O.: Un sabio.

D.M.: Como los hombres no mueren de jóvenes, mueren a cierta edad, el Padre debe ser anciano. Es más, el hijo, cuando muere, tiene ya 33 años. Es el hijo de un hombre adulto.

P.O.: Pero la sociedad de mercado, la sociedad mercantilista, prefiere a los que consumen, que ganan y pueden comprar y que producen.

D.M.: Que producen sobre todo.

P.O.: Por eso, los ancianos son dejados de lado.

D.M.: Como hacían en una sociedad antigua japonesa, que no sé si es leyenda o verdad. Como los ancianos no tenían dinero, el que no producía, el que se volvía anciano, era abandonado en la montaña. Entonces debía arreglarse como podía porque los suyos ya no se hacían cargo de él.

P.O.: Hay una novela de Adolfo Bioy Casares, “Diario de la guerra del cerdo”, que trata sobre el exterminio de los viejos.

D.M.: Existe un filme bellísimo en el que Alberto Sordi no se atreve a decir a su madre anciana que la está llevando a un geriátrico. Le dice: “Te llevo de vacaciones”. Ella, pobrecita, pregunta: “¿Adónde vamos?”. Finalmente ella entiende y él comienza a mentir, una mentira sobre otra. Es terrible, pero muestra dónde terminan los ancianos que no son ricos, que no son poderosos.

P.O.: Este problema es mayor en sociedades como la nuestra, empobrecida, poco solidaria en cuanto al cuidado de los ancianos. Es que el peso de los ancianos es muy grande para familias pobres.

D.M.: Además las casas de ahora son pequeñas, no hay espacio para poner a los ancianos.

P.O.: Tú eres una gran escritora que ha tenido una vida muy interesante, por ejemplo tuviste una relación de 16 años con Alberto Moravia, un grande. ¿Cómo era Alberto Moravia?

D.M.: Él, por ejemplo, era un eterno joven. Murió llevando la vida de un joven. Era difícil verlo como viejo, porque era un hombre lleno de vida, muy curioso por todo y muy vital. Tres días antes de morir... Ya estábamos separados, él tenía otra esposa, pero a veces me pedía que lo acompañara al mar, porque tal vez ella estaba en otro sitio. Vino a mi casa para decirme: ‘¿Me acompañas el domingo al mar?’ En auto, porque había olvidado algo en el mar. Y estaba muy bien. Es una fortuna que haya muerto tan bien. Sin estar en la cama, sin estar enfermo.

P.O.: ¿Cuántos años tenía?

D.M.: Tenía 83 años. Pero era un joven. Realmente un joven. Muy lúcido de la cabeza.

P.O.: Ustedes viajaron mucho.

D.M.: Sí, mucho. También viajé mucho con Pasolini, un querido amigo. Y algunas veces con la Callas en una gira por África. La Callas era muy curiosa. Una mujer extraordinaria. Muy tímida.

P.O.: ¡Imagino a esos cuatro juntos! Dacia Maraini, la Callas, Pier Paolo Pasolini y Alberto Moravia... ¿Cómo era la Callas?

D.M.: La Callas era una niña, una campesina del Peloponeso en la vida privada. Cuando salía al escenario se convertía en una leona. Era una mujer extraordinaria, de gran potencia. Era miope, muy miope, y no veía. Entonces no existían los lentes de contacto. No veía al director de la orquesta. Cuando le pregunté ‘¿cómo haces?’ ella me dijo ‘nunca me equivoqué’. Porque cantaba de oído. Nadie se daba cuenta de que no veía al director de la orquesta. Extraordinaria. Sabía todo de memoria. En cambio en la vida real era una mujer muy tímida, temerosa de todo. Miedo a no ser bella, miedo a no saber actuar en el cine… porque Pasolini le hizo hacer cine, miedo a no estar a la altura, miedo a envejecer, miedo a...

P.O.: ¡Tanto miedo!

D.M.: Tanto. Tenía admiración por la riqueza, por las joyas, por los vestidos, era la admiración de una niña. Esa admiración la llevó a Onassis.

P.O.: No fue lo mejor para ella.

D.M.: No, fue muy infeliz. Ella me contó que fue muy infeliz.

P.O.: Se dice que a Onassis no le gustaba que cantara.

D.M.: Era un hombre más bien brutal. Y ella era una persona muy sensible, que interpretaba ese personaje exitoso, seguro de sí, pero no era verdad. Era sumamente frágil, delicada.

P.O.: Háblame de Pasolini, a quien admiro mucho.

D.M.: Era un hombre silencioso. Muy silencioso, nunca hablaba. Se llevaba muy bien con Moravia, porque Alberto era un gran conversador. Le gustaba contar historias. En cambio Pasolini, silencio. Incluso su risa era sin sonido… Era un hombre de tal profundidad, de tal intensidad, que se estaba bien con él aún sin palabras.

P.O.: Tú escribiste un guión con él ¿no es cierto?

D.M.: Sí, “Las mil y una noches”.

P.O.: ¿Cómo fue trabajar con él?

D.M.: Era un hombre muy exigente consigo mismo. Trabajaba 16 horas por día. Y exigente con los demás también. Hicimos el guión en 15 días, trabajando desde las 7 de la mañana hasta la medianoche, sin detenernos. Al lado del mar, pero sin ir al mar. Tenía una gran severidad, una gran disciplina, una capacidad de trabajo infinita. El no se cansaba, se cansaban los demás. Decían “basta, ¡por favor!”. Un hombre de amistad tenaz, profunda. Luego tenía esa fijación con su madre, estaba enamorado de su madre. Él lo decía, no era un secreto. Decía que no podía hacer el amor con una mujer porque le parecería estar con su madre.

P.O.: El Edipo era explícito.

D.M.: Cuando estábamos en África, después de hacer 500 kilómetros en un día y estábamos destruidos, él hizo otros 50 km. sólo para telefonear a su madre. Si la madre tenía jaqueca, por ejemplo, a él le daba jaqueca. Era una relación simbiótica, muy profunda.

P.O.: Profunda hasta la morbosidad.

D.M.: Sí. Su padre era militar, bebía y trataba mal a todos. Pasolini contaba que cuando murió su padre, lo cuenta incluso en una poesía, su madre se pintó los labios por primera vez, tomó a su hijo de la mano y fueron al cine. No era una crueldad, era la libertad, no sé cómo decirlo… conquistada.

P.O.: La infelicidad de Pasolini seguramente fue la base de su genio.

D.M.: Usted que es psicoanalista debe saberlo.

P.O.: Pienso que la creación siempre tiene que ver con la tragedia y no con la felicidad. Con la necesidad de resolver algo que no está resuelto.

D.M.: Él perseguía a su propio niño. Era extraño. Tenía necesidad de ver en el otro a su propio muchachito, joven, muy joven. Le gustaba correr, jugar fútbol, salir a pasear.

P.O.: Sus películas están muy relacionadas con los adolescentes.

D.M.: Sí, mucho. Era su objeto erótico. En un principio él tenía la idea de que el mundo sería cambiado por los proletarios, creía en la inocencia del proletariado, luego se retractó, decía que el proletario había sido corrompido por la burguesía, entonces ya no tuvo deseos de vivir, ya no creía en el cambio del mundo. Creía en el triunfo de la muerte.

P.O.: Su última película, “Saló”, es el triunfo de la muerte. Murió casi como una continuación de “Saló”.

D.M.: Es posible, sí. Como si hubiese ido al encuentro de su asesino, que no podía ser sino un joven.

P.O.: Volviendo al miedo a la vejez, en la sociedad actual hay una gran industria basada en ese miedo. La industria de la cirugía estética, del fitness, de los cosméticos.

D.M.: Pienso que en alguna medida es bueno que eso exista. Inculcar que los ancianos deban moverse, caminar, hacer deportes, eso está bien. Pero que se vuelva un fetiche, no. La cirugía es una idea quizá optimista, pero también mortuoria. Poder transformar al hombre, quitarle los signos de su experiencia. No son arrugas, son signos de su experiencia.

P.O.: Buena definición.

D.M.: No se pueden quitar. No se deben quitar. Existe una diferencia fundamental entre querer su propio cuerpo, ponerse una crema hidratante, hacer gimnasia, eso es bueno. Tomar oxígeno es algo bueno. Pero intervenir con el bisturí de manera tan cruenta...

P.O.: Es un castigo.

D.M.: Es un castigo. No perdonarse envejecer.

P.O.: Esta es una sociedad que te obliga a ser joven. Muchas veces que consigas trabajo se basa en el aspecto juvenil, “joven buena presencia” se pide. Esto provoca una paradoja: mientras que el avance de la medicina y la vulgarización de conocimientos sobre alimentación prolongan la vida útil de los individuos, y entonces se comienza a ser viejo más tarde, las pautas para acceder a un trabajo la reducen, y entonces se comienza a ser viejo más temprano. Desde el punto de vista médico, ya nadie es viejo a los 50 años; desde el punto de vista laboral, ya todos son viejos a los 40.

D.M.: Ahí tienes el caso famoso de Isabella Rosellini en Italia, que hacía una publicidad para no recuerdo qué empresa de belleza, y como ya tenía 40 años le dijeron que era muy vieja y la despidieron.

P.O.: El miedo a envejecer tiene que ver también con el miedo a perder la potencia sexual.

D.M.: También. Aunque me parece que nuestra sociedad no es muy sexuada.

Veo a una sociedad que le teme al sexo.

P.O.: El mito sexual.

D.M.: El mito de la hipertrofia sexual. Todo lo que vemos en la TV, en la publicidad, nos muestra una sexualidad satisfecha. Pero luego, leyendo o escuchando los testimonios de la gente, te das cuenta de que la sexualidad es débil. La sexualidad de los jóvenes de hoy es una sexualidad temerosa, no tiene impulso. Entonces el miedo a no tener potencia sexual no tiene que ver con la vejez, tiene que ver con el modo de vivir de hoy. El que vive en contacto consigo mismo, el que sabe qué hacer con su vida, no tiene miedo a la vejez.

P.O.: ¿A qué le tienes miedo?

D.M.: A mí lo que me da miedo de la vejez es perder la independencia. Vivo sola y quiero ser independiente. Poder moverme, viajar... Tener necesidad de alguien que te ayude a hacer las cosas, para mí sería terrible. Eso es lo que me da miedo. La muerte, porque como decían los griegos: “Si estás tú, no está la muerte, si está la muerte, no estás tú”.

No consideramos los diferentes estadios de la vida humana como mojones de un progreso y evolución constantes. Más bien consideramos que la vida tiene un apogeo entre los 20 y los 30 años (lo cual sólo es cierto en lo que se refiere a resistencia y desempeño físicos, o, más propiamente, musculares) y que, luego de una “meseta” que se extiende entre los 30 y los 40, sólo resta un lento e irremediable deterioro. Por lo tanto, es previsible que la perspectiva de la vejez nos llene de temores.

El miedo a la vejez comprende varios temores diferentes:

• el de la decadencia corporal y mental,

• el de la desaparición del atractivo físico,

• el de la impotencia o pérdida de placer sexual,

• el de la soledad y aislamiento,

• el de la transformación en una carga para la familia

y la sociedad,

• el de la pérdida de reconocimiento social, y

• el de la cercanía de la muerte.


El miedo a la decadencia mental sólo se sostiene con la referencia a algunas patologías (arteriosclerosis, mal de Parkinson, etc.), pero, de hecho, muchos ancianos mantienen su lucidez hasta la muerte. Hay numerosos ejemplos de artistas, filósofos y científicos que llegaron al fin de sus vidas con sus capacidades intelectuales intactas. Entre ellos: Bertrand Russell, Pablo Picasso, Albert Einstein, etc.

El miedo a la pérdida de atractivo físico tiene que ver con el modelo de la belleza juvenil, exacerbado por la publicidad y los medios de comunicación masiva. Ese modelo estereotipado lleva a muchas personas a gastar grandes cantidades de dinero en tratamientos y cirugías. La floreciente industria estética (liftings, botox, cremas, fármacos, etc.) se nutre del temor a revelar en el aspecto la verdadera edad y, de tal modo, no ser ya atractivos.

Hace 4.450 años, Ptah-Hotep, consejero del faraón Tzezi, escribió: “¡Qué penoso es el fin de un viejo! Se va debilitando cada día; su vista disminuye; sus oídos se vuelven sordos; su fuerza declina; su corazón ya no descansa; su boca se vuelve silenciosa y no habla. Su entendimiento disminuye y le resulta imposible acordarse hoy de lo que sucedió ayer. Todos sus huesos están doloridos. Las ocupaciones a las que se abandonaba no hace mucho con placer, sólo las realiza con dificultad, y el sentido del gusto desaparece. La vejez es la peor de las desgracias que pueda afligir a un hombre”. Cabe señalar que Ptah-Hotep falleció alrededor de los ciento diez años. En un brillante ejemplo de inconsecuencia, después de haberse lamentado de los achaques de la vejez, dice a su hijo: “Que puedas vivir tanto tiempo como yo. Lo que he hecho en la tierra no es despreciable. El dios me ha reconocido ciento diez años de vida y un lugar preeminente entre los ancianos, porque he servido bien hasta la muerte”.

El miedo a la vejez en sus diferentes aspectos es tan profundo que ha conducido a veces al suicidio. De hecho, según estudios de la Universidad de Wayne (USA), casi la mitad de los suicidios denunciados en los Estados Unidos son protagonizados por personas mayores de 55 años. Otros estudios, centrados en los intentos de suicidio no consumados, han revelado que las principales causas de ellos han sido: enfermedades crónicas dolorosas, perturbaciones psiquiátricas, temor al abandono de hijos y nietos, depresión por la muerte del cónyuge, alcoholismo y otras adicciones (generadas para escapar de la sensación de soledad), severa pérdida de status (e imposibilidad para adaptarse al nuevo status de “clase pasiva”), pérdida de control sobre la propia vida, y, final e irónicamente, miedo ante la muerte.

El miedo a la soledad, al aislamiento y al abandono tiene dos referencias concretas: la posibilidad de viudez y la del alejamiento de los hijos. Con la muerte de uno de los cónyuges, el que sobrevive debe procurar que el sistema familiar no se disuelva. Pero en la ancianidad, los recursos personales para enfrentar y elaborar la viudez, así como para establecer nuevos lazos afectivos, suelen estar inhibidos. A ello colaboran hijos, otros familiares, amigos y vecinos que tienden a mantener el vínculo entre el viudo y el cónyuge fallecido. Esto dificulta la formación de una nueva pareja para el sobreviviente. El impacto afectivo que representa la muerte del cónyuge se potencializa al actualizar ansiedades acerca de la cercanía y posibilidad de la propia muerte. El miedo a la viudez suele ser mayor en las mujeres, lo que no carece de lógica pues según estudios de 1975, el 14% de los hombres mayores de 65 años son viudos mientras que el 58% de las mujeres de esa edad son viudas.

R. Álvarez, quien ha colaborado conmigo en la gestación de estos “Miedos”, opina que el alejamiento de los hijos por estudios, matrimonio u otra razón genera lo que se ha dado en llamar “síndrome del nido vacío”, basado en cierta mitología occidental que postula los arquetipos de “buena madre” y “buen padre” y presupone que los progenitores deben necesariamente sufrir el alejamiento de los hijos. Pero dicho sufrimiento sólo es inevitable si los padres se identifican demasiado con sus roles de buenos padres o madres, en cuyo caso se está ante una pérdida y confusión de la propia identidad.

El “nido vacío” puede permitir a los progenitores una mayor disponibilidad de tiempo y un mayor acercamiento de la pareja, ya sin las urgencias de la crianza. Esto puede ser enriquecedor, aunque, claro, también puede dejar aflorar conflictos hasta entonces encubiertos mediante los “hijos-parche”.

Escribe García Pintos: “Cuando nos referimos a los ancianos, asociamos la sexualidad con los arquetipos de la viuda alegre, o el viejo verde, dando por cierto que la sexualidad entra en un cono de sombra pasada cierta edad. La cultura social castiga al adulto mayor a vivir como si hubiera dejado de ser hombre o mujer, accediendo a una categoría angelical de ser asexuado. La anciana o el anciano que experimenta la necesidad de vivir su sexualidad se siente incómodo, avergonzado, raro, desorientado. No lo habla con su pareja por pudor o temor ante una eventual respuesta de rechazo; no lo habla con amigos por temor a ser ridiculizado; no lo hace con los hijos por temor a la censura, ni con el médico, porque muchas veces ellos suelen actuar como los hijos; mucho menos con un religioso, porque éste lo llamaría a la resignación y la castidad”.

Uno de los miedos asociados a la vejez es el de transformarse en una carga inútil. El viejo, habiendo sido sostén de su familia durante años, pasa de la noche a la mañana, con su jubilación, a ser sostenido, en el mejor de los casos, o pobre sin sostén alguno. El papa Paulo VI definió, por eso, a los ancianos como “los nuevos pobres”.
“Unas horas nos han sido tomadas, otras nos han sido robadas, otras nos han huido. La pérdida más vergonzosa es, sin duda, la que acontece por negligencia... No pierdas, pues, hora alguna, recógelas todas. Asegura bien el contenido del día de hoy, y así será como dependerás menos del mañana” (Séneca “Cartas a Lucilio”).-

Ponerse en paz con el pasado implica comprenderlo.

En su novela corta de 1929, Veinticuatro horas de la vida de una mujer, Stefan Zweig pone en boca de su anciana protagonista estas palabras: “La vejez no significa nada más que dejar de sufrir por el pasado”. En el relato, la frase brota de que el suicidio del amante cuyo recuerdo la había atormentado por años, no le causa a ella sino indiferencia. Pero el contenido de la frase rebasa con mucho a quien la dice y la circunstancia en que la dice. La afirmación no se refiere al manido mecanismo de olvidar los dolores vividos, como suele proponer el melodrama en todas sus manifestaciones, en especial en la literatura romántica, la música sentimental y las telenovelas. No se trata de volverse viejo y olvidadizo ni, lo que es peor, viejo y tonto por desfasado. La única cosa más ridícula que ser un viejo viviendo en el pasado, es ser un viejo que lo ha olvidado todo y se regodea en la gratuita y absurda amargura de ya no ser joven, fastidiando así a los hijos, a los nietos y a cuanto incauto se apiade de su siniestro egoísmo. Y cuando hablo de olvido no me refiero a enfermedades de moda como la de alzheimer ni a la demencia senil, sino a neurosis asumidas como realidades de una manera oportunista y ególatra.Ponerse en paz con el pasado implica comprenderlo. Y comprenderlo significa aceptar que lo ocurrido fue producto de actos de los cuales somos enteramente responsables. El conflicto con el pasado brota de no aceptar que nos pertenece como responsabilidad y que sus desenlaces se debieron a actos de los cuales renegamos como absolutamente nuestros. La aceptación de la responsabilidad de los propios actos no sólo nos pone en paz con el pasado sino que nos ubica con plena conciencia en el presente y ante las puertas del futuro. Renegar del pasado (o añorarlo, que es una manera de no asumirlo como lo que verdaderamente fue) nos consume el tiempo presente y nos veda el acceso al futuro. La nostalgia como forma de vivir el presente no es sino una pérdida de tiempo. Y renegar de lo ocurrido no es sino la minuciosa construcción de un infierno personal que nos amarga el día y que nos niega la evolución.La vejez puede implicar enfermedades e impedimentos que antes no se tenían, pero eso es parte del paso del tiempo y resulta bastante absurdo rebelarse contra lo inevitable en lugar de adaptarse a ello sin claudicar. El conflicto surge de no aceptar lo que es y de su sustitución voluntarista por lo que caprichosamente queremos que sea.Cioran renegaba de la vejez con la irritación que le era característica cuando desmantelaba valores al uso y conductas hipócritas. Y tenía razón, pero sólo en tanto que la vejez tampoco es un estado de beatitud y dicha que se halla más allá de la condición humana. Esto sería como tomar por cierta la falsa idea de que todas las mujeres aman a sus hijos en todos los momentos de la existencia y no admitir que a menudo sienten ganas de colgarlos. El carácter supuestamente sagrado de la maternidad es tan insostenible como la beatitud de la vejez o el imparable ímpetu juvenil. La condición humana no existe fuera de su circunstancia material, y esta la determina siempre en última instancia.Dejar de sufrir por el pasado es un estado al que se puede llegar antes de la vejez aunque no mucho antes. Es necesario que los años nos enseñen que la responsabilidad y la aceptación (no la sumisión) nos libera del infierno de la necedad. La anciana de Zweig acepta su pasado al relatarlo, y eso le permite decir la frase que hoy nos ha convocado.- Mario Roberto Morales

Debemos investigar más en la prolongación de la vida

¿Quién no quiere vivir más años o conseguir la eterna juventud?


El biogerontólogo inglés Aubrey de Grey está convencido de que podremos conseguir algún día aumentar la esperanza de vida si se aumenta la inversión en el desarrollo de técnicas biomédicas, aprovechando el conocimiento científico ya existente.
Presidente y responsable científico de la Methuselah Foundation (Fundación Matusalén), una organización contra el envejecimiento, y anteriormente científico de la Universidad de Cambridge, De Grey trabaja en el desarrollo de estrategias de bioingeniería para reparar la senescencia, es decir, hacer posible la reparación de tejidos dañados para rejuvenecer el cuerpo humano y, al mismo tiempo, aumentar considerablemente la longevidad.
De Grey dice que el envejecimiento es un problema degenerativo causado por varios tipos de daños moleculares y celulares que se acumulan: las mutaciones nucleares causantes del cáncer, las mutaciones mitocondriales, la acumulación de desechos intercelulares y extracelulares, la pérdida irreversible de células, el envejecimiento celular y la proliferación de interconexiones entre células de algunos tejidos. Sus controvertidas teorías para evitar el envejecimiento se basan en el desarrollo de estrategias combinadas de bioingeniería.
Este investigador, editor de la revista científica Rejuvenation Research, ha impartido esta semana en diversas ciudades españolas la conferencia "Vivir 1.000 años", invitado por la Obra Social la Caixa. De Grey dice que tenemos un 50% de posibilidades de reducir los daños del envejecimiento en los próximos 30 años, una vez se desarrollen tecnologías como la medicina regenerativa.
Su fundación patrocina actualmente la investigación de varios grupos de científicos en temas como la prevención del daño causado por las mutaciones mitocondriales. En particular, financia el grupo de la investigadora Marisol Corral-Debrinski, en el Instituto de la Visión de París. La fundación Methuselah también puso en marcha en 2005 un premio a los científicos que consigan prolongar de forma dramática la vida de los ratones.
La extensión de la longevidad también puede tener otras repercusiones biológicas y sociales, "ya que será posible también retrasar el inicio de la menopausia", asegura. Las mujeres podrán tener hijos sin problemas a edades superiores a la actual.- Diario El País - Madrid

Conciencia - Cerebro: ¿entidades separadas?

Intentarán probar si esas vivencias son ilusiones o apenas recuerdos falsos.



El paso por el túnel, la luz brillante en el otro extremo, la sensación de estar fuera del cuerpo o flotando, son representaciones que el imaginario popular asocia con el tránsito hacia el más allá. Pero ahora son el centro del primer estudio a gran escala sobre experiencias cercanas a la muerte -así se llaman, o también ECM-, iniciado en la Universidad de Southampton, Gran Bretaña.
Lo conduce el doctor Sam Parnia, un especialista en cuidados intensivos. Después de una etapa piloto de 18 meses en diversos hospitales británicos, el estudio se ampliará a otros centros de ese país, de Europa y Estados Unidos.Los investigadores harán foco en las áreas de resucitación, donde instalarán imágenes, pero que sólo serán visibles desde el cielorraso.
"Si se puede demostrar que la conciencia continúa después de que se desconecta el cerebro, esto abre la posibilidad de que la conciencia sea una entidad separada -evalúa Parnia-. Y si nadie ve las imágenes, esto probará que esas experiencias son ilusiones o recuerdos falsos".
El doctor Tristán Beckinstein, investigador asociado de la Unidad de Ciencias de la Cognición y el Cerebro, de la Universidad de Cambridge, cuestiona el punto de partida: "Asumir que la mente está separada del cerebro es una hipótesis de trabajo que, al diseñar experimentos, genera un problema epistemológico. Presupone que existe algo intangible, que por lo tanto no puede ser medido, sino sólo de manera indirecta".
Parnia recuerda que, contrariamente a lo que piensa la gente, la muerte no es un momento específico sino "un proceso que comienza cuando el corazón deja de latir, los pulmones dejan de trabajar, y el cerebro deja de funcionar, una condición médica calificada como paro cardíaco; durante un paro cardíaco, los tres criterios de muerte están presentes"


Especialistas consultados por Clarín coincidieron en que esto último es erróneo. "El cerebro no deja de funcionar instantáneamente: puede estar sin sangre varios minutos, y las neuronas están intentando sobrevivir", observa Beckinstein.
"A partir de los tres minutos sin oxígeno, hay células de ciertas zonas que comienzan a morir. Muchas veces pudimos resucitar a personas desde el punto de vista cardiovascular pero no cerebral, pues el tiempo que quedó sin oxígeno fue suficiente para dañarlo", señala el doctor Carlos Gherardi, director del Comité de Ética del Hospital de Clínicas.
Parnia señala que tras el paro cardíaco sigue un período, de pocos segundos a una hora, en el que las maniobras de reanimación a veces logran que el corazón vuelva a bombear. "Lo que experimenta la gente durante este período proporciona una ventana única para comprender y ver si pueden recordar las imágenes" que se utilizan en el estudio, estima Parnia.
"Hay corrientes que tratan de probar que hay un espíritu más allá de la fisiología. Eso es un acto de fe, porque la tolerancia del cerebro a la falta de oxígeno es mínima -observa el doctor Eduardo San Román, jefe de terapia intensiva en el Hospital Italiano-. Ese recuerdo tiene que ver con las creencias o las vivencias previas de la persona. Esa percepción de ver la luz es algo cultural, ya que cuando se va perdiendo el flujo cerebral, lo primero que ocurre es ver nublado".
En 40 años de trabajo en terapia intensiva, "nunca tuve un paciente que me relatara esas experiencias -cuenta Gherardi-. De haberlo tenido no dejaría de creerle; pero no podría decirle que murió y volvió de la muerte, porque la muerte es una sola, y de ello no se vuelve".
San Román da una explicación de las ECM: "Todo proceso de conciencia es bioquímico; a tal punto, que las drogas que actúan sobre el sistema nervioso central alteran sus receptores bioquímicos, lo que modifica la percepción. En una detención circulatoria, esos receptores se han alterado".
"Todo lo que una persona puede contar sobre ese momento es válido; pero las extrapolaciones que esa persona o algún observador hacen -advierte Gherardi-, son un aporte personal que exacerba la ilusión y explora la fantasía, que es más frecuente en algunos, y en muchos casos con su relato han ganado mucha plata".
Un viaje al más alláDeclaración de muerte En agosto se cumplieron 40 años del "Informe Harvard", que sirvió para definir la muerte encefálica. "La presencia de un coma irreversible impulsó a elegir el cerebro como el órgano cuyo daño debía definir el final de la vida. La muerte era posible con latidos cardíacos, pulso y tensión arterial", señala el médico Carlos Gherardi. Si bien hubo actualizaciones del informe, de ese primer gran cambio derivaron otros. Fue necesaria una legislación, que "declarara a la persona muerta antes de retirarla del respirador mecánico", recuerda Gherardi. Esas pautas facilitaron los trasplantes de órganos. El soporte vital fue un avance en pacientes graves, y posibilitó que embarazadas con muerte cerebral fueran mantenidas días o meses para permitir el nacimiento de niños normales.
Algunos mitos inmortales
En 1907, el doctor Duncan MacDougall, para probar su hipótesis materialista sobre la "sustancia del alma", pesó a seis moribundos, minutos antes y después de morir. La cuenta le dio un promedio de 21 gramos menos, lo que dio origen al mito de que eso es lo que pesa el alma.
El rezo como remedio también resultó un mito. Un experimento en 1.800 convalecientes de una operación cardíaca mostró que la oración no tuvo ningún efecto positivo. De los 600 pacientes que sabían que rezaban por ellos, el 59% sufrió complicaciones leves, atribuidas al estrés y la ansiedad: "¿Tan enfermo estoy, que tienen que rezar por mí?"
Hace 40 años, el llamado "Informe Harvard" sirvió para definir la muerte encefálica. "A partir de este momento el corazón ya no podía ser considerado el órgano central de la vida, y la muerte como sinónimo de ausencia de latido cardíaco. La presencia de un coma irreversible impulsó a elegir el cerebro como el órgano cuyo daño debía definir el final de la vida. La muerte era posible con latidos cardíacos, pulso y tensión arterial, signos que todavía hoy conservan el nombre de vitales".Los criterios para diagnosticar la muerte cerebral fueron ajustándose con sucesivas actualizaciones del Informe Harvard. De todos modos, de ese primer gran cambio derivaron muchos otros. Fue necesaria una legislación "que, para protección de los médicos, declarara a la persona muerta antes de retirarla del respirador mecánico", recuerda Gherardi. Con el tiempo, esas pautas facilitaron la ablación de órganos a los fines de trasplantes.El soporte vital significó un avance tecnológico para los pacientes graves, y posibilitó que algunas mujeres embarazadas con diagnóstico de muerte cerebral fueran mantenidas durante días y hasta meses, para permitir el nacimiento de niños normales.- Sibila Camps - Diario Clarín

Tomar mate hace bien a la salud

Es porque contiene antioxidantes que mejoran las defensas del organismo, y lo protegen contra el daño en las células. Retarda el envejecimiento celular.


La vieja y argentinísima costumbre de matear reporta más beneficios de los que hasta ahora se habían descubierto.
Una investigación científico realizado en Misiones permitió establecer que esta infusión tiene un elevado porcentaje de polifenoles totales, una sustancia que retarda el envejecimiento celular y previene algunas enfermedades.
Sobre los polifenoles, estudios ciones concretadas en los Estados Unidos, establecieron que son poderosos antioxidantes que mejoras las defensas naturales del organismo y lo protegen contra el daño celular que causa que el deterioro del organismo y el desarrollo de enfermedades.
La investigación sobre los beneficios de la yerba mate -que demandó siete meses de pruebas de laboratorio- fue realizada por el ingeniero químico y magister en Tecnología de los alimentos Luis Brumovsky, de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM).
Brumovsky estableció que la mayor ingestión de los 25 polifenoles existentes en la yerba mate (Ilex paraguariensis) se logra con una mateada hecha con 50 gramos de yerba y medio litro de agua a 70 grados. Así se obtienen 586,5 miligramos de antioxidantes. En cambio, de un saquito de tres gramos en una tasa de 200 mililitros de agua caliente se logran 148,4 miligramos de dicha sustancia, esencial para el combate de los radicales libres, causantes de la destrucción celular. Esa cantidad disminuye a 217,5 miligramos si se trata de tereré (mate frío) preparado con el agua a cinco grados.
El estudio fue financiado por el Programa Regional de Asistencia al Sector Yerbatero y el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM). Y podría ser una herramienta clave para insertar el producto en los mercados del primer mundo, donde existe una importante demanda de antioxidantes de origen natural.
En adelante, Brumovsky tiene previsto continuar con su investigación para establecer por qué varía la concentración de polifenoles en las distintas muestras tomadas para el estudio.
"Puede ser por el método de elaboración, por la fecha en que fue cosechada la hoja o por las características del lugar donde están las plantas, todavía no lo sabemos", indicó el ingeniero.
Por otra parte, el investigador misionero dijo que "se podría avanzar también en la extracción de estos polifenoles para su encapsulado y una posterior utilización como suplemento dietario".
Con este estudio se estableció que la yerba mate contiene una cantidad sensiblemente superior de polifenoles totales que el vino tinto.
Para Raúl Escalada del INYM, "los resultados que se expusieron nos muestran un potencial comercial ilimitado de la yerba mate, ya que es creciente el consumo de productos sanos, naturales en todo el mundo".
En la Universidad de Illinois, en Estados Unidos, se hizo un estudio para establecer la presencia de polifenoles en la yerba mate. Allí los especialistas analizaron yerba mate elaborada en Argentina, Brasil y Paraguay. De los relevamientos lograron valores similares a los que Brumovsky obtuvo en el mate cocido.
Sin embargo, la investigación realizada ahora en Misiones es la primera que se efectúa con el mate cebado, como lo consume la mayoría de los argentinos.
Entre otros beneficios para la salud de las sustancias antioxidantes, la licenciada en Nutrición, Vanesa Bengoa, explicó que su consumo regular previene la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y coronarias, y algunos cánceres, además de mejorar las defensas y disminuir el envejecimiento celular.- Ernesto Azarkevich - Clarín

Evitar las caídas

Algunos consejos prácticos y recomendaciones para prevenir y reducir en lo posible las caídas y accidentes domésticos de las personas mayores, que tan graves consecuencias pueden llegar a tener: huesos rotos, hospitalización...


Si quiere reducir al mínimo la posibilidad de una caída doméstica, tome las siguientes precauciones:


- Desconectar la electricidad antes de cambiar una lamparita.


- Utilizar siempre una escalera doméstica para alcanzar los sitios altos; y no hacerlo si se está solo en casa (no subirse a taburetes, sillas, etc.)


- En el baño, es importante que haya elementos de apoyo (agarraderas) para entrar y salir de la ducha.


- Para subir y bajar las escaleras es importante que haya una buena iluminación, tomarse de la baranda e ir bien calzado. No utilizar calzado suelto (ojotas, etc).


- No utilizar productos de limpieza que puedan hacer resbalar (ceras).


- No andar nunca descalzos con medias puestas, ya que éstas patinan.


- Es importante utilizar un calzado seguro y, si es posible, con la suela de goma con relieve.


- Retirar los objetos que puedan obstruir el paso (alfombras, cables eléctricos, etc.).


- Las alfombras tienen que ser antideslizantes.


- Durante la noche, dejar una luz encendida entre la habitación y el baño.


- Al levantarse por la noche, encender siempre la luz.


- No levantarse bruscamente de la cama, estar sentado un momento antes de ponerse de pie.-

Comer menos al envejecer es beneficioso

Disminuye los riesgos metabólicos


Coma menos, pese menos.
Aunque podría sonar molestamente obvio, los expertos en nutrición no habían estado de acuerdo en si reducir calorías lleva a una pérdida de peso a largo plazo, porque la práctica puede a veces resultar contraproducente al provocar atracones de comida y aumento de peso.
Pero una investigación reciente sugiere que comer menos puede pagar altos dividendos, sobre todo a medida que se envejece.
En un artículo que aparece en la edición actual de la revista American Journal of Health Promotion, investigadores de la Universidad Brigham Young reportan que las mujeres de mediana edad que estudiaron tenían más del doble de riesgo de aumento significativo del peso si no reducían el consumo de alimentos.
"Algunos sugieren que comer sin control no es una buena práctica", afirmó en un comunicado de prensa de la BYU el profesor Larry Tucker, autor principal del estudio. "Dadas las fuerzas ambientales en el sector alimenticio de EE. UU., no practicar control es esencialmente una garantía de fracaso".
Los investigadores dieron seguimiento a 192 mujeres de mediana edad durante tres años, y recopilaron información sobre sus estilos de vida, salud y hábitos alimenticios. El análisis reveló que las mujeres que no practicaron más control al comer tenían 138 por ciento más probabilidades de aumentar 6.6 libras (tres kilos) o más, según el comunicado de prensa.
El investigador de la Universidad de Columbia Lance Davidson, que no participó en el estudio, dijo que los hallazgos subrayan un principio clave del control del peso.
"Debido a que las necesidades energéticas del organismo declinan progresivamente con la edad, la ingesta energética debe igualar tal reducción o habrá aumento de peso", advirtió Davidson. "La observación del Dr. Tucker de que las mujeres que practican control al comer evitan el aumento significativo de peso comúnmente observado en la mediana edad es un importante mensaje de salud".
Tucker señaló que los beneficios de reducir lo que se come no se limitan al reflejo en el espejo. Comer sano equivale a una mejor salud, aseguró.
"El aumento de peso y la obesidad conllevan un mayor riesgo de diabetes y una variedad de enfermedades crónicas", advirtió. "Comer de manera adecuada es una habilidad que hay que practicar".
Tucker ofreció unos consejos para comer mejor.
Registre qué y cuánto come.
Ponga menos comida en su plato.
Coma más frutas y verduras. La pirámide alimenticia de los EE. UU. recomienda al menos cinco porciones al día.
Comer menos al envejecer resulta de provecho.
(FUENTE: Brigham Young University, news release)