“Había sido un hombre que se deleitaba con lo espantosa que era su vida, y prefería quejarse a cambiarla”. -John Katzenbach-
Un amigo se encuentra con otro. En cinco minutos el primero queda
agobiado y sin palabras al escuchar las quejas de su interlocutor.
Quejas relacionadas con sus padres, con su hermano, con la falta de
empleo, la ausencia de una pareja, del pésimo servicio de salud, de la
falta de conciencia de sus vecinos y de las medidas arbitrarias que toma
el gobierno.
Hay situaciones en la vida que sin lugar a dudas ameritan quejarse, como una reacción natural para liberar tensiones acumuladas
por el evento en sí. La pérdida de un familiar cercano, el quedarse sin
empleo por un recorte de personal, un divorcio o una enfermedad grave,
son experiencias dolorosas por las que una queja puede despertar nuestra
empatía.
Sin embargo, algunas personas hacen de las quejas su pan de cada día.
Además, piensan que todas las “buenas personas” del mundo están
obligadas a escuchar una y otra vez esos lamentos, porque de lo
contrario probarían que son insensibles o egoístas.
Las quejas contemporáneas
Vivir en la época actual no es sencillo. Nos
encontramos permanentemente bombardeados por noticias, en su mayoría
dolorosas o preocupantes. Adicionalmente debemos tolerar jefes
malhumorados o compañeros alterados, eso sin contar las problemáticas
personales a las que estamos expuestos, como pueden ser las pérdidas,
las enfermedades y un combo espectacular de situaciones que por momentos
llegan a ser asfixiantes.
Frente a semejante panorama, por lo general, tenemos dos opciones: Analizar cada situación y buscar la salida más apropiada o resistirmos y adoptar la posición de la queja.
Lo preocupante de esta segunda opción es que se convierta en un hábito,
que nos limite en nuestras potencialidades y genere una actitud
negativa en quienes nos rodean.
Podríamos pensar que quejarse es una especie de catarsis frente a las presiones y puede que por momentos cumpla con esa función. Sin embargo, la queja puede convertirse, sin que lo notemos, en una costumbre que repetimos como un círculo vicioso y que con el tiempo se tornará en la respuesta automática frente a las dificultades.
Consecuencias en nuestro cerebro
Según investigaciones adelantadas por varios neurocientíficos, de la frecuencia e intensidad emocional con la que nos quejemos dependerá que nuestro cerebro sufra cambios significativos.
Esto se debe a que durante esta condición de frustración e impotencia
constantes, el cerebro libera hormonas como noradrenalina, cortisol y
adrenalina que terminan por alterar el funcionamiento normal de este
órgano.
Algunos científicos afirman, incluso, que estar expuestos de manera reiterativa a la queja, deteriora o elimina las conexiones neuronales
presentes en el hipocampo de nuestro cerebro. Esa es precisamente la
zona encargada de encontrar soluciones a los problemas que nos aquejan.
La insistencia en la queja es una forma de condicionarnos negativamente,
que genera rechazo en los demás y termina por deteriorar nuestras
relaciones familiares, de pareja o laborales. Es una condición de dependencia y por tanto de inmadurez y de pasividad frente a los problemas.
¿Qué podemos hacer?
Las cosas difícilmente serán lo que nosotros queremos que sean,
entonces, ¿por qué frustrarse y amargarse por lo que no cambiará,
porque escapa a nuestro control? ¿No sería más razonable tener una
actitud más flexible y asumir un comportamiento más adaptable, que nos permita tener mejores opciones en nuestra vida?
La energía que utilizamos en quejarnos es la que necesitamos para superar la adversidad.
Modificar este tipo de conductas siempre será una opción. Es cierto que
frente a ciertas situaciones es sano reclamar, es un derecho del que
debemos hacer uso porque también forma parte de nuestras alternativas y
fortalece nuestra autoestima.
Para superar este hábito tan desgastante de quejarse, es importante
empezar por analizar los problemas con cabeza fría y evaluar ¿qué
podemos hacer, cómo y cuándo? Aprender a interpretar las cosas de manera
diferente, menos autodestructiva y más propositiva. No pretendamos cambiar el mundo de los demás, hagamos un esfuerzo por mejorar el nuestro.
Para tenerlo presente
Hay situaciones en las que la queja se convierte en una estrategia consciente o inconsciente de manipulación. El infractor experimenta culpa
y la forma de disfrazar dicha culpa es despertando en el otro
sentimientos de compasión o de solidaridad, para no tener que enfrentar
con responsabilidad las consecuencias de sus actos.
La queja es un estado de malestar que tiende a perpetuarse,
una condición que produce sufrimiento, pero al mismo tiempo un goce
negativo. Esa dudosa satisfacción puede ser desplazada con ayuda
terapéutica, que permite transformarla en goce positivo, es decir, deseo
actuante, para superar ese estado de pasividad frente a la vida.-
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