Ricardo Coler es escritor y médico. Dirige la publicación Lamujerdemivida. Escribió recientemente "Eterna juventud", basado en Vilcabamba. Lenin me señaló una construcción a medio terminar en la parte baja del valle. No sabía qué decir. Volví a preguntarle si el padre le había puesto Lenin porque era del Partido Comunista. Ya me había dicho tres veces que no. Lo conocí en la avenida "Eterna Juventud", calle principal de Vilcabamba, un pueblo ecuatoriano de la provincia de Loja. Estaba apoyado en su camioneta -una cuatro por cuatro blanca- con anteojos oscuros, camisa abierta y teléfono celular en la mano. Esperaba a que alguno le contratara sus servicios. Si era un extranjero, mejor. Después de hacerle entender que no todos los extranjeros éramos americanos o europeos, pudimos ponernos de acuerdo en una tarifa para que me llevase a recorrer la zona.Vilcabamba es un pueblo del Ecuador en donde no pasa absolutamente nada. No tiene ni museos ni grandes edificios ni playas tropicales. Tampoco un pasado histórico notable. Pero hay un detalle: sus habitantes llegan a vivir ciento diez, ciento veinte y ciento treinta años en un estado de salud envidiable. Los ancianos de Vilcabamba suben y bajan montañas a diario, conservan la dentadura, leen sin anteojos, tienen vida amorosa activa y en muchos casos, después de encanecer, recuperan el color de pelo. El primero al que Lenin me llevó a conocer fue a José Medina, agricultor, ciento doce años. Apenas subimos a la camioneta me dijo que cuando regresemos al pueblo quería mostrarme las construcciones nuevas. Me iba a sorprender. Cruzamos un puente sobre el río Chamba y después de bordear una montaña llegamos a lo de José Medina. Era una casa precaria en la que había unos pocos animales de corral y un huerto chico. Hubo dos cosas que me llamaron la atención del centenario: estaba trabajando, estaba fumando. Cuando planifiqué el viaje, procuré leer lo que estuvo a mi alcance sobre Vilcabamba. Artículos periodísticos y también literatura científica. En todos los casos reconocían el fenómeno inexplicable de la longevidad del valle, pero en ninguno se hacía mención al cigarrillo. Pero eso no era todo. En cuanto nos pusimos a conversar, José Medina se explayó sobre sus hábitos, y sus hábitos incluían café, sal y una bebida blanca de alta concentración alcohólica -el puro- que consumía a diario. Eran las costumbres del pueblo, me dijo. Al verme sorprendido, Lenin aprovechó para aclararme que José Medina no estaba fumando tabaco. Aliviado, pregunté qué era. Chamico, una droga con efectos parecidos a la cocaína pero mucho más tóxica. Algo pasaba en Vilcabamba. Fuera lo que fuere, hacía pedazos toda idea de vida saludable. De regreso, paramos en lo alto de una montaña desde la que se veía el pueblo. "Ves eso que está allá -me decía Lenin-, es la casa de un general americano. Abajo tiene un refugio antiatómico. Y esa otra, es de uno de los astronautas que estuvieron en la luna. Esas dos, son de actores de Hollywood. Muy conocidos, cada tanto se los ve en la plaza". Pero lo que más llamaba la atención era una enorme hacienda dividida en lotes que se estaba terminando. Un sitio para los que sueñan con el seguro de la longevidad. Eran carísimas y no se las vendían a cualquiera. Había que pasar una selección. El miedo a morir, le dije a Lenin, es una pasión amarga.-
Clarín - 26/10/2008
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