“A veces me pregunto si ciertos recuerdos son realmente míos, si no serán otra cosa que memorias ajenas de episodios de los que fui actor inconsciente y de los que más tarde tuve conocimiento porque me los narraron personas que sí estuvieron presentes, si es que no hablaban, también ellas, por haberlos oído contar a otras personas”
José Saramago: “Las pequeñas memorias”
La memoria puede ser definida como la capacidad para registrar, guardar/almacenar y recuperar información.
Registramos sonidos, imágenes, aromas, sabores, movimientos… a través de nuestros sentidos. También es importante el nivel de atención, que nos permite incorporar de manera consciente aquellos datos que elegimos como fundamentales para retener. Parte de esa información registrada puede perderse; otra, es almacenada en distintos sistemas de “archivo”: la memoria a corto plazo, y la memoria a largo plazo. La primera es más inmediata, nos permite recordar eventos muy cercanos en el tiempo, como qué desayunamos esta mañana o de qué tema estábamos hablando. La segunda, es la que guarda recuerdos tan antiguos como los juegos de nuestra infancia (memoria episódica), o datos aprendidos en la escuela (memoria semántica), y también aprendizajes de actividades como el andar en bicicleta o escribir a máquina (memoria procedural).
Recuperar o restituir datos es buscar la información previamente guardada en la memoria. Para ello algunas veces necesitamos una indicación o una pista: recuperando una pequeña parte aparece toda la información. Esa pista puede ser una palabra, una imagen, un sentimiento, un aroma o un sabor. A menudo el extraer de la memoria semeja un trabajo de detective en busca de huellas.
Cuanto más claramente haya sido registrada la información y más alto haya sido su grado de elaboración y el nivel de organización logrado para su almacenamiento,...más fácil será recuperarla. Por eso son tan importantes los métodos que utilicemos para guardar ordenadamente la información.
En el transcurso de nuestra vida, memoria y olvido juegan en un equilibrio permanente: olvidamos para poder recordar, de lo contrario vivir se haría imposible. Sin embargo, no siempre este equilibrio es posible de mantener. Para recordar y para olvidar hay muchos factores de importancia: edad, salud, educación y experiencia, atención e interés, confianza en sí mismo y métodos que se utilicen para recordar. Las presiones, la fatiga o momentos de un alto contenido emocional determinan que muchas veces incurramos en olvidos. En general, la gente que lleva una vida muy activa puede presentar más quejas sobre su memoria porque se fija requisitos más exigentes que la gente que lleva una vida más pasiva.
Aún cuando en todas las edades los problemas de atención y memoria sean comunes, no tienen la connotación negativa y muchas veces prejuiciosa que adquieren una vez superada la “barrera de los 60 años”. Es sí importante tomar en cuenta que con el transcurso de los años por lo general se requiere algo más de tiempo, tanto para incorporar nueva información como para extraer conocimientos ya almacenados. Un segundo cambio que puede presentarse al envejecer es que se hace más difícil dirigir y mantener la atención, porque la memoria inmediata no reacciona de manera tan eficaz a las interferencias.
Los olvidos más comunes son los que se relacionan con nombres propios y palabras “en la punta de la lengua”, no encontrar objetos de uso cotidiano dentro de la casa, llegar hasta alguna habitación y no recordar “qué vine a buscar”, perder el tema de conversación o el hilo del pensamiento frente a alguna interferencia o distracción
Para mejorar la memoria no existe ninguna “píldora mágica”, solo el tomar conciencia de lo que nos pasa y encontrar métodos más efectivos para mejorar su funcionamiento. Y si bien tampoco hay fórmulas válidas para la generalidad de la población, algunas recomendaciones pueden ayudar a mantener la funcionalidad de su memoria.
Aprender a dirigir conscientemente la atención sobre la información que se quiere recordar: es una forma de luchar contra los factores que nos distraen o interfieren. La distracción puede deberse a influencias del ambiente pero también a nuestros propios pensamientos.
Lograremos mayor eficiencia haciendo una actividad por vez en lugar de hacer varias cosas al mismo tiempo, ya que con la edad disminuye esa capacidad de simultaneidad de atención.
Aprender a “seleccionar” aquello que realmente queremos recordar, adaptándonos a nuestras posibilidades actuales y dándonos el tiempo necesario para incorporar y almacenar adecuadamente esa información.
Seleccionar qué información guardar en memoria, implica reservarla para lo importante y delegar otros datos en ayudas externas (como agendas, libretas, listas, etc.). Estas ayudas externas deberían cumplir precisamente con su función de “ayudas” y no transformarse en un apéndice de nuestra memoria, por lo cual es imprescindible aprender a regularlas.
Utilizar aquellos métodos que sean personalmente más útiles para guardar información. Los métodos más conocidos son: ordenar, relacionar y formar imágenes.
Aprender informaciones nuevas en períodos cortos y con pausas posibilita un mejor almacenamiento de los datos.
Generar hábitos de orden, con lugares fijos para los objetos importantes permite prevenir la búsqueda constante de llaves, monederos y anteojos con la consiguiente ansiedad que genera el no encontrar lo que necesitamos cuando lo necesitamos.
Solicitar a quienes nos rodean que en lugar de “decir por nosotros” cada vez que no encontramos un nombre o una palabra, nos den “una pista”. Esa “pista” puede ser algún dato de, por ejemplo, ese actor del cual no recordamos el nombre; (en qué películas trabajó), o con qué letra comienza su nombre. Lo importante es que esos indicios permiten que la memoria se active y se ponga en marcha el mecanismo de búsqueda de la información. También impide que nos volvamos cada vez más dependientes de los demás.
En general, una vida activa, de hábitos saludables, con redes sociales y diversidad de actividades de alta significación personal, redunda en beneficio no sólo de nuestra memoria, sino de nosotros como personas, para una vida más plena y satisfactoria.
“…para los navegantes con ganas de viento, la memoria es un puerto de partida” (Eduardo Galeano).-
Recuperar o restituir datos es buscar la información previamente guardada en la memoria. Para ello algunas veces necesitamos una indicación o una pista: recuperando una pequeña parte aparece toda la información. Esa pista puede ser una palabra, una imagen, un sentimiento, un aroma o un sabor. A menudo el extraer de la memoria semeja un trabajo de detective en busca de huellas.
Cuanto más claramente haya sido registrada la información y más alto haya sido su grado de elaboración y el nivel de organización logrado para su almacenamiento,...más fácil será recuperarla. Por eso son tan importantes los métodos que utilicemos para guardar ordenadamente la información.
En el transcurso de nuestra vida, memoria y olvido juegan en un equilibrio permanente: olvidamos para poder recordar, de lo contrario vivir se haría imposible. Sin embargo, no siempre este equilibrio es posible de mantener. Para recordar y para olvidar hay muchos factores de importancia: edad, salud, educación y experiencia, atención e interés, confianza en sí mismo y métodos que se utilicen para recordar. Las presiones, la fatiga o momentos de un alto contenido emocional determinan que muchas veces incurramos en olvidos. En general, la gente que lleva una vida muy activa puede presentar más quejas sobre su memoria porque se fija requisitos más exigentes que la gente que lleva una vida más pasiva.
Aún cuando en todas las edades los problemas de atención y memoria sean comunes, no tienen la connotación negativa y muchas veces prejuiciosa que adquieren una vez superada la “barrera de los 60 años”. Es sí importante tomar en cuenta que con el transcurso de los años por lo general se requiere algo más de tiempo, tanto para incorporar nueva información como para extraer conocimientos ya almacenados. Un segundo cambio que puede presentarse al envejecer es que se hace más difícil dirigir y mantener la atención, porque la memoria inmediata no reacciona de manera tan eficaz a las interferencias.
Los olvidos más comunes son los que se relacionan con nombres propios y palabras “en la punta de la lengua”, no encontrar objetos de uso cotidiano dentro de la casa, llegar hasta alguna habitación y no recordar “qué vine a buscar”, perder el tema de conversación o el hilo del pensamiento frente a alguna interferencia o distracción
Para mejorar la memoria no existe ninguna “píldora mágica”, solo el tomar conciencia de lo que nos pasa y encontrar métodos más efectivos para mejorar su funcionamiento. Y si bien tampoco hay fórmulas válidas para la generalidad de la población, algunas recomendaciones pueden ayudar a mantener la funcionalidad de su memoria.
Aprender a dirigir conscientemente la atención sobre la información que se quiere recordar: es una forma de luchar contra los factores que nos distraen o interfieren. La distracción puede deberse a influencias del ambiente pero también a nuestros propios pensamientos.
Lograremos mayor eficiencia haciendo una actividad por vez en lugar de hacer varias cosas al mismo tiempo, ya que con la edad disminuye esa capacidad de simultaneidad de atención.
Aprender a “seleccionar” aquello que realmente queremos recordar, adaptándonos a nuestras posibilidades actuales y dándonos el tiempo necesario para incorporar y almacenar adecuadamente esa información.
Seleccionar qué información guardar en memoria, implica reservarla para lo importante y delegar otros datos en ayudas externas (como agendas, libretas, listas, etc.). Estas ayudas externas deberían cumplir precisamente con su función de “ayudas” y no transformarse en un apéndice de nuestra memoria, por lo cual es imprescindible aprender a regularlas.
Utilizar aquellos métodos que sean personalmente más útiles para guardar información. Los métodos más conocidos son: ordenar, relacionar y formar imágenes.
Aprender informaciones nuevas en períodos cortos y con pausas posibilita un mejor almacenamiento de los datos.
Generar hábitos de orden, con lugares fijos para los objetos importantes permite prevenir la búsqueda constante de llaves, monederos y anteojos con la consiguiente ansiedad que genera el no encontrar lo que necesitamos cuando lo necesitamos.
Solicitar a quienes nos rodean que en lugar de “decir por nosotros” cada vez que no encontramos un nombre o una palabra, nos den “una pista”. Esa “pista” puede ser algún dato de, por ejemplo, ese actor del cual no recordamos el nombre; (en qué películas trabajó), o con qué letra comienza su nombre. Lo importante es que esos indicios permiten que la memoria se active y se ponga en marcha el mecanismo de búsqueda de la información. También impide que nos volvamos cada vez más dependientes de los demás.
En general, una vida activa, de hábitos saludables, con redes sociales y diversidad de actividades de alta significación personal, redunda en beneficio no sólo de nuestra memoria, sino de nosotros como personas, para una vida más plena y satisfactoria.
“…para los navegantes con ganas de viento, la memoria es un puerto de partida” (Eduardo Galeano).-
Magali Risiga – Lic. En Terapia Ocupacional
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