Oscar Niemeyer presentó el pasado enero un diseño para la Plaza de la Soberanía, en Brasilia. El arquitecto brasileño ha terminado su proyecto, uno de los más ambiciosos de su carrera, a los 101 años. Si fuese un trabajador de Telefónica, llevaría 53 retirado. Rita Levi-Montalcini, (foto) premio Nobel de Medicina, acude cada día a su laboratorio y sigue siendo una investigadora de primer nivel. El mes próximo alcanzará los 100 años. En más de un banco español, habría sido enviada a casa hace medio siglo. Manoel de Oliveira prepara su próxima película, 'El extraño caso de Angélica', con la ilusión de un principiante. El director portugués cumplió 100 años en diciembre. Sus nietos estarían a punto de jubilarse en muchas empresas de este país. La edad del retiro sigue bajando, a despecho de una realidad incuestionable: que en tareas intelectuales y creativas, la vida útil de las personas se alarga cada vez más, sobre todo si gozan de buena salud. Se alarga tanto que el volumen de octogenarios y nonagenarios que mantienen una importante actividad creativa es muy llamativo. El libro de oro del arte y la ciencia se está llenando de nombres que hicieron y siguen haciendo aportaciones esenciales en sus campos a edades muy avanzadas. Una gloria.
Elliot Carter, uno de los compositores estadounidenses más importantes desde la Segunda Guerra Mundial, cumplió 100 años el pasado 11 de diciembre. En 2008 compuso siete obras. El año anterior, nueve. Un repaso al catálogo de su producción desvela que el número de trabajos concluidos en los últimos tres lustros es superior al de todo el resto de su carrera. Algo parecido le sucede al arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, que continúa en activo, afrontando proyectos de todo tipo: lo mismo un gran centro cultural en Avilés que una plaza en Brasilia. Niemeyer trabaja con un equipo y se puede pensar que él diseña las líneas generales, da las instrucciones, pero son otros quienes cargan con la mayor parte del trabajo. Quizá sea así.
Pero hay otros muchos casos en los que personas muy mayores desarrollan una actividad intensa en solitario. A los 92 años, José Luis Sampedro sigue escribiendo. En su casa de una pequeña localidad de la costa del Sol tiene un 'despacho', como él llama a dos mesas juntas sobre las que hay una pila de libros, donde escribe cada día.
«Irse haciendo»
«¿Por qué sigo trabajando? Porque es un placer», explica. «Uno tiene el derecho y el deber de desarrollar su vida y ejercerla. Lo maravilloso de la vida es irse haciendo, y yo, escribiendo, me hago». Hay un profundo sentido ético en todo cuanto Sampedro hace, y es también eso lo que justifica su actividad. «Hay que hacer algo mientras se pueda. Soy un aprendiz de mí mismo. La vida es un viaje hacia uno mismo», dice. También hay un inequívoco componente ético en la vida y la trayectoria profesional de la premio Nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini, que cumplirá un siglo el 22 de abril. La investigadora italiana ha dicho más de una vez que no teme «las arrugas de la cara, pero sí las del cerebro».
Ella acude cada día a su laboratorio, de lunes a domingo. En una ocasión le preguntaron cómo es que iba a trabajar en día festivo. «Los embriones no saben que es fiesta», se limitó a contestar. Además, como senadora vitalicia, no es extraño verla en la cámara alta de su país, asistiendo a interminables y tediosas sesiones y prestando mucha más atención que la mayoría al transcurso de los debates.
Genes, cuidado y suerte
José Vicente Lafuente, catedrático universitario del Departamento de Neurociencias, oyó comentar una vez a Levi-Montalcini que «la jubilación es una de las cosas que más mata a la gente». «Lo dice una persona que como otros en su situación son verdaderos supervivientes», explica Lafuente. «Mantenerse activo física y mentalmente es muy importante para llegar a mayor en buen estado, pero también hay que disponer de una carga génica adecuada, haberse cuidado en todos los aspectos y haber tenido una cierta dosis de suerte». Uno de los elementos fundamentales es la alimentación, y no cabe duda de que ésta es mejor que hace un siglo, lo que ayuda a que personas de muy avanzada edad tengan una importante actividad intelectual.
Es el caso de Francisco Ayala, que acaba de cumplir 103 años. Su actividad literaria es ahora reducida, pero hasta muy cerca de los 100 estuvo trabajando con intensidad. El compositor Gian Carlo Menotti murió en 2007, a los 95. Estuvo componiendo hasta poco antes de su fallecimiento, y presentó algunas obras pasados los 90. Las premios Nobel de Literatura Doris Lessing y Nadine Gordimer sigue en activo. La primera, de 89 años, escribe con regularidad. La segunda, de 85, además da conferencias y no renuncia a viajar por motivos profesionales.
Son trabajos puramente intelectuales. Pero también crece el número de nonagenarios o casi nonagenarios cuya actividad tiene un componente físico no desdeñable. Picasso, que murió a los 91, trabajó hasta poco antes de su fallecimiento. El actor Manuel Alexandre, que también tiene 91, sigue en activo y acaba de rodar una serie de TV. Y Kirk Douglas, último superviviente de una generación irrepetible de actores cinematográficos, se ha subido a un escenario, con 92 y tras haber sufrido una enfermedad que ha reducido su movilidad y su capacidad de hablar.
En el ámbito de la música, los pianistas están entre quienes hacen más esfuerzo físico. Se les exige precisión pero también la fuerza suficiente para que el sonido de su instrumento se escuche por encima de la orquesta, cuando se trata de un concierto. Artur Rubinstein se retiró a los 89 y sólo una progresiva ceguera fue capaz de alejarlo de los escenarios. El chileno Claudio Arrau falleció a los 88, cuando se encontraba de gira por Centroeuropa.
Al lado de la mayor parte de ellos, los escritores José Saramago y Ramiro Pinilla son jóvenes. El portugués, premio Nobel de Literatura, tiene 86. Publicó hace unos meses 'El viaje del elefante' tras superar una grave enfermedad y ya está escribiendo otro libro. Pinilla acaba de lanzar 'Solo un muerto más' y tiene ya avanzado otro volumen con el mismo protagonista. «Cuando tenía 20 años me gustaba la soledad y pensaba que la ancianidad sería una buena edad para mí», dice el escritor vizcaíno. «Representaba una etapa de la vida a la que quería llegar para disponer de más tiempo. Hasta que me jubilé no tenía apenas posibilidad de escribir y pensaba que no podía fallar en llegar a esta etapa. Es como si a lo largo de mi vida hubiera ido preparando mi organismo para llegar hasta aquí y poder hacer lo que ahora hago».
Ni Pinilla ni Saramago, como Niemeyer, Levi-Montalcini y todos los demás parecen afectados por el desinterés ante lo que les rodea que era para Ernestina de Champourcin el camino que conduce a la muerte. La catedrática de Sociología María Teresa Bazo, que lleva años investigando en materias relacionadas con la tercera edad, se lo oyó decir a aquella poetisa de la Generación del 27 y cree que lo que sucede es que «no todo el mundo asimila los cambios. Puede que las personas que han vivido muchos cambios en su juventud estén más preparadas para seguir adaptándose a ellos en su vejez, y por tanto tengan más estímulos para mantenerse activas». Leni Riefenstahl y Bertrand Russell pueden ser ejemplos de esa adaptabilidad: la fotógrafa y directora rodó su última película poco antes de cumplir un siglo; el escritor y filósofo publicó sus memorias a los 95.
Otras influencias
Manoel de Oliveira, que cumplió los 100 el pasado 11 de diciembre, también ha vivido muchos cambios. Rodó su primer corto en 1931, cuando el cine sonoro era una portentosa novedad, y desde entonces ha pasado por la etapa del blanco y negro, la del color y vive en pleno 'boom' del cine digital. Estos días prepara 'El extraño caso de Angélica', instalado ya en el Guinness de los récords como el director más longevo de la historia, pero no tiene ninguna intención de parar. A su lado, gentes como el arquitecto Antonio Lamela, coautor de la espectacular terminal T-4 de Barajas, de 82 años, o el director de orquesta Lorin Maazel, que a los 79 viaja continuamente por todo el mundo, es responsable de varias orquestas y practica deportes acuáticos, tenis y golf en cuanto tiene oportunidad, no llaman la atención.
En bastantes de los casos citados se da una circunstancia común: esos ancianos incansables cuyos cerebros no paran de crear están acompañados de personas sensiblemente más jóvenes. «No es una apreciación científica, pero sospecho que vivir junto a alguien mucho más joven es un estímulo para mantener la ilusión y la actividad», comenta Lafuente. Quizá por eso, superada la que denomina 'década mala', la de los setenta, son muchas las personas que si tienen actividad física e intelectual pueden plantarse en los noventa.
Y seguir trabajando, porque, como recuerda el catedrático, la capacidad de aprender se reduce mucho a partir de los 30 años, pero la productividad se mantiene muy alta si el estado de salud es bueno. Por eso, sostiene María Teresa Bazo, una «sociedad envejecida no tiene por qué conducir a un declive creativo. Hay cada vez más gente mayor que sigue innovando». Los casos citados son una demostración fehaciente de que la creatividad no tiene fecha de caducidad. Lo que tampoco significa que sea obligatorio mantener una actividad productiva. Bazo cree no puede obligarse a nadie a seguir en activo y recuerda lo que el filósofo José Luis López-Aranguren le dijo cuando tenía unos 80 años: «Me comentó que en ese momento él ya estaba viviendo de lo hecho». Otros muchos han decidido seguir, tratar de explotar al máximo las potencialidades propias, como dice Sampedro. Son cada vez más, sobre todo en el campo intelectual. Hay vida y creatividad después de los noventa.- César Coca
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