Según trascendió, Brad Pitt, estrella de cine internacional, padece de una extraña enfermedad conocida bajo el nombre de prosopagnosia (también denominada como ceguera facial), la cual no tiene cura y se vincula con patologías neurodegenerativas.
Para la mayoría de la gente, todas las palomas son iguales, pero no así las caras de las personas, aunque todas se parezcan. Cuando existe una agnosia estamos en presencia de la ausencia del reconocimiento. Asimismo, al hablar de prosopagnosia nos referimos a una agnosia visual para las caras u objetos, un trastorno neuropsicológico de reconocimiento visual.
Los pacientes reconocen una cara, pero tienen dificultad en identificar a quién le pertenece; en casos extremos, son incapaces de reconocerse a sí mismos. Quienes tienen este trastorno poseen complicaciones para identificar de qué cara se trata o de qué silla o de qué mesa. Si bien las reconocen inconscientemente, no puede hacerlo conscientemente.
Todos los seres humanos antes de aprender a hablar, o incluso previo a empezar a balbucear, ya tienden a fijarse instintivamente en las caras. Incluso, hacia el cuarto mes de vida ya procesan las caras como objetos claramente definidos. Para ello existe un buen motivo, ya que las caras son increíblemente informativas: una simple mirada puede revelar mucho sobre la identidad, el sexo, la raza, las emociones y la sinceridad de una persona.
Teniendo en cuenta cuánto se parecen las caras, resulta sorprendente que los seres humanos puedan reconocerlas con tanta facilidad, ya que todas contienen las mismas partes básicas. Pese a ello, una cara nunca es solo una cara, siempre es el rostro de alguien.
Está demostrado que el procesamiento de caras y el reconocimiento de rostros familiares implica la activación de varias áreas cerebrales diferentes: desde las regiones de la corteza occipito-temporal, hasta otras más alejadas, como las cortezas anterior temporal y frontal.
Los rostros se procesan de manera “holística”: fijamos la vista en puntos concretos de la cara, como pueden ser los ojos o la boca. A partir de eso se adquiere simultáneamente información de muchas partes del rostro y de su configuración en general, para después con esos datos procesar y crear un modelo generalizado.
En los últimos años, los científicos han explorado el cerebro en funcionamiento con técnicas de imagen que han aportado mucha información.
Con respecto a la prosopagnosia, se piensa que es el resultado de anomalías, daños o deterioro en la circunvolución fusiforme derecha, un pliegue que aparece en el cerebro para coordinar los sistemas neurales que controlan la percepción facial y la memoria.
Esta anomalía puede ser consecuencia de un accidente vascular cerebral (ACV), un traumatismo cerebral o ciertas enfermedades neurodegenerativas. En algunos casos se trata de un trastorno congénito, presente en el nacimiento, en ausencia de cualquier otro daño cerebral.
La prosopagnosia congénita parece ser hereditaria, por lo que es probable que sea el resultado de una mutación genética. Un cierto grado de prosopagnosia a menudo se encuentra presente en los niños con autismo y síndrome de Asperger; puede ser la causa de su daño en el desarrollo social.
En la actualidad las investigaciones en este campo reportan en muchos sentidos ya que no solo se han identificado a los circuitos cerebrales y los procesos cognitivos involucrados en el reconocimiento facial, sino que también se ha desarrollado una mejora del diagnóstico y el desarrollo de tratamientos de los pacientes con ceguera facial y otros trastornos relacionados como el autismo.
Como ocurre con muchas otras funciones cerebrales, gran parte de lo que hoy se sabe sobre el reconocimiento facial proviene de personas que han perdido esa capacidad. De hecho, se ha comprobado que esos individuos siguen teniendo una visión normal, pero no reconocen el rostro de personas que conocen bien, incluso, el de sus parejas o sus hijos.
Aunque suelen recurrir a diversos trucos que les ayudan a reconocer a la gente, como fijarse en la voz, los gestos o el modo de andar, estas personas se enfrentan a situaciones sociales y profesionales muy difíciles.
La mayoría de las personas con prosopagnosia tienen lesiones en la circunvolución fusiforme, que se extiende a lo largo de la parte inferior del encéfalo, junto con otras áreas. Los científicos creen que una región concreta de la circunvolución fusiforme, el área fusiforme facial, tiene un papel crucial en el reconocimiento facial.
Ahora se sabe, por ejemplo, que las áreas del cerebro que procesan los rostros interaccionan con las redes de la memoria. Esto permite saber con quién se está hablando y recordar las propias vivencias con esa persona.
O sea que la memoria emocional es especialmente importante y se cree que una conexión fallida con los centros emocionales conduce al síndrome de Capgras, en el que las personas pueden reconocer a sus seres queridos, pero están convencidos de que han sido suplantados por impostores.
La experiencia también es importante. Así, por ejemplo, aunque la mayoría de los procesos cerebrales necesarios para el reconocimiento facial ya funcionan a los dos años de edad y están totalmente desarrollados en torno a los 10 años, los niños cometen más errores que los adultos, lo cual indica que se tarda cierto tiempo en aprender a reconocer bien las caras.
Existen personas que pueden tener un retraso permanente de este aprendizaje. Un ejemplo son los niños con autismo que como pasan menos tiempo observando los rostros puede que nunca lleguen a desarrollar plenamente esta capacidad.
Quizá uno de los hallazgos más significativos de los últimos años es que la prosopagnosia es mucho más común de lo que se pensaba. Hasta hace unos años se creía que era un trastorno extremadamente raro, pero actualmente la conciencia pública ha aumentado y cada vez se conocen más personas que la padecen. Las últimas estimaciones sugieren que al menos 1 de cada 50 personas pueden experimentar dificultades de reconocimiento facial lo suficientemente graves como para afectar su vida cotidiana.
Lamentablemente, algunas personas desarrollan la ansiedad y la depresión como resultado de las dificultades sociales experimentadas.
Por su parte, la prosopagnosia congénita adopta diferentes formas; muchas de las personas afectadas, aunque no todas, tienen dificultades para reconocer lugares y solo a veces las exploraciones cerebrales muestran una menor actividad del área fusiforme facial. Las causas exactas de la prosopagnosia congénita siguen sin estar claras, pero como es frecuente que los síntomas aparezcan en varios miembros de una misma familia, los científicos están buscando posibles genes que pudieran contribuir a ella.
No hay cura para la prosopagnosia, por lo que los que la padecen deberán aprender a tener en cuenta otras señales (color de pelo, rasgos faciales distintivos, estatura, voz…) que les ayuden a identificar a sus amigos, miembros de la familia y conocidos.
Por desgracia, la prosopagnosia puede ser socialmente muy paralizante. Aunque los adultos a menudo utilizan otras estrategias para identificar a las personas, éstas no son tan eficaces como el reconocimiento de una cara.
Los niños con prosopagnosia congénita nacen con esta incapacidad y nunca llegan a poder reconocer bien las caras. Una mayor conciencia de lo que son los trastornos del espectro autista, que implican deficiencias de comunicación como la prosopagnosia, es probable que ayude a mejorar su comprensión.
Estos estudios de investigación tienen aplicación práctica. Gracias a estos avances, los programadores informáticos pueden desarrollar softwares de reconocimiento facial más precisos para el sector de la seguridad y la vigilancia en la aplicación de la ley, también están mejorando la tecnología de las cámaras y de la búsqueda de fotografías.
En lo tocante a las personas afectadas de prosopagnosia, estos estudios pueden ofrecerles nuevas formas de hacer frente a la enfermedad, aumentar la concienciación y, eventualmente, encontrar posibles formas de tratamiento.
También es posible que ayude a entender mejor otras enfermedades en las que, ocasionalmente, se observan problemas de reconocimiento facial, como el autismo, la esquizofrenia y el trastorno bipolar.
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