Un chimpancé hace una demostración de fuerza, típica de los primates, en la que trata de disuadir de un enfrentamiento directo. Obsérvese que tiene el pelo erizado, lo que le hace parecer mas grande de lo que realmente es. (Imagen: usuario de Flickr).
Una actitud frecuente es considerar que la agresión animal prueba que la violencia y la guerra juegan un papel fundamental en la evolución humana. En un experimento clásico sobre los efectos de la sobrepoblación en ratas, se obligó a convivir a un alto número de estos roedores en un espacio reducido. Los resultados mostraron un aumento de la violencia hasta niveles que asustaron a los investigadores. Desafortunadamente, los resultados con esta especie se generalizaron al resto y este estudio es muy nombrado aún hoy en día como prueba de la agresividad de la naturaleza humana.
Años después, el mismo experimento se repitió con primates y los resultados fueron esperanzadores en la mayor parte de los casos. Los primates reaccionaban ante la alta densidad de población con estrategias que iban desde dedicar más tiempo al acicalamiento mutuo hasta reprimir los impulsos violentos. Aumentaron en general todas las conductas prosociales por día y hora, como ocurre hoy en día en algunas sociedades asiáticas.
La investigación con primates no-humanos está obligando a modificar a marchas forzadas esta y otras nociones de lo que hasta ahora pensábamos sobre la naturaleza de las relaciones sociales. Es cierto que los chimpancés pueden llegar a ser muy agresivos pero también poseen habilidades excepcionales para la evitación y la resolución de los conflictos. Para los animales sociales, devolver la estabilidad al colectivo es una necesidad de primer orden. No es de extrañar pues, que una de las causas de destitución de un líder entre chimpancés, sean la coaliciones entre hembras en su contra, cuando éste no contribuye a la estabilidad del grupo. Además, entre especies cooperativas como la nuestra, los “ganadores” también deben preocuparse de restablecer las relaciones sociales, pues nunca saben cuando necesitarán de su oponente.
Allá donde hay grupos de personas, animales, o naciones con un objetivo, hay una necesidad de superar la competición y dejar de lado las diferencias. Para poder mantener los beneficios, los individuos necesitan reducir sus costes, reducir los niveles de competición y desarrollar estrategias para reparar las relaciones.
Entre primates, las reconciliaciones tienen unas pautas propias que son diferentes en cada especie. Los macacos emiten unos sonidos que indican el fin de las hostilidades, los babuinos realizan una monta simbólica e inspeccionan los genitales, los bonobos mantienen relaciones sexuales y los chimpancés se abrazan y besan, siendo éste último el gesto reconciliador por excelencia de la especie (las distintas hipótesis sobre los orígenes del beso parecen situarlo en un comportamiento de transferencia de comida con la boca).
La agresividad tratada de una manera aislada, separada de otras categorías del comportamiento social es un error. Puede que varias de sus manifestaciones sean indeseadas e incluso inaceptables, pero eso no las separa radicalmente de la categoría de lo social. No hay que olvidar que en las redes sociales de los mamíferos, hay fuertes factores que contienen la violencia. En la mayor parte de las ocasiones, muchas de las conductas que identificamos como agresivas tienen un carácter preventivo y están dirigidas a evitar la confrontación directa, como por ejemplo las típicas demostraciones de fuerza de los gorilas en las que se golpean el pecho y rompen ramas. Éstas, rara vez terminan en una pelea abierta. Las estrategias disuasorias también son frecuentes entre los homínidos. Por ejemplo, gran parte de los enfrentamientos entre adolescentes, el origen de los desfiles militares o la danza maorí del equipo de rugby neozelandés, cumplen esta misma función.
El “haka” es el canto de guerra de los All Blacks, el equipo de rugby de Nueva Zelanda.
El problema de la armonización de objetivos y reducción de la competición por el bien de objetivos más ambiciosos es común a varias culturas y especies. Al ser fenómenos naturales, existen similitudes universales en su expresión. Por ejemplo, algunos peces cíclidos, tienen un comportamiento muy similar a los miembros de la tribu Mbuti (República del Congo) para resolver sus disputas. La estrategia consiste en pegarse por turnos en una batalla simbólica de la que ninguno sale herido.
También, en una especie de mirlos, los machos poseen unas plumas rojas que atraen a las hembras. Cuando dos de ellos se encuentran en un mismo territorio y uno no quiere enfrentarse, tapa estas plumas con otras de color negro para evitar el conflicto y pasar desapercibido. Pero aún más sofisticada es la estrategia de los jóvenes macho gorilas. Los harenes de esta especie, por norma general, no admiten más de un macho adulto por grupo. Cuando un joven quiere prolongar su estancia, inhibe el desarrollo de características físicas que indican que ya no lo es. Esto le permite no llamar la atención del macho dominante durante un tiempo adicional.
Un gorila intimida a un hombre.
Otra creencia popular que ha sido refutada por las investigaciones, es aquella que cree en que las partes de un conflicto son independientes y autónomas. Las observaciones prueban que los rivales se mantienen cerca el uno del otro justo después de un enfrentamiento, como buscando una oportunidad para la reconciliación. Además suelen cooperar más y ser más tolerantes entre ellos ante un recurso tras este tipo de episodios, lo que sugiere que la relación sale fortalecida de este proceso. Por esta y otras razones, considerar la conflictividad como una conducta anti-social es un enfoque que nos cierra las puertas a una comprensión más amplia del fenómeno.
En la Conferencia General de la Violencia, celebrada en Sevilla el año 1989, uno de los acuerdos que se alcanzó fue el siguiente: “es científicamente incorrecto decir, que en el curso de la evolución humana ha habido una selección del comportamiento agresivo en detrimento de otros tipos de comportamiento”. Las implicaciones de este nuevo modelo del conflicto social aún se discuten en la actualidad, como por ejemplo, que el perdón no es una idea cultural o juedocristiana, sino que a nivel básico posee un componente biológico. Sea cual sea el resultado, lo cierto es que cuando observamos la naturaleza, los conflictos están tan bien integrados en otras conductas sociales, que lejos de separar, parece que contribuyan a su fortaleza.
Resolución de conflictos en primates.
Resolución de conflictos en primates from Pablo Herreros Ubalde on Vimeo.
Pablo Herreros - Marzo 2010
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