por Ricardo Iacub
Psicólogo, Profesor Tercera Edad y Vejez, UBA
En diversos momentos, y ante muy diversas circunstancias, el hombre se enfrenta con la creciente incertidumbre acerca del sentido de la vida, debiendo reflexionar no solo quién es sino hacia dónde va, revisando con ello su propia identidad.
El sentido de la vida fue, y seguramente será, una pregunta latente en el ser humano, ya que éste carece de una identidad única e inamovible, y esto lo lleva a errar tratando de hallar rumbos y significados acerca de sí. Estos significados, que muchas veces provienen, más que de una elección, de una expectativa de un rol sugerido socialmente, pueden ponerse en cuestión ante hechos que quiebren los cursos esperables de una vida, o ante momentos vitales como el envejecimiento, donde tanto los roles como ciertas representaciones personales suelen verse modificados.
De hecho, los adultos mayores tienen un sentido de desarrollo personal y propósito vital menor que los de otras edades (Ryff & Singer, 2002) así como sienten que pueden ser menos útiles a los otros (Rossi, 2004). Es allí donde la persona debe dar cuenta de los cambios al tiempo que reconstruir un nuevo sentido de vida. Una de las definiciones de sentido es el conocimiento de un orden que otorga coherencia y propósito a la propia existencia, persiguiendo objetivos y metas, que brinden una sensación de valor o utilidad personal y promuevan una mayor satisfacción vital y autoestima.
Es en este punto donde resulta importante reconocer la verdadera dimensión de la temática a partir de investigaciones recientes realizadas con adultos mayores. En diversos países como Francia, Japón y Estados Unidos se demostró que las personas que no se sentían útiles tenían mayores probabilidades de quedar discapacitadas; que quienes realizaban tareas de voluntariado social tenías dos veces menos posibilidades de morir en los siguientes 6 años; y que las personas que no se sentían útiles fueron quienes más experimentaron un incremento en los niveles de discapacidad y de mortalidad a lo largo del tiempo, a diferencia de los que nunca o raramente se sentían inútiles o improductivos.
El dato más concluyente es que aquellas personas mayores que no se sienten útiles tienen cuatro veces más posibilidades de discapacitarse o fallecer próximamente, que los que raramente lo sienten.
El sentirse útil aparece relacionado con lo que Krause (2009) sintetiza, desde un criterio más abarcativo, como el "fuerte sentido de un propósito en la vida", volviendo a encontrar que aquellos que lo poseen tienen menos riesgo de muerte próxima que los que no lo tienen. Este propósito genera en los adultos mayores una mejor percepción de su salud, una menor sensación de límites o declives en la funcionalidad y un estado de ánimo más positivo.
Asimismo, otro estudio (Greenfield, 2009) nos indica que se origina una sensación de crecimiento y desarrollo permanente y una mayor aceptación personal. La investigación agrega que el sentido vital se asocia con una percepción positiva del propio envejecimiento y con redes sociales fuertes y significativas.
Aun cuando no existe un motivo claro por el que se genere este correlato entre el sentido vital y un mejor estado de salud, diversas hipótesis recaen en que se produce una mejora del funcionamiento inmune.
Esta riquísima evidencia científica no puede dejar de convocarnos a pensar la vida como un desafío que nos lleva a sentirnos incluidos hasta el último momento sin que resulten admisibles, o al menos ya sabemos de sus efectos, las retiradas anticipadas o las vidas sin sentido.-
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