La conciencia de los límites, el peso de la experiencia e incluso ciertos cambios en la actividad cerebral pueden redundar, en la vejez, en una mayor satisfacción frente a lo cotidiano como también en la capacidad de desestimar emociones negativas.
Es posible pensar la felicidad por fuera de los ideales sociales que nos auguran logros, reconocimiento y poder? ¿En qué medida la consciencia de los límites nos permite acercarnos al goce de lo cotidiano?
La felicidad, que aparece hoy como un nuevo tópico de investigación científica, aun cuando siga generando suspicacias y dudas por su complejidad conceptual, nos arroja datos cada vez más sustantivos y consolidados que nos acercan a temáticas abordadas desde hace siglos por filósofos y pensadores que buscaban "ese oscuro objeto del deseo".
Cuando se aborda esta cuestión en relación con el envejecimiento, se produce una especial curiosidad y sorpresa.
Recientemente, en un estudio de la Universidad de Warwick y Dartmouth College, se recolectaron datos de 2 millones de personas, en 80 países (inclusive el nuestro). Los resultados mostraron que las personas de mediana edad disminuían los niveles de felicidad; un dato curioso indicaba que para volver a alcanzar los niveles de los 20 años había que esperar hasta los 70.
Este dato es consistente con otras investigaciones, entre las que se destaca la de Pond Lacey (Journal of Happiness Studies, 2006), donde fueron evaluadas personas de aproximadamente 30 y 70 años y se descubrió que éstas últimas eran más felices. Son resultados que parecen sorprender hasta los más optimistas.
Las explicaciones son variadas, aunque se remarca el peso de la experiencia y el paso del tiempo, los cuales permitirían un punto de vista diferente de la vida. La intensidad de las emociones parece suavizarse particularmente frente a las experiencias negativas, lo que muchas veces se denominó la serenidad de la vejez. Esto no implica la no intensidad de los goces, sino un manejo más adecuado de lo molesto o nocivo.
Aun cuando las explicaciones sean predominantemente de orden psicológico, existe una fuerte evidencia sobre los cambios de la actividad cerebral en la percepción de los hechos negativos en las personas mayores. Por ejemplo, imágenes registradas por un resonador magnético revelaron que la amígdala, que es la parte del cerebro responsable de las reacciones emocionales y la memoria, no reacciona con la misma intensidad que en otras edades cuando se muestran escenas negativas.
Los investigadores Stacey Wood y Michael Kisley (Psychological Science, 2007) grabaron la actividad cerebral de adultos a quienes se les mostraron una serie de imágenes positivas y negativas, tales como un helado o un animal muerto. Mientras que los jóvenes (entre 18 y 25) dieron más importancia a las imágenes emocionalmente negativas, los adultos mayores (55 y más) prestaron más atención a las positivas. Otros estudios agregaron a estas conclusiones la más rápida recuperación frente a eventos negativos.
Stacey Wood (Los Angeles Times, 2007) sostiene que se produce un manejo diferente de la información emocional en el procesamiento cerebral. Esto podría remitir a la antigua noción de sabiduría, interpretada como la habilidad para integrar la información que proveen las emociones, siendo más capaces de sopesar y no hallar tan disruptivo lo negativo o discordante.
Mientras que algunos consideran que "los golpes de la vida" podrían enseñarnos lo esencial —es decir, lo que tiene valor para el sujeto—, otras perspectivas complejizan las explicaciones. La psicóloga estadounidense Laura Carstensen viene desarrollando investigaciones sobre las emociones en la vejez en el Centro de Longevidad de la Universidad de Stanford, tratando de comprender "la predisposición a lo positivo".
La explicación es que el control emocional, que redunda en un más amplio nivel de satisfacción, se debe a la creciente consciencia de finitud y la percepción de un tiempo limitado por vivir, lo que tiende a generar una mayor selectividad emocional, generalmente asociada a objetivos más afectivos, personalizados y con una fuerte focalización en el presente (Psychology and Aging, 2002)
Esta misma perspectiva, en la que la sensación de cierta provisionalidad es más real y palpable, permite darle a la vida más valor y sentir más agradecimiento, así como también enfocarse más sobre los aspectos positivos y promover con ello una mayor satisfacción vital.
La paradoja de la vejez parece radicar, según Carstensen, en que a pesar de que existe cierto declive físico y cognitivo, se incrementa el bienestar psicológico.
Esto no implica que sea una experiencia de todos los mayores. Ciertos niveles de padecimientos físicos o económicos podrían limitar estas vivencias, así como las características neuróticas del sujeto no disminuyen con la edad.
Borges, en el cuento "El inmortal", siguiendo una tradición existencialista, describía el aburrimiento que generaba la falta de prisa de aquellos cuyas vidas carecían de un límite de tiempo. La cercanía del fin puede producir pánico o puede hacer brotar la experiencia más rica del ser humano: el goce de lo cotidiano.- (Nota aportada por Haydée)
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