La música nos emociona, nos da placer y nos ayuda a controlar el sistema nervioso

Robert Zatorre: catedrático de Neurología y Neurocirugía de la Universidad McGill.


Este argentino afincado en Canadá es uno de los mayores expertos mundiales en el estudio de cómo el cerebro procesa la música.
El año pasado demostró que una melodía puede despertar sentimientos de euforia y deseo, igual que ocurre con la comida o el sexo.
Con los primeros compases nuestro cerebro libera dopamina, una sustancia implicada en los sistemas de recompensa y placer.
Incluso antes de escucharlos, la mera imaginación de la melodía provoca sensaciones placenteras.
Hace unos días Zatorre impartió una conferencia en la Residencia de Estudiantes para explicar cómo la música moldea el cerebro, invitado por la Sociedad Española de Neurociencia.
Nos emociona y nos calma, nos ayuda a recordar (quién no tiene una canción asociada a una persona especial), y también nos hace sentir placer.
La música es percibida por el cerebro como una recompensa, igual que ocurre con la comida o el sexo, a pesar de no ser una necesidad biológica.
Cuando la experimentamos como muy placentera puede cambiar la tasa cardíaca, la respiración y la temperatura corporal.
Además provoca la liberación del neurotransmisor dopamina en cantidades que se relacionan con el grado de placer que experimentamos.
Y quienes tocan algún instrumento tienen mayor volumen de la sustancia gris, como explicó Robert Zatorre (Buenos Aires, 1955), catedrático de Neurología y Neurocirugía de la Universidad McGill, director del Laboratorio de Procesamiento Auditivo del Instituto Neurológico de Montreal y cofundador del laboratorio de investigación BRAMS (Brain, Music and Sound).
Zatorre ha logrado aunar afición (es organista) y trabajo.
Y es que asegura este experto la música permite estudiar la organización cerebral.
Por eso ha reunido a un equipo multidisciplinar (desde psicólogos a informáticos) que quieren comprender qué es la música, por qué existe y para qué sirve.
Y una de las claves para entender y disfrutar la música reside en la capacidad de nuestro cerebro para buscar patrones en todo lo que nos rodea, que nos permite anticipar la continuación de una melodía, una habilidad que también dispara la molécula del placer (la dopamina).
Zatorre resaltó en su conferencia la visión pionera de Santiago Ramón y Cajal, que ya avanzó en 1908 que el entrenamiento musical cambia la estructura del cerebro.
El grosor de las cortezas auditiva y motora, relacionadas con la audición y el movimiento de las manos, respectivamente, está aumentado, explica Zatorre en quienes practican música habitualmente.
Igual que la música discurre en nuestro cerebro por circuitos destinados a otros fines, como los del placer, su procesamiento tiene lugar en zonas del cerebro que se han reciclado para permitirnos experimentar emociones que nos llegan a través del oído, como explicaba Zatorre a ABC.
¿Nuestro cerebro no está preparado para inventos culturales como la lectura, y se habla de reciclaje neuronal para poder afrontarlos. ¿Con la música ocurre lo mismo?

Sí, yo creo que sí.
Conozco a Dehaene, que propuso la teoría del reciclaje neuronal, y me parece una idea muy acertada no solo para la lectura.
Cuando en el sistema nervioso se desarrolla una habilidad se puede utilizar para resolver otros problemas, y esto se aplica también a la música.
Hay una zona del cerebro, la región parietal, que desempeña muchas funciones distintas y entre ellas la de reconocer un objeto en distintas orientaciones.
Y esta capacidad está relacionada con la habilidad que tenemos para asir un objeto, ya que hemos de orientar la mano según la posición del objeto.
Nosotros hemos visto que esta misma región del cerebro también está activada cuando tenemos que reconocer un patrón musical cuando está en una clave distinta, por ejemplo en clave de do y fa.
Y nos preguntamos por qué y qué tenía que ver esto con esta región parietal implicada en la visión.
Nos dimos cuenta de que la teoría de reciclaje neuronal se puede aplicar también a la música.
Cuando uno reconoce un objeto en diferentes orientaciones es porque el cerebro es capaz de identificar las relaciones entre los elementos del objeto cuando cambia de posición.
Es lo mismo que ocurre con la melodía, cuando se traspone de una clave a otra los elementos han cambiado, pero su relación queda fija.
El cómputo necesario para reconocer esa melodía es la misma que se usa para reconocer un objeto.
Y es un ejemplo de ese reciclaje.
A veces me preguntan si el cerebro ha evolucionado para la música.
No lo sé pero no es necesario, ya que por este proceso de reciclaje se aplican esas soluciones a otros problemas distintos.
Y la música en cierta manera destaca porque utiliza muchas funciones que ya está representadas en el cerebro, como esta función de reconocimiento visual, pero también memoria, atención, emoción.
Sobre todo las capacidades cognitivas que tenemos, hay algo en cada una de ellas y algo en la música que depende de esas funciones.
Por eso me gusta estudiarla, porque utilizamos la música como una ventana para comprender el funcionamiento del cerebro.
Sin embargo, parece que la música es algo simple (y pasivo) entra por el oído y ya está…

Suelo poner como ejemplo el niño pequeño que escucha una canción y al día siguiente la canta.
Nos parece algo tan natural que es obvio y simple pero no es así, es algo sumamente complejo que si se quisiera programar un robot o un ordenador para que cumpla esa función es tan sumamente complicado que no lo sabemos hacer.
Reproducir una canción es algo muy complicado, porque lo que uno escucha, los tonos musicales, igual que el resto de los sonidos, son vibraciones del aire que hacen vibrar el tímpano.
Y esas vibraciones hay que convertirlas en señales a los músculos, que según la tensión en las cuerdas vocales, la respiración y la abertura de la boca producen un sonido u otro.
Quiere decirse que hay un sistema muy complejo de transformación de vibraciones de sonidos a comandos a los músculos.
Eso no es tan simple como parece, aunque todos los hagamos sin ninguna formación particular y sin embargo, es algo muy complicado.
¿El hecho de que los niños escuchen canciones antes de hablar, les facilita de alguna forma el lenguaje?

La música y la palabra pueden tener una relación bastante estrecha, en las canciones por ejemplo, e incluso ayuda a la memoria.
Es más fácil recordar unas frases cantadas que las mismas frases habladas.
Es un fenómeno interesante que puede ser útil como método de aprendizaje
¿La música tiene efectos terapéuticos?
Sí lo tiene, pero hay que tener cuidado porque tiene efectos terapéuticos en determinadas situaciones bajo ciertas circunstancias con ciertos casos clínicos pero no con otros.
Hay una tendencia cuando se habla de musicoterapia a que la música puede arreglar todo, pero no es así.
No es una poción másica que de repente una persona con demencia se va a recuperar.
Sin embargo, hay investigaciones bastante buenas en afasia, la dificultad de años pacientes con daño cerebral para producir la palabra, en algunos de ellos, no en todos, con una terapia de canto pueden llegar a hablar mejor.
La música puede facilitar la expresión hablada en pacientes que apenas dicen una palabra. Y con el canto pueden llegar a reproducir ciertas palabras que no pueden pronunciar de otra forma.
¿Y en la disartria ocurre lo mismo?
También se ha aplicado esta idea de canto, no sé que resaltado ha tenido, depende mucho de la causa de la disartria.
Es un campo de investigación muy activo y por eso en particular quiero apoyar la idea de que no tenemos la respuesta, pero sí sabemos como hacer la investigación para poder tenerla.
Hay mucha gente trabajando en terapia y en cinco años tendremos respuestas mucho mejores.
¿El cerebro de los músicos es distinto al del resto de las personas?
Sí, es parte de lo que llamamos la plasticidad cerebral.
Se refiere al hecho de que no es estático sino que cambia su función y estructura en función del aprendizaje y la experiencia que uno tenga.
Y cuando un músico entrena y pasa muchos años aprendiendo a tocar un instrumento, se agudizan ciertos circuitos en le cerebro y en particular la parte del cerebro que controlan los dedos y oído.
Cambia su estructura y esto es algo que Ramón y Cajal ya predijo en 1908, sin tener ninguna prueba.
Él sostenía que en un músico tenía que haber algún cambio neuronal, que las neuronas tenían que cambiar sus conexiones.
Y lo bonito es que ahora lo podemos medir con resonancia magnética.
Y hemos visto que en los músicos el espesor cortical en la zona auditiva y motora es mayor que en una persona sin formación musical.
Eso significa que hay un cambio físico que permite la ejecución de piezas musicales porque hay un control más fino de los músculos y desarrollo más fino del oído.
¿Y qué ocurre con el canto?
Es muy interesante porque es el mismo mecanismo que utilizamos para hablar: los pulmones, las cuerdas vocales, todos los músculos de boca y lengua.
Pero ocurre algo distinto porque el control del tono es mucho más importante.
En el habla se modula el tono y cambia el sentido de la palabra, pero no requiere la misma precisión que en el canto, incluso en lengua china, donde hay tonos que sube y bajan y que significan distintas cosas.
Pero no es necesario que el tono suba una cuarta o una quinta, sólo que suba.
En el canto pequeñas variaciones en la modulación de la voz hacen que desafinemos.
El sistema que se controla es el mismo pero la forma en que se controla no.
¿Y a nivel cerebral?
Hay más control del lado izquierdo de cerebro para el habla y del derecho en el canto para controlar el tono. Requiere un control mayor.
¿Hay algún estudio que relacione menor susceptibilidad a las enfermedades neurodegenerativas en personas que practican la música?
Es algo que de lo que se habla bastante.
Hay muchos grupos que lo están estudiando.
Es posible que tenga un valor protector y es posible que incluso las personas sin formación musical, en la vejez al enseñarles música les ayude en algunas funciones mentales.
Basta con cantar o tocar un instrumento de oído.
Las pruebas definitivas aún no existen pero hay mucho interés en este tema de investigación que está muy activo en muchas partes del mundo. Y no olvidemos además que la música tiene mucho que ver con la emoción.
Es un enorme facilitador de la emoción y esto tiene muchas implicaciones.
Entre otras, la plasticidad cerebral, porque las conexiones neuronales se producen más fácilmente cuando hay un valor positivo.
Lo cual es lógico porque el aprendizaje tiene que ser para reforzar la conducta positiva. Cuando uno aprende hacer algo lo hará si le da valor y es bueno.
Mientras que si produce dolor lo dejo de hacer.
Hay un mecanismo cerebral que refuerzan los circuitos del placer, mientras interrumpen los que nos producen dolor o pena.
Por tanto, al ejecutar música, esos circuitos que nos dan placer van a ser reforzados, lo cual crea estas conexiones más importantes.
¿En España no está integrada la música en la enseñanza de los niños, cree que debería ser una parte importante de su curriculum?
Creo que sí, a veces se justifica la música en las escuelas diciendo que los niños serán más inteligentes y tendrán mejor rendimiento en matemáticas (efecto Mozart), con lo cual no estoy muy acuerdo porque los datos científicos no son muy firmes en ese aspecto.
Pero creo que la música tiene un valor de por sí y nos da placer y emoción, nos ayuda a controlar el sistema nervioso, pienso que debería ser parte de la formación de todo estudiante.
Es algo que nos permite ir un poco más allá de la vida diaria.
Entrevista realizada por Pilar Quijada.

Científicos japoneses lograron identificar el proceso cerebral durante las fases del sueño en relación a la formación de la memoria

Investigadores japoneses de la Universidad de Tsukuba han conseguido identificar el mecanismo cerebral que rige las fases del sueño y han descubierto la importancia de este en la consolidación de la memoria.

El estudio, publicado por la revista científica Science, informa que han conseguido rastrear el proceso de gestación del sueño y han identificado el circuito neuronal que regula la fase REM.

Los científicos, dirigidos por Shigeyoshi Itohara, investigador del Instituto RIKEN, y Yu Hayashi, del Instituto de Medicina del Sueño de Tsukuba, han conseguido demostrar que la fase REM controla la fisiología de otra fase crucial, la llamada no-REM.

La fase no-REM es considerada clave para la retención de recuerdos y la memoria, por lo que respalda la teoría de que el sueño es vital para el almacenamiento de recuerdos de las horas que la persona ha estado despierta.

A través de un método novedoso conocido como DREADD, los científicos han observado cómo la actividad no sincronizada de la fase REM, en la que se producen los sueños, da paso a otra caracterizada por ondas largas y lentas que pasan por todo el cerebro.

Con la aplicación de esta nueva técnica, que estimula ciertas células del cerebro de ratones modificados genéticamente, los investigadores han sido capaces de manipular la fase REM y ver su efecto en la fase no-REM.

"Nos sorprendió descubrir que la amplitud de la fase REM se corresponde con ondas lentas más cortas o largas en la fase no-REM", explican los autores en el estudio.
La investigación sugiere que ambas fases del sueño están íntimamente relacionadas y son clave para la memoria de lo ocurrido durante el día.-

Misterios de la memoria



Resulta bastante común graficar la memoria como un arcón alojado en nuestro cerebro que sirve para guardar los recuerdos. Así, cuando algunos de esos recuerdos son requeridos, se recuperan intactos y de la misma manera se vuelven a guardar. Aunque resulte sorprendente, nada de eso puede estar más alejado de la realidad.
Uno de los campos más fascinantes en el estudio neurocientífico es la memoria humana, ya que es a través de ésta que podemos evaluar el pasado para actuar en el presente y planificar el futuro. ¿Qué es lo que recordamos exactamente? ¿El hecho tal cual sucedió? ¿Nuestra percepción del hecho? ¿El último recuerdo sobre el mismo hecho, es decir, recordamos nuestra propia memoria? ¿Recordamos de la misma manera a lo largo de toda nuestra vida?
Comencemos por este último enigma. Mi hijo Pedro tiene 5 años. Él recuerda perfectamente bien el viaje que hicimos para fin de año. También el resultado del último partido de Boca, el club del cual es hincha. Pero pronto todos esos recuerdos desaparecerán de su mente. Cuando tenga ocho, él ya no recordará casi nada de sus primeros cuatro o cinco años. Y cuando sea adulto, sus primeros años quedarán completamente en blanco. Esta pérdida normal de los primeros recuerdos se llama “amnesia infantil”.
A diferencia de lo que muchas veces se piensa, la memoria no es un fiel reflejo de aquello que pasó sino más bien un acto creativo, uno de los más creativos en el funcionamiento de nuestras mentes. Cada recuerdo se reconstruye de nuevo cada vez que se lo evoca. Aquello que recordamos -una imagen de un paisaje, una frase de nuestro abuelo, un aroma de nuestra adolescencia- está influido por el contexto que rodea esa acción de recupero.
La relación entre la memoria y el hecho o elemento que se recuerda es sumamente compleja y atrapante.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que cada memoria tiene un patrón de activación neuronal que es capaz de ponerse en funcionamiento incluso cuando el estímulo que originalmente lo provocó ha desaparecido. Este complejo proceso funcionaría así: la primera vez que percibimos un objeto -por ejemplo, un jarrón amarillo en la casa de nuestra abuela- dispara la activación conjunta y simultánea de un grupo determinado de neuronas. Si volvemos a ver el mismo elemento, el mismo grupo de neuronas se activará, a esto se sumará una cualidad fundamental de nuestro cerebro que hace que dos neuronas que normalmente se activan juntas, aumente la probabilidad de que, al activarse una se active también la otra. Entonces ya no será necesario ver el jarrón para recordarlo. Solo con ver un color, el lugar donde estaba o una parte del mismo, será suficiente para evocar la representación completa del jarrón y la información con él asociada (el olor de la casa de nuestra abuela, su cara y hasta el sentimiento de comodidad que su casa nos provocaba).
Pensemos otro ejemplo cualquiera. Una persona está en una reunión social con su pareja y se le ocurre contar, para amenizar la charla, una anécdota personal: el relato de cómo fue la historia de amor que llevó a conocerla, las primeras conversaciones, detalles románticos y otros curiosos de ese hecho. Imaginemos también que no es la primera vez que la cuenta, ya que le resulta útil porque permite entretener al resto con un relato lleno de vicisitudes, complicaciones y azares. A todos les gusta la anécdota, de hecho aportan sobre algunas cuestiones, e incluso, hacen preguntas disparadoras. Pero cuando ya se despide y están volviendo a su casa, la pareja le comenta con sorpresa: “Lo que contaste no es exactamente lo que en verdad pasó entre nosotros”. ¿Fue así? ¿Quién tiene razón? ¿Qué es en lo que “en verdad” pasó?
Analicemos qué es la memoria y de qué tipo de memoria estamos hablando en este caso. La memoria es la capacidad para adquirir, retener, almacenar y evocar información. Existen diferentes tipos de memoria y cada una se asocia a estructuras neurales específicas. Llamamos “memoria autobiográfica” a la colección de los recuerdos de nuestra historia. Esta nos permite codificar, almacenar y recuperar sobre eventos experimentados de forma personal, con la particularidad de que, cuando opera, tenemos la sensación de estar “reviviendo” el momento. Ese componente personal le da una particularidad esencial a la memoria autobiográfica: está definida por lo episódico, es decir, podemos asignarle un tiempo y un espacio a cada una de nuestras memorias. Cuando recordamos este tipo de eventos, no solo recordamos dónde fue y con quién estábamos, también los sentimientos y las sensaciones vividas. Esto tiene sentido porque las estructuras cerebrales que están involucradas en la memoria autobiográfica alimentan a su vez circuitos neurales ligados con las emociones. Los hechos autobiográficos con fuerte carga emocional se recuerdan más detalladamente que los hechos rutinarios con baja implicancia emocional. ¿Acaso no conservamos el recuerdo de qué estábamos haciendo el 11 de septiembre de 2001 por la mañana? Y el día siguiente, ¿también lo recordamos?
Volvamos al ejemplo de la pareja y las preguntas que nos hicimos. ¿Quién de los dos recuerda “fielmente” al hecho narrado tal cual sucedió? ¿Uno o el otro? ¿Ninguno de los dos? Lo que sucede es que la forma en que recordamos un evento en particular no se trata muchas veces de una recopilación exacta de cómo sucedió originalmente, sino el modo en que lo relatamos la última vez. Y si esa última vez estábamos más contentos, seguramente hayamos cargado con esos condimentos positivos el recuerdo. Por el contrario, si nuestro ánimo era más bien negativo, el recuerdo tendrá un tinte más pesimista. La memoria, cuando se evoca, se hace inestable, frágil y permeable a nuestras emociones del presente.
Nuestros cerebros constantemente nos “traicionan”, transformando nuestra memoria. ¿Por qué? Cuando uno experimenta algo, el recuerdo es inestable durante algunas horas, hasta que se fija por la síntesis de proteínas que estabilizan las conexiones sinápticas entre neuronas. La próxima vez que el estímulo recorra esas vías cerebrales, la estabilización de las conexiones permitirá que la memoria se active. Cuando uno tiene un recuerdo almacenado en su cerebro y se expone a un estímulo que se relaciona con aquel evento, va a reactivar el recuerdo y a volverlo inestable nuevamente por un período corto de tiempo, para volver a guardarlo luego y fijarlo nuevamente en un proceso llamado “reconsolidación de la memoria”. La evidencia científica indica que cada vez que recuperamos la memoria de un hecho, ésta se hace inestable otra vez permitiendo la incorporación de nueva información. Cuando almacenamos nuevamente esta memoria como una “nueva memoria”, contiene información adicional al evento original. Muchas veces aquello que nosotros recordamos no es el acontecimiento exactamente tal como fue en realidad, sino la forma en la cual fue recordado la última vez que lo trajimos a la memoria. Esto es como un documento de Word que, al “trabajarlo” podemos incorporar y sacarle cosas y, cuando lo volvemos a guardar, se “fija” la nueva versión hasta el próximo “uso”. Cada vez que evocamos una memoria la recreamos y tenemos menos precisión del recuerdo original, por lo que podemos suponer que la memoria es el último recuerdo. Aunque suene contradictorio con el sentido común, la evidencia científica muestra que si uno tiene una memoria, cuanto más la usa, más la cambia.
Décadas de investigación científica han establecido que la consolidación de la memoria a largo plazo exige la síntesis de proteínas en los caminos neuronales de la memoria, pero nadie sabía que también hacía falta una síntesis de proteínas después de recuperar un recuerdo, lo que implica que el recuerdo también se está consolidando en ese momento. Esto resultó una excelente pista bioquímica de que al menos algunos tipos de recuerdos hay que reescribirlos neuronalmente cada vez que se recuperan.
Estas evidencias aquí expuestas abren también interesantes debates en otras áreas del conocimiento, desde las teorías sociológicas hasta la práctica jurídica. Por ejemplo, ¿cuál es la “verdad y nada más que la verdad” que jura el testigo revelar cuando recuerda algún hecho si, como fue dicho, el contexto de un nuevo lugar y tiempo, o incluso el estado de ánimo, permiten que las memorias pueden integrar nueva información?
Al recordar, nos volvemos eximios creadores, ya que las memorias se reconstruyen cuando son evocadas. Así lo refiere una de las obras cumbres de la literatura universal que lleva por título, justamente, “En busca del tiempo perdido” y fue escrita por Marcel Proust en los albores del siglo XX. El primer volumen recorre esos recuerdos de la infancia y, sobre todo, la labor creativa de recordarla. Una bella cita lo dice así: “Ya sea porque en mí se ha cegado la fe creadora, o sea porque la realidad no se forme más que en la memoria, por ello es que las flores que hoy me enseñan por vez primera no me parecen flores de verdad.”
Dr. Facundo Manes
ilustración: obra de Magritte