Cinco científicos realizaron un viaje para ver cómo reacciona el cerebro lejos de las comunicaciones digitales.
Área de recreación del Cañón Glen, Utah. Todd Braver sale de una carpa ubicada contra la pared del cañón. Su cuerpo está algo bronceado, excepto por una delgada franja pálida alrededor de su muñeca.
Por primera vez en tres días al aire libre, Braver no usa reloj. "Me olvidé de eso", dice.
Es una nimiedad; se trata de la clase de cambio que muchas personas que se van de vacaciones notan en sí mismos a medida que se relajan y pierden la noción del tiempo. Pero para Braver y sus compañeros, estos momentos los remiten a una pregunta: ¿Qué está sucediendo con nuestros cerebros?
Braver, que es profesor de psicología en la Universidad de Washington, en St. Louis, fue uno de los cinco neurocientíficos que realizaron un inusual viaje. A fines del mes de marzo, ellos pasaron una semana en esta remota área del sur de Utah, haciendo rafting en el río San Juan, acampando en la suave ribera y realizando excursiones en los cañones afluentes.
Fue un viaje primitivo, con un objetivo sofisticado: entender de qué manera el uso asiduo de dispositivos digitales y de otras tecnologías cambia la manera de pensar y de comportarse y cómo retirarse a la naturaleza podría revertir esos efectos.
Los teléfonos celulares no funcionan aquí; no hay acceso a los mensajes por correo electrónico y no hay computadoras portátiles. Es un viaje hacia el corazón del silencio (algo que resulta cada vez más raro ahora que la gente puede estar online incluso en lugares de vacaciones remotos).
A medida que los investigadores descienden por las cerradas curvas que el río San Juan ha tallado a través de la antigua arenisca, como es lógico, los viajeros se relajarán, dormirán mejor y dejarán atrás el persistente sentimiento de controlar si el teléfono continúa estando en el bolsillo. Pero la importancia de tales cambios es cuestión de debate para ellos.
Algunos de los científicos dicen que unas vacaciones como estas difícilmente justifiquen demasiado examen. Pero el organizador del viaje, David Strayer, un profesor de psicología de la Universidad de Utah, afirma que el estudio de lo que sucede cuando nos alejamos de nuestros dispositivos y dejamos descansar a nuestro cerebro (en particular, de qué manera se ve afectada la atención, la memoria y el aprendizaje) es importante para la ciencia.
"La atención es el santo grial. Todo de lo cual somos concientes, todo lo que aprendemos, todo lo que recordamos y olvidamos, depende de eso", señala Strayer.
Haciéndose eco de lo que argumentan otros investigadores, Strayer dice que entender cómo funciona la atención podría ayudar en el tratamiento de muchas enfermedades como el trastorno por deficiencia de atención, la esquizofrenia y la depresión. Asimismo, agrega que, sobre una base diaria, demasiado estímulo digital puede "hacer que la gente que se encuentra bien ingrese en un estado donde no esté psicológicamente saludable".
La búsqueda del entendimiento del impacto que provoca sobre el cerebro el uso de la tecnología (en una época en la cual dicho uso está "explotando") todavía está en su etapa inicial. Para Strayer, esto no resulta menos significativo que cuando los científicos investigaron los efectos de consumir demasiada carne o alcohol.
Pero alejarse es más fácil para algunos que para otros. El viaje comienza con una fuerte defensa de la conexión digital, un debate que gira en torno a un mensaje de correo electrónico particularmente importante.
En el camino. Es posible dividir en dos grupos a los cinco científicos que viajaron: los "creyentes" y los escépticos.
Los "creyentes" son: Strayer y Paul Atchley, de 40 años y profesor en la Universidad de Kansas, que estudia el uso compulsivo de teléfonos celulares por parte de los adolescentes. Ellos argumentan que usar mucho la tecnología puede inhibir el pensamiento profundo y puede también causar ansiedad, y que salir a la naturaleza quizás ayude. A menudo, ellos mismos se esfuerzan por desconectarse.
Los escépticos usan sus aparatos digitales sin reservas. Ellos no están convencidos de que el resultado del viaje sea algo duradero (personalmente o científicamente).
Este grupo incluye a Braver, de 41 años, que habla muy rápido y es experto en imágenes cerebrales; a Steven Yantis, de 54 años, el alto y contemplativo jefe del departamento de ciencias psicológicas y cerebrales en Johns Hopkins, que estudia cómo cambian las personas entre la realización de una tarea y de otra, y Art Kramer, de 57 años, un profesor de blanca barba de la Universidad de Illinois, que ha atraído la atención debido a sus estudios sobre los beneficios neurológicos del ejercicio.
Asimismo, viajaron un periodista y un fotógrafo, además de Richard Boyer, un hombre tranquilo y fanático del aire libre, consumado pintor de paisajes, que ayuda a Strayer a conducir el viaje.
Entre los importantes académicos del grupo, Kramer es el más destacado. En el momento del viaje, él estaba por aceptar el puesto de director del Instituto Beckman (por 300.000 dólares al año). Dicho instituto es un centro líder en el campo de las investigaciones en la Universidad de Illinois; cuenta con aproximadamente 1000 científicos y empleados y recibe decenas de millones de dólares en subsidios.
Él también tiene una vida intensa (es alguien que se ha desafiado desde muy pequeño; cuenta que se fue de su casa cuando era adolescente, se convirtió en boxeador aficionado y, posteriormente, condujo aviones, escaló y se rompió una rodilla en un "accidente esquiando a gran velocidad").
Conducen seis horas desde Salt Lake City hasta el río, y se detienen en una tienda de campamento para comprar provisiones de último momento. Kramer espera afuera, revisando el correo electrónico en su BlackBerry Curve. Esto dispara un debate entre los "creyentes" y los escépticos.
De regreso en el automóvil, Kramer dice que revisó su teléfono porque estaba esperando noticias importantes: necesitaba saber si su laboratorio había recibido un subsidio de 25 millones de dólares de la fuerza militar para aplicar la neurociencia al estudio de la ergonomía. El científico dejó dicho a sus empleados que le enviaran un mensaje de texto a un teléfono satelital de emergencia que tiene el grupo.
Atchley dice que no entiende por qué Kramer se preocupa por eso. "El subsidio estará allí cuando regreses", agrega.
"Por supuesto que querrías saber sobre un subsidio de 25 millones de dólares", responde Kramer. Presionado por Atchley respecto de la importancia de enterarse de inmediato, agrega: "Ellos esperarían que regrese enseguida".
Este es un debate que se ha vuelto cada vez más común ya que la tecnología ha definido la noción de lo que es "urgente". ¿Con qué rapidez la gente necesita obtener información y responderla? Los "creyentes", en este grupo, afirman que el ritmo de los datos que ingresan ha creado un sentido falso de la urgencia, el cual puede afectar la capacidad de las personas para concentrarse.
En su caso, Kramer señala que ha habido pocos efectos adversos: la única vez que recuerda que la tecnología lo distrajo demasiado fue cuando estuvo excesivamente inmerso en la redacción de un trabajo y se le hizo tarde para recoger a su hija adolescente.
"Como académicos, vivimos de las computadoras", dice.
La escena se torna más austera a medida que descienden hacia un desierto de rocas rojas. El grupo se detiene para cargar gas en Green River, donde Kramer revisa nuevamente su correo electrónico. Por su parte, Strayer bromea diciendo que exhibe signos de adicción.
"Algunas personas creen que solamente los demás tienen problemas", prosigue Strayer. Pero reconoce que Kramer, quien le cae bien y con quien él hizo su doctorado: "Está bajo mucha presión".
En el río. Despiertan en Recapture Lodge, un rústico motel de dos plantas, rodeado por árboles de algodón. No hay teléfonos celulares pero sí acceso inalámbrico a internet, instalado hace algunos años porque, según dice el propietario del lugar, la gente no podía soportar no tenerlo.
Kramer todavía no ha recibido noticias sobre el subsidio. Él coloca su computadora portátil en una mochila y la guarda en la recepción del motel.
Horas más tarde, el grupo llega al sitio desde donde salen las balsas: Mexican Hat (sombrero mexicano), que debe su nombre a que allí hay un afloramiento rocoso con forma de sombrero. Los viajeros arman y aprovisionan las balsas, las abastecen con alimento suficiente para cinco días. También cargan cerveza, jarras para agua, un inodoro portátil, carpas y bolsas de dormir, implementos de cocina y de primeros auxilios. Luego, parten.
Después de recorrer un corta distancia río abajo, lo ven: un estrecho puente de acero ubicado a aproximadamente 46 metros sobre el río (después del cual ya no hay más cobertura para teléfonos celulares).
"Allí es donde termina la civilización", bromea Atchley.
Hacia el final de la tarde, acampan en la ribera. Comen costillas de cerdo, mientras la Osa Mayor brilla sobre sus cabezas y las paredes del cañón (de casi 305 metros de altura) acortan su visión del cielo. Algunos murciélagos pasan volando como flechas y descienden en busca de bichos atraídos por las luces de las linternas.
Los hombres beben cerveza Tecate y hablan del cerebro. Están pensando en un estudio seminal, llevado a cabo en la Universidad de Michigan, con el que se demostró que las personas pueden aprender mejor después de caminar por el bosque que después de caminar por una calle repleta de gente.
El estudio indica que los centros de aprendizaje en el cerebro se ponen a prueba cuando tienen que procesar información, incluso durante la experiencia relativamente pasiva de adaptarse a un ambiente urbano. Por extensión, algunos científicos creen que realizar muchas tareas fatiga al cerebro, despojándolo de la capacidad para concentrarse.
Strayer, quien es el líder de la expedición, argumenta que la naturaleza puede refrescar el cerebro. "Nuestros sentidos cambian. Se calibran: notas sonidos, como estos grillos que cantan, escuchas el río; los sonidos, los olores, te conectas más con el ambiente físico, con la Tierra, más que con el ambiente artificial".
"Es por ello que llaman a este viaje vacaciones. Uno se recompone", dice Braver. Él se pregunta si hay ciencia detrás de la idea relacionada con la naturaleza. "Parte de ser un buen científico es ser escéptico".
Braver acepta la investigación de la Universidad de Michigan pero desea entender precisamente qué sucede dentro del cerebro. Y se pregunta: ¿Por qué los cerebros no se adaptan a la gran estimulación, convirtiéndonos en personas cada vez más fuertes y que puedan realizar múltiples tareas?
"Exacto", replica Kramer, el escéptico. "¿Por qué no se ejercitan los circuitos, en cierto sentido, y nos convertimos en seres humanos más fuertes?
Las ideas comienzan a fluir. Durante mucho tiempo, los científicos han pensado cómo afectan la atención las nuevas formas que adoptan los medios (desde la prensa impresa hasta la televisión). Pero el moderno estudio sobre la atención surgió en la década de 1980, con la diseminación de máquinas que permitían a los investigadores observar cambios en el torrente sanguíneo y también en la actividad eléctrica del cerebro. Pero máquinas más nuevas les han permitido detectar las partes del cerebro que entran en acción cuando las personas cambian de una actividad a otra, o cuando están prestando atención a la música o a una película.
Esto se ha convertido en un campo de investigación tan candente que, hace dos años, los Institutos Nacionales de Salud fundaron una división para brindar apoyo a estudios dedicados a investigar las partes del cerebro involucradas en la concentración.
"Ahora", afirma Yantis, "podemos estudiar el cerebro y la atención en forma conjunta, de forma rigurosamente científica, en vez de hacerlo a la manera de Freud: «Siéntese y analícelo»".
Este viaje se trata más de remar mientras se piensa. Braver y Yantis se ubican en un kayak rojo, en aguas tranquilas, y se cruzan con un ganso y dos de sus crías que están sobre la orilla. Los escépticos hablan sobre cómo estudiar la mortalidad con la constante interrupción de los mensajes de correo electrónico y de los nuevos aparatos digitales.
Por otro lado, los estudios sobre el comportamiento han demostrado que el desempeño se ve afectado cuando la gente realiza múltiples tareas. Estos investigadores se preguntan si la atención y la concentración pueden soportar el golpe cuando las personas simplemente anticipan la llegada de más estímulo digital.
"La expectativa del correo electrónico parece estar apoderándose de nuestra memoria activa", señala Yantis.
La memoria activa es un recurso preciado en el cerebro. Los científicos tienen la hipótesis de que una fracción de la potencia del cerebro está vinculada con la anticipación de mensajes de correo electrónico y de nueva información (ellos consideran que podrían llegar a demostrarlo mediante técnicas que usan imágenes).
"Cuando se tiene menos memoria activa, se tiene menos espacio para almacenar e integrar ideas y, en consecuencia, se razona menos de lo necesario", dice Kramer, quien se desplaza flotando cerca de la otra balsa.
En los días sucesivos, los balseros se encuentran retomando una y otra vez estas conversaciones científicas. Dos de ellos, mientras empacan las carpas, debaten sobre cuáles son las mejores técnicas que usan imágenes para demostrar mejor los efectos que tiene la sobrecarga digital sobre el cerebro. Todo el grupo habla de las maneras de medir la liberación de químicos cerebrales en el torrente sanguíneo. Un par de ellos, mientras reman en la balsa grande, hablan sobre cómo aplicar la neuroeconomía (medir cómo el cerebro valora la información) para entender el envío y recepción compulsivos de mensajes de texto en los adolescentes.
Las conversaciones se desdibujan, con períodos de silencio y admiración del paisaje (los halcones que vuelan en círculos, los carneros). También hay momentos en los cuales los hombres experimentan una intensa concentración durante los desafíos físicos, como por ejemplo cuando atraviesan los rápidos o cuando escalan las estrechas paredes del cañón.
Este es el ritmo del viaje. Las ideas fluyen como el río.
"Hay una verdadera libertad mental al saber que nadie ni nada puede interrumpirte", señala Braver. Él se hace eco del pensamiento del resto de los científicos al destacar que el viaje es, de muchas maneras, más efectivo que retirarse a trabajar en el hotel, donde, con frecuencia, se involucra a cientos de personas que caminan agotadas en rápidas reuniones, blandiendo sus BlackBerrys. "Es por ello que me dediqué a la ciencia, para hablar sobre ideas".
"Síndrome del tercer día". "El tiempo pasa más lentamente", dice Kramer. Él ha estado corriendo toda su vida, desde que dejó su casa a los 15 años, y ha logrado una posición de gran influencia. Es el segundo día en el río y ya terminó de empacar su carpa. Él es el primero que lo hace en la mañana, pero no tiene prisa.
No leyó ninguno de los trabajos de investigación que llevó. ¿Y el correo electrónico sobre los 25 millones de dólares? "Nunca me preocupé por eso. No pensé en eso", dice, como si la sola idea de hacerlo fuera ridícula.
Kramer relata que el grupo se ha vuelto más reflexivo, más tranquilo, más concentrado en lo que los rodea. "Si yo mirara de este modo lo que me rodea en el trabajo, la gente pensaría que estoy holgazaneando", concluye.
Los demás también están más relajados. Braver decide que no tomará café, omitiendo así su ritual cotidiano. Al día siguiente, no se pone el reloj, y advierte sobre consultarlo demasiado. "Algunas veces, olvido ponerme el reloj en casa pero, en honor a la verdad, generalmente llevo mi teléfono, que tiene reloj".
Strayer, uno de los "creyentes", dice que los viajeros están experimentando una etapa de relajación que él denomina "síndrome del tercer día". Sus síntomas pueden no ser sorprendentes. Pero incluso los más escépticos de los científicos dicen que algo está sucediendo con sus cerebros y que refuerza sus debates científicos (algo que podría ser importante para ayudar a la gente a ingeniárselas en un mundo de ruido electrónico constante).
"Si podemos descubrir que la gente camina fatigada y no se da cuenta de su potencial cognitivo", afirma Braver, quien entonces hace una pausa y agrega: "¿Qué podemos hacer para recuperar todo nuestro potencial?"
Lo que él insinúa es algo que los científicos no terminarán de descubrir hasta los últimos minutos del viaje: tienen ideas sobre cómo responder esta pregunta.
Camino a casa. Más tarde, esa noche, ya de regreso en Recapture Lodge, Kramer solicita su computadora portátil en la recepción. Primero, dice que esperará para usarla hasta que se duche y descanse. Luego, decide darle un vistazo. Ha recibido 216 mensajes de correo electrónico, pero nada sobre el subsidio militar.
"La saga de los 25 millones de dólares continúa", agrega, y apaga la máquina.
A la mañana siguiente, él y Braver se sientan en la parte trasera del automóvil, camino al aeropuerto; el par de escépticos comparte el charqui y una perspectiva. El viaje no los transformó, pero sí les hizo cambiar la manera de pensar sobre sus investigaciones (y sobre sí mismos).
Braver relata que cuando recuperó su teléfono, la noche anterior, cayó en la cuenta de la cantidad de veces que recurre a él en los escasos momentos de aburrimiento: "En ciertas ocasiones, lo uso como excusa para ser antisocial".
Cuando regrese a St. Louis, planea concentrarse más en entender qué sucede con el cerebro cuando descansa. Él quiere emplear la tecnología que usa imágenes para ver si se puede medir el efecto de la naturaleza sobre el cerebro y si hay otras maneras de reproducirlo, como por ejemplo, mediante la meditación.
Por su parte, Kramer agrega que él desea investigar si los beneficios para el cerebro (los pensamientos más claros, por ejemplo) provienen de la experiencia de estar en contacto con la naturaleza, así como de escalar y practicar rafting, o de una combinación de dichas acciones.
Atchley destaca que puede ver nuevas maneras de entender por qué los adolescentes deciden enviar y recibir mensajes de texto incluso en situaciones de peligro, como cuando conducen. Quizás, la adicción que provoca la estimulación digital lleve a una deficiente toma de decisiones. Por su parte, Yantis dice que una conversación que tuvo lugar muy tarde por la noche, debajo de las estrellas y de murciélagos que volaban en círculos, le proporcionó nuevas formas de pensar sobre su investigación, relacionadas con la manera y la razón por la cual las personas se distraen con flujos de información irrelevante.
Incluso sin saber exactamente cómo afectó el viaje a sus cerebros, los científicos están preparados para recomendar un período de inactividad como camino hacia el pensamiento relajado. Como dice Kramer: "¿Cuántos años recetamos aspirinas sin saber cuál era el mecanismo exacto?"
Cuando se acercan al aeropuerto, Kramer también menciona un descubrimiento personal: "Tengo un colega que afirma que soy muy descortés cuando saco una computadora en medio de una reunión. Yo digo: «Puedo escuchar». Quizás no estoy escuchando tan bien. Quizás pueda trabajar en ser más comprometido".
Traducción de Ángela Atadía de Borghetti